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Atapuerca
Tribuna
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El humano más antiguo de Europa: prehistoria que hace historia

Gracias al nuevo hallazgo, podremos conocer ahora en qué momento surgió aquel homínido en quien, al mirarnos a la cara, nos reconoceríamos a nosotros mismos

Cara humana mas antigua Europa
Presentación del descubrimiento de la cara del primer europeo, en el yacimiento de Atapuerca, hoy.Samuel Sánchez

De nuevo, la prehistoria hace historia, y España se encumbra en el pódium de la ciencia internacional con el hallazgo de la cara humana más antigua jamás conocida en el registro fósil de toda Europa. Si hace 30 años, un aficionado a la paleontología hubiera introducido los términos “humano”, “millón de años” y “Europa” en el buscador, se hubiera encontrado con un lacónico “la página no existe” porque simplemente no había nada que enseñar. Poco después aparecerían en la Gran Dolina de Atapuerca los fósiles asignados a una nueva especie, Homo antecessor, con 860.000 años, con la que el buscador comenzaba a consolarnos con un mensaje más amable anunciando una “página en construcción”.

Algo más de 15 años después, en 2007, el yacimiento de la Sima del Elefante proporcionaba una mandíbula humana de nada más y nada menos que 1,2 millones de años de edad, con lo que ya teníamos una página a todo color e incluso una entrada en la Wikipedia sobre el cuándo de los primeros humanos europeos. Pero Atapuerca no tiene fin. Hoy, la Sierra mejora sus tiempos y como en un maratón pleistocénico vuelve a batir su propio récord presentando al mundo los huesos de la cara de un individuo que habitó nuestro continente hace aproximadamente 1,4 millones de años. Homo antecessor era, en su tiempo, la evidencia más antigua de una cara “moderna”, plana, más parecida a la nuestra que el rostro simiesco de nuestros ancestros. Gracias al nuevo hallazgo, podremos conocer ahora en qué momento surgió aquel homínido en quien, al mirarnos a la cara, nos reconoceríamos a nosotros mismos.

Pero hay algo más. En el contexto de la abundancia y excelencia de otros yacimientos de Atapuerca, como la Gran Dolina donde se encontró Homo antecessor, o la exuberancia de la Sima de los Huesos ─donde hasta una treintena de individuos preneandertales se acumularon en lo que puede ser la evidencia más antigua de práctica funeraria─ seguir excavando durante una veintena de años un yacimiento en el que “apenas salían más que aves y tortugas” es el mejor exponente de la perseverancia y conocimiento del equipo en el que he tenido la suerte de crecer y formarme.

Hay un factor indudable de suerte en el hallazgo de fósiles, pero esta diosa fortuna se encuentra a un equipo que lleva más de cuarenta años afaenado y empeñado en no dejar nada al azar. En Atapuerca no se excava esperando a ver si sale algo, sino esperando cuándo o cómo sale lo que esperamos que tiene que estar ahí. Cuatro generaciones de investigadores formados en su seno ─geólogos, arqueólogos, paleontólogos, geocronólogos─ hemos aprendido a leer las señales que la Sierra nos da sobre dónde y qué hay que buscar, a descifrar las voces atávicas que, como en el Pedro Páramo de Juan Rulfo estaban “cerradas en los huecos de las paredes o debajo de las piedras”, “voces tan claras que las reconoces, como si se filtraran entre las grietas y las descarapeladuras” de su caliza cretácica ancestral. Hay un algo de realismo mágico en la abundancia, casi obscena, de la Sierra de Atapuerca, pero es una magia sembrada sobre el abono pragmático de la apuesta sostenida y sistemática por la ciencia, y el premio a una carrera de fondo, vocacional, que hoy recoge sus frutos de oro y hueso.

María Martinón es paleoantropóloga y dirige el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana en Burgos.

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