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CRÍTICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otra vez camino de la cama

La cinta encarna el paradigma de película que opta por no plantearse, ni plantear, ninguna clase de problema

Desde un cortometraje tan temprano como Amo mi cama rica (1970), el lecho —no necesariamente conyugal— es esa atalaya que reaparece periódicamente en la filmografía de Emilio Martínez Lázaro para efectuar ligeros diagnósticos sobre el estado de la perpetua guerra de sexos. En las mejores ocasiones, la cama ha sido un afortunado limbo donde la comedia costumbrista madrileña entraba en epidérmica promiscuidad con lejanos ecos de la Nouvelle vague, o proponía estimulantes ejercicios de estilo alrededor de un humor auto-castigador a lo Woody Allen filtrado por las maneras de creadores más jóvenes como David Trueba y Martín Casariego.

La montaña rusa

Dirección: Emilio Martínez Lázaro.

Intérpretes: Verónica Sánchez, Alberto San Juan, Ernesto Alterio, Luis Bermejo, Ara Malikian.

Género: comedia. España, 2012.

Duración: 110 minutos.

La montaña rusa, coescrita por Martínez Lázaro y Daniela Féjerman, parece proponerse como puesta al día de ese registro: la nueva entrega de un discurso intermitente que, aquí, coloca el sempiterno triángulo —interpretado por Verónica Sánchez, Alberto San Juan y Ernesto Alterio— sobre un telón de fondo de (aparente) frigidez emocional, algo que podría haber dado pie a una pertinente comedia sobre las bajas temperaturas venéreas de la contemporaneidad.

Desafortunadamente, la película acaba siendo el anacronismo que su propio cartel sugiere. El personaje de Ernesto Alterio —el payaso que entra en la pareja— apunta, a ratos, un potencial inquietante que La montaña rusa prefiere no explotar, porque encarna el paradigma de película que opta por no plantearse, ni plantear, ninguna clase de problema.

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