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Pautas contra la ecoansiedad provocada por la crisis climática: “Centrarse en el aquí y el ahora”

Los psicólogos ya tratan a pacientes con esta dolencia, sobre todo activistas, científicos y niños, frustrados por la inacción ante la deriva medioambiental del planeta

Jesús Lucero, ingeniero de 26 años y que sufre ecoansiedad, el pasado noviembre en la playa de la Patacona de Valencia.
Jesús Lucero, ingeniero de 26 años y que sufre ecoansiedad, el pasado noviembre en la playa de la Patacona de Valencia.Mònica Torres
Javier Martín-Arroyo

“Luchar por mejorar el estado del planeta me dejó sin energía, sin ganas de hacer nada, con desánimo al relacionarme con mi pareja, amigos y familia. Vivía una distopía por la que no merecía la pena luchar. Ahora la psicóloga me ayudará a delimitar esas líneas rojas en mi mente para no angustiarme”. Jesús Lucero es un ingeniero de 26 años que desde Valencia detecta vertidos de petróleo en el mar con satélites, y su preocupación por la crisis climática ha vaciado su ánimo hasta el punto de deteriorar su día a día. Para superar el bache ha buscado ayuda.

Hace años que el calentamiento global impacta en la salud mental de las personas y les genera ecoansiedad, un trastorno que sufren sobre todo aquellos que luchan en primera línea contra el cambio climático: científicos, activistas y educadores ambientales, pero también los niños, más sensibles a los mensajes que alertan sobre la cruda realidad, que los gobiernos no hacen lo suficiente para frenar el aumento de temperaturas y torna los daños cada vez más patentes.

Roto el tabú de padecer problemas de salud mental, cada vez más personas acuden a psicólogos para superar esa angustia que transmiten los datos sobre el calentamiento, y la ecoansiedad, también llamada solastalgia, es tratada como cualquier otra dolencia. “Para mí es una sombra, una preocupación constante. Lo he pasado muy mal, no podía dormir y no encontraba motivación. Ahora viene y va, pero medito para poder gestionarlo. Entre científicos no se habla abiertamente de la cuestión, pero sí percibo más negatividad y nos hemos vuelto más cínicos como vía de escape”, comenta una experta que recoge datos sobre el cambio climático y que pide anonimato. “Cada décima de grado más son millones de personas que van a sufrir y especies que se extinguirán”, recuerda.

La pandemia, la guerra en Ucrania y la inflación son vectores que este año han sumado para que se dispare la ansiedad entre la población. Un trastorno adaptativo que provoca insomnio, mayor nerviosismo, alteraciones en la alimentación, tensiones musculares, pensamientos cíclicos, dificultades para respirar y ataques de pánico en casos extremos. “La ansiedad se ha disparado. Intento que los pacientes aprendan a convivir con ella para minimizar sus efectos”, apunta Anna Romeu, presidenta de la sección de psicología de emergencias del Colegio Oficial de Cataluña y que ha tratado a pacientes ecoansiosos.

Katia Pirozhenko
La cooperante internacional Katia Pirozhenko, que ha padecido ecoansiedad, el pasado noviembre en un parque de Valencia.Mònica Torres

En paralelo, la preocupación medioambiental ha crecido este verano en España por la velocidad de los cambios, con temperaturas extremas, noches abrasadoras, sucesivas olas de calor, incendios devastadores y restricciones de agua. La información sobre el calentamiento global, casi siempre negativa, se añade al hecho de que ahora los efectos de sufrir un clima más cálido se han sentido en carne propia. Con todo, España ha padecido fenómenos meteorológicos intensos, pero no tan drásticos como los huracanes en el Caribe o las inundaciones que en agosto arrasaron 1,7 millones de hogares y afectaron a 33 millones de personas solo en Pakistán.

“Toda la tierra de mi familia fue sepultada bajo agua. Yo no sufro ecoansiedad, que es un miedo racional, sino estrés postraumático, después de perder a cuatro primos en las recientes inundaciones, hablamos de ese tipo de sufrimiento. ¿Dónde se supone que debemos ir cuando el planeta Tierra no es un lugar seguro? Cuando el cambio climático llama a tu puerta, no puedes negar que ocurre, no puedes huir de un huracán. Es solo cuestión de tiempo que España padezca lo que ahora padece Pakistán, los negacionistas solo tienen que mirar más allá de sus fronteras”, augura por teléfono desde la cumbre del clima celebrada en noviembre en Sharm el Sheij la activista climática paquistaní Ayisha Siddiqa.

Adelantándose a los peores síntomas en sus plantillas y para evitar una diáspora forzada, en España ya existen ONG que han tomado medidas para prevenir la ecoansiedad y evitar que sus trabajadores acaben quemados y de baja por enfermedad y agotamiento. Greenpeace tiene un grupo de terapeutas disponibles todos los días del año para atender y cuidar a sus empleados, bombardeados por las malas noticias pero necesitados de mucha energía para desplegar campañas que fuercen a los Gobiernos y multinacionales a cambiar de rumbo.

