Morir en La Habana
Armas Marcelo dota de voz a unas calles con el tiempo suspendido en el aire y a la vez te aplasta
La elección del personaje protagonista, a la vez el narrador de esta historia (lo que implica mirada y voz), es un gran acierto de Juan José Armas Marcelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1946) en su última novela, Réquiem habanero por Fidel. Por más de una razón. Se trata de Walter Cepeda, coronel retirado de la Seguridad del Estado, un seguroso a quien en los últimos años de su vida le habían permitido hacer de taxista para seguir siendo los ojos y los oídos de la revolución, un hombre con un lejano vínculo con los Castro, que nunca perteneció al "cogollito", pero que en ocasiones asistió a algún momento cumbre de la reciente historia cubana, que creyó en el ideario y los principios que llevarían al "hombre nuevo", y que ahora espera al pie del cañón ver llegar en tropel a "toda esa banda interminable de gusanos que creen que por que Fidel se muera se manda a parar todo este asunto". Ese hombre, un jubilado que no ha perdido la memoria, recibe una llamada de su hija (emigrada o exiliada en Barcelona) para confirmar el rumor que corre sobre la muerte de Fidel.
Éste es el acicate que impulsa una "relación" agitada y vivaz, llena de inflexiones, desordenada, al modo en que se pasean libremente los recuerdos en los soliloquios y autoanálisis, pues por momentos el relato adquiere el tono de una confesión y de un réquiem por sí mismo, siempre cargado con toda la fuerza expresiva de la oralidad. La voz es el gran acierto de esta novela, una voz muy bien modulada, y cuyo timbre intensifica el sentido de lo que se cuenta. Es la voz de la calle, la que se oye en La Habana, esa ciudad tan habladora y vocinglera siempre bañada en rumores que suben y bajan, voces que “dicen una cosa y su contraria al minuto siguiente” sin que nunca pase nada, "esa es la vaina", porque "aquí el tiempo está suspendido en el aire pero al mismo tiempo el tiempo corre que es una barbaridad y cuando menos te lo esperas te aplasta". Éste es el tono del relato, modulado también por el quiebro de la duda, tanto como por el recuerdo del miedo y del "yuyo", y de algunas imágenes imborrables, pues en última instancia la historia (centrada fundamentalmente a partir de los años setenta del pasado siglo) se nos cuenta desde la vida cotidiana del protagonista. Y se iluminan también los recovecos de los héroes.
Luces y sombras jalonan un relato agujereado a rachas por la certeza de no haber vivido lo que se pudo vivir
Y así, a la par que recordamos algunos episodios, muy centrados en su mayoría en la disidencia intelectual —el caso Heberto Padilla es el más destacado, pero también están Virgilio Piñera o Jesús Díaz— o en la huida y la negación de la gente corriente, más el espeluznante relato de la represión que culmina en las ejecuciones de 1989 —casos Ochoa y Tony de la Guardia—, que hundieron al propio Cepeda en una crisis irreversible, sabemos de su fracaso como hombre, con un divorcio a cuestas y una hija deslenguada e irreverente como otros vástagos de los “padres de la patria”, y un hermano instalado en Miami.
Luces y sombras jalonan un relato agujereado a rachas por la certeza de no haber vivido lo que se pudo vivir "y ya se fue todo para la pinga", por el asombro y la estupefacción ante los signos de apertura del régimen —estupenda la evocación de la visita del papa Wojtyla, con Vázquez Montalbán de cronista—, y por la propia soledad. En última instancia, es el hombre —las gentes— quien da la pauta de los derroteros de la revolución. Este Cepeda de Armas Marcelo, por ejemplo, que sabe que la tristeza es el primer paso del miedo al que seguirá el pánico, antesala del suicidio, y que, para no morir del todo, decide resoñar lo vivido. La atmósfera onírica del final de la novela es otro acierto indiscutible.
Réquiem habanero por Fidel. J. J. Armas Marcelo. Alfaguara. Madrid, 2014. 339 páginas. 18,50 euros (electrónico: 9,99)
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