La alargada sombra de Modest Urgell
El Museu d’Art de Girona reivindica al pintor de cementerios y paisajes tristes como referente para artistas como Anglada Camarasa, Joan Miró y Dalí
Si el gran fotógrafo Leopoldo Pomés no hubiera fallecido a finales de agosto es posible que hubiera viajado a Girona para ver la exposición sobre Modest Urgell (Barcelona, 1839-1919) que ha abierto sus puertas en el Museu d’Art de Girona. Pomés sentía pasión por este pintor de paisajes de gran formato, casi siempre marinas, calles de pueblo, ermitas y cementerios. Todos paisajes románticos, desolados, con pocas o ningunas figuras, en los que predominaban edificios abandonados y en ruinas en los que aparece un sempiterno ciprés, siempre bajo luces crepusculares y melancólicas; unos temas que repitió una y otra vez y que le valieron el calificativo de que pintaba “más de lo mismo” y “lo de siempre”. Pomés, después de descubrirlo de niño adquirió con 31 años una de sus enormes obras ¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!, que colgó en su estudio. Un lugar enorme y luminoso que, años después, descubrió que fue el mismo donde Modest Urgell había pintado esa misma obra.
El fotógrafo representa como pocos el interés que siempre ha suscitado Urgell. Por un lado, sus paisajes de gran formato se convirtieron en signo de distinción y de buen gusto para las clases pudientes que, como Pomés, las colgaron presidiendo sus salones. Por otro, influyó de forma inopinada en artistas que vinieron después que admiraron su obra y la asimilaron, como Anglada Camarasa, Hernández Pijoan, Joan Ponç, Joan Miró y Salvador Dalí, entre otros.
De todo eso va la exposición que se ha inaugurado de Girona Modest Urgell. Más allá del horizonte; el acto central del centenario de la muerte del artista con la voluntad de recuperarlo y dar a conocer y difundir su obra y cómo otros artistas se sintieron vinculados a él. “Fue uno de los más admirados y cotizados de finales del siglo XIX y comienzos del XX, exponiendo en España y fuera. Pero paradójicamente, es uno de los menos estudiados. De hecho, no existe ninguna tesis doctoral sobre él, ni un catálogo razonado de su obra”, explica Carme Clusellas, directora del Museo d’Art de Girona (uno de los centros que más obras conserva del pintor), responsable del año Modest Urgell y comisaria, junto a Miquel-Àngel Codes, de la muestra que han reunido lo bueno y mejor de su producción, algo que ha comportado más de un dolor de cabeza, como el hecho de que sus mejores obras tienen un tamaño enorme, de tres metros de largo por metro y medio de ancho.
“La exposición cuenta con piezas fundamentales como Costes de Catalunya, proveniente del Prado, reconocida con una mención honorífica en Madrid en 1864 y significó un cambio de rumbo en el reconocimiento del artista y Toque de oración, de 1876, que está en el MNAC, por la que pasó a ser un artista demandado, cotizado y copiado”, asegura Clusellas, que, tras negar que sea una retrospectiva, destaca cómo incide en momentos claves de su vida “como su estancia pionera en París, mucho antes de los modernistas catalanes. También en la localidad balneario de Berck, cerca de Calais, donde luego viajaron Manet, Boudin y Lepic; un lugar que le marcó por los horizontes bajos y cielos cargados de atmósferas sutiles que desde entonces estuvieron presentes en su obra”.
Desde la década de los años sesenta y durante medio siglo Urgell no paró de dar vueltas por Cataluña “petita, rónega, desmantelada, sense flors ni plantes, sense bocos ni montanyas, ni vernedes: aquesta Cataluña quiera, trista y solitaria”, escribió en 1905. Una de sus obras más destacadas, presente en la muestra, es Girona, que pintó en 1881 para Alfonso XII; una pintura que comparte pared con la primera versión, más reducida, del museo de Girona. “En vez de pintar la batalla, optó por una composición más alegórica en la que están presentes el laurel, símbolo de renacimiento, las murallas en pie y un águila, símbolo napoleónico, que huye”, explica.
La muestra ha reunido un total de 45 obras, 33 de ellas salidas de los pinceles de Urgell, provenientes de museos como el Prado, la Colección Carmen Thyssen Bornemisza —la baronesa ha sido siempre una gran defensora y coleccionista del pintor—, el Museo Víctor Balaguer de Vilanova, colecciones de bancos como el Santander y el Sabadell, Patrimonio Nacional y la Fundación Joan Miró y el MNAC, entre muchos otros.
Influencias
Al final del recorrido es perceptible el influjo de los temas que tanto le gustaban pintar a Urgell. No solo en alumnos suyos de la Llotja de Barcelona, donde fue profesor desde 1894, como en su hijo Ricardo Urgell. También en otros como Hermen Anglada Camarasa, que siempre lo consideró su único maestro y Joan Miró. “Siempre le obsesionó la pintura crepuscular de su maestro, y se quedaba absorto viendo el enorme cuadro que estaba presente en el vestíbulo del Hotel Majestic de Barcelona”, explica Clusellas. No hay duda de la influencia cuando se ven juntos los dos enormes Poble de nit (1880), de Urgell, y Sense titol, de Miró, de 1973, proveniente de la Fundación Pilar i Joan Miró a Mallorca, en la que predominan el horizonte bajo, la silueta negra de los edificios y la luna en mitad del cielo. El mismo Miró lo dijo: “Tres formas que se han convertido en obsesiones para mí representan la impronta de Urgell: un círculo rojo, la luna y una estrella”, explicó el creador de las Constelaciones.
Joan Ponç es autor de varios cementerios realizados en homenaje a Urgell; uno de ellos de 1975 está presente en la muestra junto a Pati con ciprés, de Joan Hernandez Pijoan (1986). No ha podido reunirse con una obra de Dalí La carreta fantasma que pintó el de Figueres en 1933 en la que la línea del horizonte y las pocas figuras recuerdan, y mucho, a Urgell. De hecho, Dalí, como le ocurrió a Pomés, se hizo con una enorme tela de Urgell, Cementerio, de casi tres metros de largo, que tuvo entre su colección particular con las obras suyas que acabó regalando a Gala. Tras su muerte, en 1989, la obra puede verse en el Teatro-Museo Dalí de Figueres.
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