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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La vida en un ‘click’

Los Playmobil me pillaron tarde, no fui justo con ellos: no los usé; me molesta cómo perdí la capacidad de jugar

Carles Geli
Diorama en el Poble Espanyol: cada día se fabrican 3,2 'clicks' por segundo.
Diorama en el Poble Espanyol: cada día se fabrican 3,2 'clicks' por segundo.ALBERT GARCIA

"Pues al final ponme el Waffen-SS, uno del Afrika Korps y el del camuflaje invernal”, señala los tres muñequitos el treintañero de barba que creo que lleva una ajada camiseta con el nombre FC St. Pauli, el club de fútbol alemán antifascista y de izquierdas. Paga gustoso 60 euros. Qué cosas. Pero en la 6ª Feria de Clicks y Lego en el Poble Espanyol de Barcelona todo es felizmente chocante; los progenitores están más emocionados que los niños: una madre lleva la careta de un muñeco de Lego; una pareja de veintitantos largos, sin hijos, se hacen selfies entre un faraón y un soldado mongol de Playmobil gigantes, ensayando un abanico de poses que genera impaciencia a las 16 personas de la cola; un papá murmura a la oreja de mamá que convenza a la hija de que “el que nos iría mejor es el caballo marrón con crin blanca”, mientras la niña está más por remover entre las sirenitas rebajadas a 3,5 euros. Cómo no van a estar de oferta si en el mundo ya hay tres mil millones de estas figuritas, me pregunto.

También me interrogo qué hago aquí; la culpa, otro recuerdo de infancia: últimamente pellizcan cada vez más. Ahora es una caja de Playmobil de guerreros medievales —rojos y grises en su rígida simplicidad, manos en forma de u, no giratorias, pelo quebrado— que había encima del armario del pomposamente llamado cuarto de los juguetes de casa. Quedaron en su caja, casi por estrenar, a diferencia de los dos botes circulares de detergente Colón donde se amontonaban despintados soldados de la Unión, sudistas, indios y alguna empalizada del Fort Apache de Comansi.

Eran de los primeros Playmobil que se comercializaban en España, allá por 1976. Me pillaron tarde: tenía ya 13 años, pero aún hoy creo que no fui justo con ellos porque no los usé casi; me molesta cómo perdí la capacidad de jugar; me molesta que mis padres no me vieran disfrutar con ellos y se gastaran un dinero que no sobraba y que no amorticé. El final de la infancia… Los Lego ni entraron en casa: aterrizaron en 1978 y a los 15 años mis juegos pasaban por las féminas que habían introducido para convertir el instituto en mixto.

En la fiesta de Clicks y Lego del Poble Espanyol de Barcelona, un muñequito Guardia Civil se vende al lado de otro con ‘estelada’ y lazo amarillo

Bajo el gigantesco toldo de la plaça Major del Poble Espanyol hace calor en este sábado de veroño; cada vez hay más críos y adultos arremolinados ante los tenderetes, pero no, no es una reverberación: un guardia civil, con su tricornio, está al lado de uno con pantalones azules y camiseta blanca con la estelada y un minúsculo lacito amarillo. “Hay gente que monta un pollo enseguida, pero mira, yo vengo de Sevilla y los tengo de todas las preferencias”, dice Felipe, que, con paciencia, documentación y una pócima que no desvela, pero en la que son cruciales el betún y la grasa de caballo, es quien va costumizando los Playmobil, a “35-40 minutos por muñeco”. Es el que ha vendido el trío nazi. Por ahí asoma Hitler (de regusto charlotiano), un Darth Maul galáctico, un anarquista de la Guerra Civil y unos soldados en helicóptero salidos de Apocalypse now. También vende por internet. No, Playmobil nunca le ha puesto trabas. “La base es siempre un Playmobil y luego es como los soldaditos de plomo: pintas, troquelas…”, dicen en otro tenderete donde también customizan (ahí están unos soldados españoles de los últimos de Filipinas).

Choco con un fornido adulto con camiseta de Legoland Deutschland, con una de las bolsas cargadas de muñecos que acarrean las madres y, analógico que es uno, con el Hidden side, último invento de Lego: si escaneas con el móvil un QR visualizas fantasmas en una casa encantada allí expuesta… Lo leo como señales para que deje la zona y visite el concurso de dioramas y, de camino, ver qué tal se me da la gincana: hallar cinco Playmobil gigantes prófugos (lógico: acaban visitando la feria unas 15.000 personas) que se han escondido por el Poble Espanyol: un excursionista, una pareja de bailaores flamencos, una princesa y un Sant Jordi.

Fuera de un alud brutal de turistas, no me cruzo con muñecote alguno, pero los dioramas (30.000 piezas y 1.800 horas de montaje para los Playmobil; 400.000 piezas y 5.000 horas para los Lego) compensan: la guardia pretoriana bajo el Arco de Triunfo, cercano a un circo atestado (más de mil piezas) o un concierto de pop, con sus pantallas minigigantes activas, música y tan real que hasta un policía detiene a una persona. “Están en una rave”, ilustra a su retoño una madre, otra de los adultos que se agolpan en la recreación del segundo atraco de la televisiva La casa de papel. Impresionan las batallas de Yorktown entre franceses e ingleses (1781) o la retirada de Napoleón tras la del río Berézina (1812), con cañones funcionando con algodón y lucecitas rojas, pero me quedo paralizado en una muy modesta, La revuelta de las manos fijas: son piezas como las mías de los 70 y 80, luchando contra sus homónimas de manos ya móviles… ¡Qué metáfora!

Se fabrican en el mundo por segundo 3,2 muñequitos de Playmobil (click, en el argot, si es chico; clack, si es fémina, pero éste nunca cuajó). Más que personas nacen, dicen. Con la cifra y la miríada de los que he visto, regreso a casa, no sin antes sucumbir en un tenderete con muñecos Lego, pero dudo entre un Batman de tres euros y otro de nueve. ¿No son idénticos? “El de tres es falso, pero de tan bien hechos que están tenemos la teoría de que los fabrica la misma Lego sin logotipo para evitar competencia”, me ilustra el vendedor. ¿Cómo saber si es el genuino? “Hay que desmontarle el torso y ver si lleva la marca Lego entre las piernas”. Mirarle el sexo como si fuera un pollito, me parece entender entre la gente.

En casa, el diminuto Batman se une a una creciente familia de hombres murciélago de toda condición y a un solitario samurái, mi yo ronin. La cosa empezó hace un par de años. No llegan a la decena. Sin prisas, sin obsesiones. Los muevo lentamente, con cierta melancolía, acompañados por un tarareo hijo del cine de Christopher Nolan… No sé qué significa todo eso. Han pasado casi dos semanas desde la feria y aún no me he atrevido a desmontar el Batman; ya tengo bastante con el recuerdo de los clicks encima del armario.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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