Evaluaciones
Los países critican a la OMS, pero son ellos quienes ignoran sus alertas
Nos llevará años, esperemos que no muchos, extraer las lecciones de la pandemia. Los periódicos de referencia, los economistas de gama alta y finalmente los historiadores contemporáneos examinarán la cuestión desde todos los ángulos relevantes y emitirán su sentencia definitiva. Pero el propio SARS-CoV-2 nos está enseñando a pensar deprisa para reaccionar a sus caprichos letales –”el cabrón”, le llaman en el Centro Nacional de Biotecnología— e incluso a anticiparnos a los próximos machos caprinos que puedan venir. Dos millones y medio de muertes en el mundo y una caída del PIB que en España se calcula en un 11% en 2020 dan que pensar incluso a un político atrapado en el panal de rica miel del electoralismo. La idea no es que este virus lo cambie todo para que todo siga igual, como diría Lampedusa. La idea es estimular la inteligencia política de la visión a largo plazo, es decir, más allá de una legislatura. Una ardua labor.
Los dos grupos auditores coinciden en que la OMS se retrasó una semana en declarar el máximo nivel de emergencia
¿Qué hemos hecho mal en esta pandemia? No se trata de meter el dedo en el ojo a nadie, sino de identificar los errores para corregirlos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) se comprometió el año pasado, en una iniciativa insólita, a examinar sus propios fallos, no solo por un comité interno sino también por un panel de científicos independientes. Es cierto que esta evaluación fue estimulada en parte por los ataques virulentos del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que dedicó lo mejor de sus esfuerzos a desprestigiar a la agencia de Naciones Unidas y yugular su financiación. Pero esa es solo la mitad de la historia, porque la evaluación hubiera sido una joya incluso en ausencia de Trump, y ojalá se imponga como una práctica general en los gobiernos occidentales. Ninguno, por cierto, lo ha hecho hasta ahora. Pero las auditorías internas e independientes deberían convertirse en una religión laica para los responsables políticos.
Los dos grupos auditores coinciden en que la OMS se retrasó una semana en declarar el máximo nivel de emergencia (PHEIC, siglas inglesas de emergencia de salud pública de alcance internacional). Si incluso el comité interno está de acuerdo en eso, la conclusión va a misa, como se dice en el gremio periodístico cuando una información está por encima de toda duda razonable. Una semana puede parecer poca cosa, pero en el estallido exponencial de una pandemia supone miles de casos evitables de contagio. Esto fue un error de la OMS y no hay mucho más que discutir.
El fallo más importante hace un año, sin embargo, no fue ese retraso de una semana imputable a la OMS, sino la sordera pertinaz de los gobiernos occidentales a la señal de alarma, una sordera que persistió durante dos meses y que no presagia nada bueno para las pandemias del futuro. Todos los países estamos encantados de exigirle a la humillada e infrafinanciada OMS una mayor eficacia, pero al final somos nosotros, los países ricos, quienes ignoramos sus advertencias y señales de alerta. Este sí es un problema grave.
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