Primera Guerra Mundial ‘a la catalana’
El Museu d’Història de Catalunya analiza el gran impacto del conflicto, de la industria o el ocio al nomenclátor de las calles
“Conmoción mundial: Ha estallado la guerra”; “Moment d’angoixa: la guerra europea és un fet”, recogen las portadas de El Correo Catalán y El Poble Català, ambas en el suelo, cerca del café, donde los tertulianos están divididos en tres bandos: los aliadófilos (en mayoría, con los rostros de Rovira i Virgili; Gabriel Alomar, Santiago Rusiñol, Pere Coromines, Claudi Ametlla y Prudencia Bertrana…), los germanófilos (Manuel de Montoliu, Faustí Ballbé…) y los neutrales (Eugeni d’Ors, Francesc Cambó…), con las mesas garabateadas con sus argumentos a favor y en contra… Podría ser la imagen real de una calle y un local público de Cataluña entre 1914 y 1918, pero son dos logrados y sugerentes ámbitos de la notable exposición Flames a la frontera. Catalunya i la Gran Guerra, que hasta el 18 de noviembre acoge el Museu d’Història de Catalunya.
España era oficialmente neutral, pero imposible que el calor de las flames (“Se’ns presentava evidentíssim que Europa s’havia encès pels quatre costats. Teníem les flames a la frontera”, deja escrito en sus memorias Josep Maria de Sagarra, lo que da pie al título) no dejara ambiente por caldear, así en lo económico como en lo político o en lo popular. Quizá por ello, la muestra arranca con las imágenes que se conservan del espectacular Museo de la Guerra que el 13 de febrero de 1916 se instaló en el Tibidabo, reproduciendo trincheras con soldados, un hospital de campaña o el famoso cañón alemán Gran Berta (en cartón), al que podía accederse por 50 céntimos de la época; pero es que se cierra recogiendo al menos 31 cambios en el nomenclátor de calles y plazas de pueblos y ciudades de Cataluña: paradigmático el de El Vendrell, donde una moción proponía que el presidente de EEUU, Wilson (verdadera estrella del callejero por su defensa de las naciones sin Estado), junto al francés general Joffre (vencedor en el Marne y nacido en la Cataluña Norte) fuera declarado “ciudadano de honor de Cataluña en toda la comarca”.
La librería del museo mutará en oficina turística
Los bajos del Museu d’Història de Catalunya, que albergaba la librería del centro hasta el pasado febrero, cuando cerró fruto de la crisis del grupo cooperativo Bestiari que la gestionaba, pasará a convertirse en una oficina de la Agència Catalana de Turisme.
A pesar de que, en principio, los responsables del museo, instalado en el Palau de Mar del Port Vell barcelonés, aseguraron que se abriría un concurso para mantener una librería en ese espacio, la directora del museo, Margarida Sala, avanza que finalmente se optará para que se convierta en una oficina de turismo; las negociaciones con la agencia están, al parecer, muy avanzadas. “Tiene su lógica: estamos muy bien ubicados en una zona de mucho flujo; en cualquier caso, nuestras publicaciones y productos se venderán en ella y estarán tan bien representados como antes”.
“El impacto del conflicto bélico en la opinión pública y en la vida cotidiana fue mayor del que se ha constatado hasta ahora y, especialmente, a partir de 1916”, lanzan los comisarios de la muestra, los historiadores de la Universidad de Girona Francesc Montero y Maximiliano Fuentes. Tan rica en documentación como cartesiana, la exposición muestra que Cataluña y España sufrían situaciones homologables a los vaivenes de otros países neutrales y de Europa misma: si el conflicto mundial era consecuencia del hundimiento y las tensiones del viejo modelo socioeconómico y político que se plasmó en la guerra francoprusiana, la península vivía el inicio de la crisis de la Restauración, sacudida por los problemas con las colonias del Norte de África: la conferencia Vieja y nueva política, de Ortega y Gasset, o el discurso autógrafo de Prat de la Riba, junto al borrador de abril de 1914 de creación de la Mancomunitat, son documentos de la exposición que ilustran los cambios. Entre las perlas de esa primera parte sobresale el listado de los diarios denunciados por la Fiscalía de la Audiencia de Madrid por vulnerar la neutralidad, unos “ataques” por entrometerse con “el emperador de Rusia” o “la nación alemana”, éstos últimos los más abundantes.