Desde hace tres años, un millar de activistas han asistido a 30 talleres para empoderarse y recibir pautas y trucos en la gestión emocional ante el sufrimiento mental. El diagnóstico es común: una sobrecarga de trabajo “infinita”, un nivel de autoexigencia “espeluznante” y la sensación autoimpuesta de que tienen un difícil cometido que cumplir. “Esta misión es tan faraónica que es parte del problema, sienten una urgencia por actuar y hacerlo bien, con impacto, frente a movimientos políticos viejos. Son personas que tienen muy poco descanso y al tiempo mantienen una lucha muy etérea, sobre todo en Europa”, explica Pablo Chamorro, ambientólogo especializado en gestión emocional y director de estos talleres.

Pablo Chamorro, ambientólogo que imparte talleres sobre gestión emocional, en una dehesa en Moralzarzal (Madrid), el pasado noviembre.
Pablo Chamorro, ambientólogo que imparte talleres sobre gestión emocional, en una dehesa en Moralzarzal (Madrid), el pasado noviembre. Samuel Sánchez (EL PAÍS)

La mayoría de estos activistas son jóvenes y ante la falta inmediata de resultados y respuesta por parte de los gobiernos, es habitual que experimenten frustración e incluso culpa por no hacer lo suficiente, echándose a la espalda la responsabilidad por la inacción internacional. La clave para salir a flote ante tanta oscuridad es compartir sus sentimientos con los compañeros y conectar con emociones más profundas mediante la reflexión y la meditación, para así relativizar y comprender que la acción individual es suficiente y valiosa. “Los jóvenes están en un sprint permanente y esto es una maratón, no podemos hacerlo todo. La obsesión por el objetivo hace que se olviden de quién está detrás del objetivo”, explica Chamorro. El psicólogo clínico Juan Cruz añade como recomendación seleccionar bien y dosificar las noticias, además de dar paseos conscientes por la naturaleza para entrar en entornos equilibrados y “centrarse en el aquí y el ahora”.

Greenpeace tiene 127 empleados, pero también 800 voluntarios en 30 grupos locales repartidos por el país, para los que tiene una escuela de activismo desde donde genera pautas de autocuidado. “Noto un aumento de la ecoansiedad, sobre todo en menores de 35 años, y la mejor vacuna es la acción colectiva, empoderarnos, porque hay un riesgo psicosocial ante tantas agresiones”, resume su directora ejecutiva, Eva Saldaña.

Hace tiempo que Naciones Unidas alerta de cómo la crisis climática afecta a la salud global debido a los combustibles fósiles, pero el impacto sobre la mental está todavía pendiente de una mayor evaluación. Hace un año, una investigación de The Lancet, con 10.000 jóvenes de 10 países, concluyó que el 45% de los encuestados admitía que los sentimientos negativos sobre el cambio climático perjudicaban su desempeño en la vida diaria. El 83% pensaba que la población había fracasado al cuidar el planeta.

Ansiedad infantil ante el reto climático

Esta afección mental de los jóvenes y niños la comprueba a diario Nuria Casanovas, psicóloga infantil y formadora de Girona, que desde hace un año trata a 12 niños afectados de ecoansiedad. Los menores reciben mucha información para reciclar y estar concienciados de cuidar el medio ambiente, pero ningún recurso para gestionar la ansiedad e impotencia que les genera comprobar que sus acciones no frenan el calentamiento global, explica. Por suerte, tras varias sesiones, los niños mejoran en su frustración y se agarran a las soluciones facilitadas gracias a su plasticidad neuronal. “Muchos niños están muy afectados por la información desde los medios y la escuela, pero también por comentarios que pensamos no escuchan. Hay que mostrarles que el mundo es así, pero vivirlo sin impotencia y dándoles técnicas de respiración y gestión de sentimientos para desarrollar cuanto antes la autogestión y así desarrollar una inteligencia emocional. El objetivo es mirar en positivo y protegerse a nivel emocional de futuras angustias. Cuanto antes se fomente, antes se integra en su personalidad”, ilustra Casanovas, vicepresidenta de la junta de intervención social del Colegio de Psicología de Cataluña.

El pasado verano Katia Pirozhenko, cooperante internacional rusa de 25 años y residente en Valencia, acudió al proyecto 1Planet4All de Ayuda en Acción y cambió de chip tras encontrar cobijo en otros 28 jóvenes que compartieron sus sentimientos sobre la deriva del planeta: “Nos atacan por ser de la generación Z y somos jóvenes que crecimos con el temor de que nos espera la catástrofe climática. Somos de carne y hueso y tenemos preocupaciones sobre el futuro que nos desconectan del presente. Es necesario generar un diálogo intergeneracional para evitar que los hijos no se sientan entendidos por sus abuelos con prejuicios y que haya cortes de relaciones en las familias”, alerta. El ingeniero Lucero concluye esperanzado: “No solo nos gusta abrazar árboles, sino que nos preocupa el mundo que dejaremos a las próximas generaciones. Porque soy parte de la solución y tengo energía para luchar por la justicia climática”.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.

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