La cerámica dibuja las fronteras del primer Estado de Europa occidental
El Argar tenía un sistema centralizado de producción y distribución de sus vasijas y objetos de barro fabricados con arcillas de un mismo lugar


Mientras en oriente, Egipto iniciaba la fase del Imperio Medio, Hammurabi levantaba el Imperio babilónico y en Creta florecía la cultura minoica de los Primeros Palacios, en Europa occidental aún estaban saliendo del Neolítico, salvo en el sureste de la Península ibérica. Entre el norte de la actual Almería y el sur de lo que hoy es Murcia emergió la cultura de El Argar hace algo más de 4.000 años. En unas pocas décadas alcanzó su máxima extensión, ocupando una superficie similar a la de Cataluña. Dominadores de la minería del cobre y apoyados en una producción extensiva de cereales en los llanos, los argáricos ya tenían clases sociales y una especie de parlamento aristocrático. Se conocen decenas de ciudades y centenares de asentamientos, pero no se sabía hasta donde llegaba su poder. El estudio de su cerámica ha permitido conocer ahora los límites de aquella civilización.
“En la Edad del Bronce, la cerámica era como el plástico de hoy, era el bien más común de la época”, dice Adrià Moreno Gil, investigador del Instituto Max Planck de Antropología Social (Alemania). “La usaban para comer, para cocinar, para almacenar, para transportar... hasta para enterrar a sus muertos”, añade Moreno Gil. Es una de las cosas que hace especial a estas gentes. Enterraban a los suyos en sus casas, a veces dentro de grandes cántaros. Como sucede con casi toda cultura antigua, la cerámica argárica tiene unas formas, diseños y estilo propios. La arqueología clásica ha venido usando estas diferencias formales entre unas cerámicas y otras para definir a las distintas culturas. Pero el estilo no cuenta nada de hasta dónde llegó cada una de ellas. Para saberlo, Gil Moreno y colegas de la Universidad Autónoma de Barcelona pusieron sobre el mapa 1.643 restos cerámicos de 61 asentamientos, unos argáricos y otros de grupos limítrofes. Los resultados de su trabajo los acaban de publicar en la revista científica Journal of Archaeological Method and Theory.
Como dice Moreno Gil, en Europa, “lo habitual eran producciones locales a pequeña escala para cubrir las necesidades también locales”. Incluso en los casos de formas presentes en todo el continente, como la del vaso campaniforme, “no fue que viajara desde un punto a toda Europa, sino que es un estilo de producción que se adopta en varias zonas, pero se produce localmente”, añade. Lo normal son producciones locales a pequeña escala. En El Argar, la cosa cambia. “Primero porque se estandariza, es decir, en el resto de la península tenemos una variabilidad de formas muy grandes. Como cada uno hace lo que puede o lo que quiere, hay formas muy distintas. En cambio, en El Argar tenemos ocho formas y las ocho las encontramos de todos lados”, destaca el arqueólogo. Además, hay un patrón repetitivo de capacidades que también se repite. “Eso nos habla de que la producción cerámica está mucho más regulada por un ente central o centralizante”, completa.

Pero vieron algo más. Lo cuenta Carla Garrido, investigadora de la Universidad Autónoma de Barcelona y coautora del estudio: “Tradicionalmente, desde la arqueología, se ha estudiado siempre desde un punto de vista estilístico, la forma de la pieza, el tipo de decoración, si está pintada... Pero las personas que nos dedicamos a estudiar la cerámica como elemento producido por el ser humano hacemos lo que se llama estudio de cadena operativa, estudiar todo el proceso que hay desde que tú obtienes la arcilla hasta que montas toda la pieza y acabas cociéndola”. Al estudiar la composición de la arcilla de los centenares de piezas recuperadas de los 61 asentamientos vieron que procedían de un único sitio, quizá dos, en el sur de la actual provincia de Murcia. Las cerámicas argáricas tenían como base arcillas de la Sierra de la Almenara, en el sur de la actual Murcia, extremo norte de la cordillera Penibética, y a mucha distancia de los asentamientos argáricos más al oeste.
“No hablamos de oro, ni de plata, ni metales, se trata de cerámica, además en cantidades altísimas” recuerda Garrido. Que un objeto cotidiano, con la necesidad de trabajo humano que comporta, se esté produciendo en un sitio y distribuyendo por un amplio territorio, a veces a distancias de unos cien kilómetros, “nos dice que la capacidad de control territorial y estructuras de distribución de materiales tenían que estar muy desarrolladas”, añade su colega Moreno Gil.
Esta centralidad y jerarquización de producción y la distribución es la pista que siguen para delimitar las fronteras de El Argar. “Una vez tenemos identificado y definido el tipo de pasta que usan, al estudiar los yacimientos de frontera, empezamos a ver cosas que ya no son habituales en el territorio argárico. Empezamos a ver cerámicas hechas por otros grupos, simplemente por el tipo de arcilla. Porque tenemos la suerte de que en El Argar todo es tan homogéneo”, explica Garrido. No solo logran delimitar así las fronteras, sino la propia expansión argárica: “Tener tan claramente definida la pasta argárica, nos ha permitido demostrar cómo se ha ido desplazando la frontera. Es decir, en qué momento empiezan a aparecer cerámicas argáricas con una presencia ya importante en algunos yacimientos hacia el norte”, concluye.

La frontera este de El Argar era el mar Mediterráneo, que también marcaba el límite sur. Al norte no llegaron más allá de la sierra de Crevillente (Alicante), pero es el oeste hacia donde se expande y donde la cerámica está ayudando a delimitar. Esta investigación solo la realizaron en una porción, en la cabecera y hasta el tramo medio del valle del río Segura. “Adrià recorrió 150 kilómetros de yacimiento en yacimiento”, cuenta Roberto Risch, profesor de Prehistoria en la Universidad Autónoma de Barcelona y autor sénior de esta investigación. “Pero hipotetizamos que El Argar tenía unos mil kilómetros de frontera”, añade. Y esperan que la cerámica los confirme. “Ser argárico no es solo enterrar tu gente en tus casas. Ser argárico no es solo tener unos impuestos. Si no, son esas ocho formas cerámicas, y no solo su forma, sino cómo están hechas. Toda la cerámica de esa cultura está hecha con la misma materia prima que viene de unas sierras muy concretas, que además son el territorio de formación [fundacional] de El Argar”, dice Risch.
El estudio de las cerámicas refuerza la interpretación de la sociedad de El Argar como una organización política y económica integrada y uniforme, con medios de producción y circulación de materias primas y productos mucho más desarrollados de lo que hasta ahora se había pensado. Para Risch, “estos resultados sustentan notablemente la hipótesis de que El Argar llegó a desarrollar las primeras estructuras de estado alrededor de 1800 a. C. en Europa occidental”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
