Arte, armas y letras
Garcilaso de la Vega, Ingres y Goya forman parte de la historia de esta estirpe
1. Poesía. No habían empezado apenas a encumbrarse entre lo más alto por Enrique IV, que les concedió el ducado en 1469, cuando los miembros de esa vieja estirpe castellana linajuda de origen godo, los Álvarez de Toledo, ya destacaban por cumplir el ideal cortesano de conciliar las armas y las letras. Así lo acreditaron la flor y nata de la lírica renacentista española, Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, arrancando este último sus Églogas, dedicadas al virrey de Nápoles, don Pedro de Toledo (Alba de Tormes, 1484-Nápoles, 1532), con los siguientes versos: "Tú, que ganaste obrando / un nombre en todo el mundo / y un grado sin segundo, / ahora estés atento y solo y dado / al ínclito gobierno del estado / albano, ahora vuelto a la otra parte, / resplandeciente, armado, / representando en tierra al fiero Marte…".
2. Ascenso. Como quiera que la buena estrella de los primeros duques no les abandonó en el momento crucial del creciente poderío español, durante los reinados de Carlos V y Felipe II, intervinieron con éxito en las empresas militares más decisivas y fue creciendo en consonancia su influencia y riquezas, convirtiéndose, tras la brillante trayectoria del III duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo (1507-1582), que pasó a la historia de nuestro país con el merecido apelativo del "gran duque", en una de las casas de mayor abolengo de una vez para todas. Con su imparable ascensión, y con los consiguientes enlaces matrimoniales con otras principales familias, fue aumentando en igual medida su cada vez más formidable patrimonio artístico.
3. Decadencia y resurgir en la Ilustración. No obstante, el esplendor de los Alba se resintió un tiempo, pues no dejó de ir parejo con la decadencia española, por lo menos, hasta el renacer de ambos durante el siglo XVIII, cuando se hizo notar en todos los sentidos el XII duque, don Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, hombre ilustrado, amigo de Rousseau, y abuelo de ese singular personaje que fue María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII duquesa de Alba, casada con su primo el marqués de Villafranca, la cual se convirtió en la figura estelar de la vida social y cultural de la corte en el reinado de Carlos IV.
4. Goya. Involucró en su esplendor a Goya y dando pábulo a unos legendarios amoríos entre ambos que nunca han podido ser corroborados. De todas formas, esta hermosa, inquieta, vivaz y muy atrevida mujer, que, nunca mejor dicho, se ponía el mundo por montera, como así lo confirma su pasión por los toros y su preferencia por el mítico torero Costillares, fue tan íntima con las artes, las letras y la vida popular en clave del majismo, que no solo acogió a Goya de principio a fin, llevándole y trayéndole a todos sus rincones de Piedrahita y Sanlúcar o los varios palacios madrileños, sino que le propuso, cierta vez, que la maquillase el rostro, como, muy ufano, le comunicó el pintor a su amigo Zapater. Todos estos desplantes fueron luego transformados, otra vez, por vía legendaria, en que la duquesa posó en bolas para la célebre Maja desnuda, lo cual, "si no fue verdad, es todo un hallazgo", porque, como buena aristócrata, carecía de pudor, esa virtud eminentemente burguesa. El problema de las relaciones entre la duquesa y Goya, fuera cual fuese su contenido erótico, es que nos tapan el múltiple rosario de su implicación con las muy diversas artes, la literatura, el teatro, la música, la danza y, claro, también, las bellas artes, que no se restringen a la pintura, además de que fue uno de los primeros ejemplos históricos de pasión por el pop-art.
5. Nuevas adquisiciones. Muerta todavía en plena juventud y sin descendencia, el azar, que teje nuestros destinos de manera imprevisible, transformó lo que parecía, desde el punto de vista artístico y heráldico, una catástrofe en una copiosa aportación, porque el ducado fue a parar a su sobrino Carlos Miguel Fitz-James, duque de Berwick, en 1802, notabilísimo coleccionista de arte, que no solo acrecentó con su dote la de los Alba, sino que la implicó con el arte contemporáneo internacional, pues encargó al francés Ingres una serie de cuadros en exaltación de las hazañas del "Gran Duque" en los Países Bajos, una comisión muy oportuna porque la "leyenda negra" se había cebado con su memoria, no se sabe bien si porque lo bien que lo hizo produjo muchos males o viceversa, según con el cristal que se mirase.
Hay, en fin, que llegar hasta Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII duque de Alba, el padre de la recién fallecida Cayetana, para apreciar el rebrote de la pasión artística responsable, pues no solo se preocupó por restaurar y acrecentar el patrimonio artístico familiar, sino que se transmitió esa misión a su hija, en tantos aspectos muy similar a su ancestral antepasada que pintó Goya. La duquesa Cayetana, en efecto, replicó muchas de las querencias y cualidades de María del Pilar Teresa Cayetana de Silva, aunque no tuviese la oportunidad de trocar a Goya por Picasso, pero, siguiendo la estela paterna, creó una fundación con el legado familiar, y siguió frecuentando el mundo intelectual y artístico, por no hablar de que compró obras de artistas españoles de vanguardia y algunas de extranjeros de renombre, como Renoir y Chagall. Por último, quienes conocíamos a su segundo marido, Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate, personalidad de abundantes talentos y riquísima cultura, logró hacer de él lo único que no era, un historiador del arte, pues ingresó en la Academia de San Fernando con un discurso sobre un maravilloso paisaje intonso del hispano-napolitano Ribera, atesorado en el salmantino palacio de Monterrey.
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