“El clasismo está arraigado en todos los estratos”
La directora y guionista brasileña Anna Muylaert presenta 'Una segunda madre'
Al final, el cariño y la modernidad se reducen a un juego de café: en concreto, una jarra, tazas y platillos en blanco y negro. Lo importante no es su discutible belleza, sino su valor sentimental. Esa vajilla es la bomba que hace estallar Una segunda madre, película de Anna Muylaert (São Paulo, 1964), directora y guionista brasileña, que con este filme logró el Premio del Público en la última Berlinale y el Premio Especial del Jurado en la sección World Cinema del pasado Sundance. Por cierto, la película se estrena en España y en casi toda Europa... pero en ningún país latinoamericano, salvo Brasil.
“Es un retrato de la sociedad de un continente y entiendo que no la compren, porque ¿para qué comprar algo que te va a causar malestar? En Brasil no les queda otra porque soy de ahí”, apunta entre risas Muylaert. Una segunda madre describe la vida de una criada en el domicilio de unos intelectuales adinerados. Años de trabajo han cimentado ese orden, hasta la llegada a la casa de la hija de la criada, a la que hacía 10 años que no veía.
El filme resulta hasta cierto punto amable, porque en Latinoamérica ha habido películas más duras sobre la relación señores-criadas, como la chilena La nana. “Puede que por eso llegue más lejos y sea más peligroso mi trabajo. Me costó seis meses encontrar el final, que prefiero no desvelar, aunque sí apuntaré que está muy apegado a la vida real. Hasta que mi directora de fotografía me pasó el cuento Casa tomada, de Cortázar, y ahí hallé la solución”.
La bandeja de café es un regalo de la babá (niñera, en portugués) a su patrona: “Simboliza la compraventa de afecto. Y el desprecio que recibe de ella es el reflejo de su situación podrida. ¡Qué importa si es bonita o no! Lo fundamental es que es una muestra de afecto, y que jamás debemos rechazar esos gestos de la gente que queremos”.
A la brasileña le gusta burlarse de Sabrina, de Billy Wilder. “Allí, la protagonista encuentra su felicidad casándose con un rico. Se mueve en un mundo machista. En mi caso, la halla por sí misma, no depende de otros. Yo apuesto por el individuo. Pensé en llamar mi película La puerta de la cocina, porque ese umbral separa la élite de lo popular en mi país. Y al final busqué otro, porque en realidad quiero que la vean todos, intelectuales y clases populares”.
Muylaert tiene criada, “como casi todo el mundo”. “Y sí, en mi infancia en mi casa había criada. Me ha costado que la chica que trabaja ahora para mí —tengo hijos y necesito ayuda, lo reconozco— se siente a comer conmigo en mi mesa: el clasismo está muy arraigado en todos los estratos”.
Babelia
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