Actualizando la idiosincrasia 'britpop'
Blur vuelve con un disco que, sin ser su mejor obra, sí es un disco maduro e incluye algunas de sus mejores canciones
Blur son tan británicos que el equilibrio de fuerzas y la idiosincrasia de cada uno de sus cuatro miembros es casi clavada a la que existe entre Inglaterra, País de Gales, Irlanda del Norte y Escocia. Damon Albarn, claro, es Inglaterra: quería un imperio global, y lo tuvo. Coxon es Escocia: quería irse, y se fue. Dave Rowntree podría ser el Ulster: desde fuera, irrelevante; desde dentro, tremendamente simbólico. Alex James es Gales: se divide entre reivindicarse y arrodillarse ante el rey, aunque no se sabe si hinca la rodilla por lealtad o porque tiene resaca y está cansado.
Ahora, tras doce años sin editar nueva música, el reino retorna con un disco que no suena a pacto, ni a imposición. Esto no quiere decir que sea su mejor obra, pues sus mejores álbumes han surgido de la tensión y la confrontación, sobre todo, entre Coxon y Albarn, pero sí es un disco maduro en el sentido positivo del término, no en el que se reduce a escribir más baladas, servirse de menos instrumentos y hablar sobre hijos y divorcios.
The Magic Whip contiene brillantes actualizaciones de su idiosincrasia britpop (‘Lonesome Street’), temas que podrían estar un disco de Albarn, aunque entonces no sería ni la mitad de interesantes (‘New World Towers’), y otros que podrían estar en uno de Coxon, aunque no los escucharía nadie (‘Go Out’). Y dos de sus dos mejores canciones de nunca: ‘Pyonyang’, un ‘This is a Low’ sin ambiciones, y ‘Ong Ong’, algo así como un ‘End of a Century’ sin nada que demostrar. Los seres humanos, como los reinos, ganan mucho cuando sienten que ya no les queda nada que demostrar.
The Magic Whip. Blur. Elektra/Warner.
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