La situación económica también era chocante: las posibilidades de vender a ambos contendientes prometía pingües beneficios, especialmente para la industria textil, hasta el extremo de que “se resucitó el antiguo telar de mano, que se había arrinconado”, escribe Pedro Gual Villalbí en sus Memorias de un industrial de nuestro tiempo ante la lluvia de pedidos. Pero el reverso de la moneda estaba más concurrido: la gente cambiaba el dinero por plata, un valor más seguro; las materias primas se encarecieron o desaparecieron (las cámaras agrícolas, desde L’Agullana a Arenys de Mar, se quejaban al gobierno ante la falta, por ejemplo, de azufre) y las fronteras se cerraron: “No sortia ni un tap a l’estranger. No hi havia feina”, escribe Josep Pla sobre la industria del corcho de su Empordà natal. La inflación hizo el resto.
Donde no se miraba lo de la crisis era en los casinos, cabarets y teatros que, especialmente siguiendo la línea del Paral·lel, proliferaron a partir de 1916 en Barcelona, de golpe capital del espionaje y el contrabando, y que acogió a personajes como la mismísima Mata Hari, Pilar Millán Astray (hermana del futuro creador de La Legión y a la que los alemanes pagaban la friolera de 1.000 pesetas de la época por documento) o el tristemente célebre comisario Bravo-Portillo, que espió también para los alemanes y luego se significó salvajemente en la represión contra los trabajadores. Todo en un contexto donde cada vez era más descarada la propaganda, como dan fe las cabeceras Los Aliados, Germania o El Heraldo Germánico.
La muestra no rehúye el mito de la intervención catalana en la Gran Guerra. “Que participaran 12.000 catalanes no es cierto: eso lo dijeron los propios franceses al contabilizar a sus compatriotas del Rosellón y se aprovechó aquí; en realidad, los voluntarios catalanes fueron entre 400 y 800”, fijan los comisarios Montero y Fuentes. La cifra había que enmarcarla en el proceso de internacionalización de la causa independentista catalana, a rebufo del conflicto mundial, que tuvo su cabeza más activa y visible en Joan Solé y Pla, líder de la Unió Catalanista y futuro diputado de ERC en 1932. Ese ámbito está presidido por una estelada que podría haber ondeado en la batalla de Verdún y cuya parte azulada está fijada a la senyera con corchetes “para poder sacarse una vez conseguida la independencia”, citan los comisarios.
Otra de las grandes aportaciones de la exposición está en el apartado dedicado a la consolidación de la figura de los corresponsales de guerra que los diarios catalanes enviaron al frente: en un trabajo inédito, una pantalla táctil permite entrelazar cabeceras y reporteros de postín (Gaziel, Eugeni Xammar, Romà Jori, Claudi Ametlla…) en un mapa de Europa. En unas imágenes de noviembre de 1917 se distingue, de una expedición de periodistas españoles a Reims y al frente de Verdún, a un Manuel Azaña con un notable mostacho y más fornido, alejado de la fragilidad que desprenderá como presidente republicano 20 años después. En ese mismo ámbito se dan las primeras referencias de la barcelonesa Àngela Graupera (1890-1935), enfermera destinada al frente del Este, pero que acabaría redactando crónicas para Las Noticias, convirtiéndose así quizá en la primera corresponsal de guerra femenina catalana.
Pespunteada por pequeños artilugios que se habrían construido los propios voluntarios catalanes con casquillos de bala, o utensilios diversos que van desde máquinas fotográficas y un minidiccionario alemán-inglés (del voluntario catalán y periodista Frederic Pujulà) a uno de los primeros aparatos de rayos X para hospitales de campaña, la simulación del ambiente de una trinchera (donde luce una hélice real de un avión alemán), las colecciones de cromos de la época o hasta fragmentos de noticiarios que se emitían en los cines, la muestra cierra con parejas imágenes de euforia tras el Armisticio, ya en París o en Palamós. Y queda la memoria histórica. Así, se ha recuperado un busto de Joffre que dormitaba en los almacenes del Ayuntamiento de Barcelona y la maqueta de la escultura que Josep Clarà ideó para homenajear a los voluntarios catalanes, figura que inicialmente llevaba un escudo y un casco francés. De Sant Feliu de Guíxols han recuperado los comisarios un fragmento de una placa de mármol de 1918, donde aún puede leerse: “…el triomf definitiu del dret damunt la força”. Así, al menos, se vio la Iª Guerra Mundial desde Cataluña.
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