Brossa, en el bosque experimental
Una muestra en la fundación del poeta enmarca su obra en la red de rompedoras tendencias poéticas entre 1946 y 1980
Joan Brossa pone hacia abajo una A mayúscula y sí, recuerda a lo que bautiza: Cap de bou (1982). Felipe Boso, entre 1966 y 1978, atrapa la misma vocal, más futurista, le añade otras por los laterales y acaba convirtiéndolo, dice, en A de águilas. El catalán cogerá, en otro de sus poemas, una i minúscula, a la que corona con un punto y un acento a la vez, mientras el de Palencia, pero afincado en alemania, atrapará la palabra lluvia y el punto de la i lo depositará en el suelo, como si fuera una gota. Poesía visual; con estrategias muy parejas, en efecto, pero la verdad es que Brossa y Boso (casi sus apellidos otro juego) no se conocían físicamente, distanciados más de 1.300 kilómetros, y apenas se habían intercambiado correspondencia. Más que influencias, pues, son coincidencias, que se repiten en una tupida constelación de nombres y países, de Suecia a EEUU, de Francia a Alemania, de Barcelona a Italia, en la exposición La xarxa al bosc. Joan Brossa i la poesia experimental, 1946-1980, la apuesta de la fundación del poeta en su nueva sede de La Seca de Barcelona para el año del centenario del nacimiento del multifacético creador.
Con más de 200 piezas, de discos y viejos cassettes a postales, de poemas-objeto a ediciones troqueladas, la muestra está llena de rarezas conceptuales que permiten colocar casi misteriosamente a Brossa en la constelación de los rompedores cambios que se están dando en la poesía experimental en medio mundo mientras el autor de Sonets de Caruixa está trabajando, sin salir de casa como quien dice, en lo que será su obra, removiendo la poesía visual, el teatro, los poemas-objeto y los transitables, las sextinas o el cine.
Como la Segunda Guerra Mundial lo dinamitó todo, hizo lo propio con las formas literarias. Y la primera vanguardia que surge será el letrismo, que se pondrá a jugar con su minimalista esencia, en formas y texturas: la letra. Y ahí está un disco de 45 rpm., Le lettrisme, de Maurice Lemaître, editado por la multinacional Columbia, o ejemplares de la revista OU, dirigida por Henri Chopin, primer altavoz de la poesía sonora internacional y que solía incorporar un disco. Por ahí están algunos de los Poemes habitables de Brossa. “Habían cosas suyas que siempre habían parecido como ocurrencias, pero en ese contexto cobran todo su sentido”, lanza Eduard Escoffet, comisario de una muestra que en buena parte se ha nutrido de su propio archivo, así como del de Manuel Guerrero, comisario del Any Brossa.
Un tono y un retrato aún más crítico de la realidad, con un contacto muy directo y rápido con el lector, lo conformó el movimiento más internacional de los años 50 y 60, la poesía concreta, nacida a la vez en Brasil y en Europa. Juegan ahí la página en blanco y las composiciones inversoímiles a partir de la máquina de escribir. La poesía se hace con los mínimos elementos y las estrategias de la comunicación de masas. Y así asoman poemas con seis patas de Salette Tavares, Aranha (1963), o la mínima expresión del boliviano Eugen Gomringer para su poema sobre la Rambla barcelonesa. “Avenidas / avenidas y flores / flores / flores y mujeres / avenidas y flores y mujeres y / un admirador”. Brossa irá con su propuesta Poema que acaba con la culata de una pistola y, no muy lejos en el espacio y el tiempo, el colombiano Antonio Caro con Colombia escrita con la grafía y el logotipo de Coca-Cola…
“No sabemos las vías de comunicación entre ellos; en muchos casos, no hay; en la mayoría es por correo”, sostiene Escoffet ante ejemplares de revistas francesas, también de la italiana Lotte poetica…, “pero perciben y conviven confluencias a pesar de no conocerse o tratarse poco”, enmarca en la que es una de las primeras grandes muestras de este fenómeno realizadas en Europa surgida del centro de estudios de la propia Fundació Brossa.
Para el caso del poeta catalán, le sirven en parte las antenas de sus colegas Guillem Viladot y, sobre todo, Josep Iglesias del Marquet: los tres estuvieron en la exposición de la poesía concreta de Lleida de 1971, nueve años antes de que Brossa empiece a ser ya ampliamente reconocido. Periodista también, Iglesias del Marquet fue profesor en EEUU y osciló entre el informalismo y el pop. Si del Viladot farmacéutico y psicólogo pueden apreciarse primeras ediciones de sus Poemes de la incomunicació, del otro hay una pequeña selección de las casi dos centenares de postales que, transformadas por él en collages, fue enviando entre 1964 y 1966 a su mujer Paulina Colomer desde EEUU. “Cuando regresó, el cartero nos preguntó que qué había pasado con esas cosas tan raras y divertidas”, recordaba ayer la viuda del poeta. Están junto a las también postales de los Artefactos de Nicanor Parra o a la famosa Baralla irregular de Brossa (los naipes españoles retocados por el poeta). Y no muy lejos de los Poemóbiles, del brasileño Augusto de Campos o la Bombeta-poema, la bombilla de Brossa.
Acaba la muestra con portadas de diez vinilos de poesía sonora de medio mundo y una selección de antologías de poesía experimental. ¿Qué ha quedado de todo ello? Para Escoffet, fue “gente que se avanzó mucho a su tiempo y su huella se puede reseguir en la música o en el diseño; en su época su impacto fue difícil de digerir, bajaron la poesía del pedestal, pero hoy los millennials los entenderán perfectamente”.
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