Resucitar a los inmortales
Nuevas traducciones devuelven al primer plano a Blake, Whitman, Baudelaire y T. S. Eliot
1. Cuatro gigantes. Hay dos asimetrías en esta casualidad editorial que reúne a cuatro gigantes de la poesía universal. La primera es que la lengua inglesa se impone por tres a uno frente a la francesa; la segunda es que uno de esos gigantes, Blake, se presenta con una obra menor. En cambio, los otros tres autores aparecen con su poesía completa —Whitman, Baudelaire— o con un libro capital entre los suyos –T. S. Eliot—. Hay, sin embargo, una perfecta simetría en todos estos libros: todos ellos tienen excelentes traducciones e introducciones.
2. Una isla en la luna es una obra primeriza de William Blake, escrita por la época de las Canciones de inocencia, a mediados de la década de 1780, y ahora traducida por Fernando Castanedo para Cátedra. Dividida en capítulos de extensión irregular, consiste en sucesivos diálogos entre personajes estrambóticos, de nombre burlesco, que intercambian impresiones sobre los más diversos asuntos, siempre con la pulla envenenada en la punta de la lengua, que apunta tanto a Voltaire, como a la religión, como a los falsos pintores, los embusteros escritores y, tal vez —pero ahora con miel en vez de hiel— ¡a la genialidad visionaria del propio Blake!
3. Hojas de hierba (1855, primera edición), la obra total de Walt Whitman, se presenta como un organismo que va creciendo con el tiempo, como si ya desde sus orígenes tuviera en su entraña esa dimensión de obra unitaria. La intensa confesionalidad de estos poemas —publicados por Galaxia Gutenberg en versión de Eduardo Moga— arrastra tras de sí los avatares de la experiencia interior de su autor, capaz de plegarse a distintas modulaciones, pero siempre siguiendo de cerca la verdadera voz del sentimiento. Su torrencialidad, su egotismo, su misticismo, su fe en el hombre y en la vida, sus despliegues caudalosos o sus íntimos repliegues en sí mismo dan siempre la talla de un inmenso poeta, cuya sombra alargadísima llega claramente hasta ayer (Neruda) y hasta hoy (Jorie Graham).
4. Las flores del mal (1857, primera edición), de Charles Baudelaire, también es un organismo unitario inmensamente original, dotado de una densidad inimaginable, con una profundidad que todavía hoy intimida al mostrar remotos estratos del alma humana sin colorantes ni disolventes ni trampas de ninguna clase. Es verdad que a veces parece artificioso, víctima de una imaginación entre escabrosa y exotista, pero, si se escarba, se ve enseguida que corre por sus venas la sangre de la verdad, que ni las más sofisticadas máscaras obstruyen o resecan. Manuel J. Santayana lo ha traducido para el sello Vaso Roto.
5. Primero fue Prufrock y otras observaciones (1917) y luego La tierra baldía (1922) y, a partir de este último, la entronización de su autor, T. S. Eliot, vertido esta vez al castellano por Andreu Jaume para Lumen. Sus innovaciones formales, tan llamativas —especialmente en el contexto de la poesía inglesa de su época—, no ocultan su profunda visión de la condición humana, entre destartalada, herida, estupefacta, añorante y desolada. Pasajes intensamente dramáticos, llenos de una oscuridad punzante, si no fuera porque son también de una humanidad íntima, cercana, casi vivida por todos, tal es su capacidad de convicción para el lector, sumido, sin poderlo evitar, en su dramatismo, en su desolación, en su garra moderna.
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