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Los muertos de Pompeya se confiesan

Un equipo de científicos escanea los cuerpos de víctimas de la erupción para estudiar cómo vivieron y perecieron

Guillermo Altares
Una tomografía axial computarizada de una de las momias de Pompeya.
Una tomografía axial computarizada de una de las momias de Pompeya. EL PAÍS

El primer esqueleto de Pompeya fue descubierto el 19 de abril de 1748, apenas dos meses después de que comenzasen las excavaciones en la ciudad romana enterrada por el Vesubio. Dos siglos y medio después, gracias a la tecnología de vanguardia y a un equipo internacional y multidisciplinar de científicos, las víctimas de la erupción del año 79 comienzan a desvelar sus secretos. Como explica la gran latinista británica Mary Beard, autora del estudio de referencia sobre el yacimiento, Pompeya. Vida y leyenda de una ciudad, “los moldes de yeso de las víctimas del Vesubio son un recuerdo constante de que se trata de personas como nosotros”. Lo que pretende ese proyecto, que se está desarrollando actualmente, es sacar a la luz toda esa humanidad, estudiar las patologías que padecían –la primera sorpresa que se han llevado los expertos es que su salud dental era muy buena–, descubrir cómo murieron pero, sobre todo, cómo vivieron. Y, tal vez, aclarar alguno de los misterios que todavía esconde el yacimiento.

Giuseppe Fiorelli fue el primer gran director de Pompeya, que en el siglo XIX marcó las pautas de organización que rigen casi desde entonces el yacimiento. Sin embargo, Fiorelli será recordado por una idea tan sencilla como genial: rellenar con yeso los huecos que habían dejado al descomponerse los cuerpos de las víctimas de la erupción y lograr un molde perfecto de los pompeyanos en el momento de su muerte. De hecho, son los únicos rostros y cuerpos de muertos que han llegado hasta nosotros desde la antigüedad. Una de las secuencias más impresionantes del filme Te querré siempre (Il viaggio in Italia), de Roberto Rossellini, muestra como Ingrid Bergman y George Sanders contemplan este proceso para descubrir que el hueco escondía una pareja de amantes abrazados. El maestro del neorrealismo captó en esa escena la capacidad que los muertos de Pompeya tienen para hablar al presente.

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El primer yeso surgió las viejas cenizas en 1863 y, pese a la fascinación que despiertan, nunca habían sido estudiados así. Hasta ahora solo se había escaneado una vez un cuerpo, en 1994 en Australia, donde había sido trasladado para una exposición. “Lo más increíble de los yesos es que nunca habían sido analizados a fondo”, explica por teléfono la antropóloga australiana Estelle Lazer, una de las máximas autoridades mundiales en el estudio forense de la antigüedad, que lleva tres décadas trabajando con los restos encontrados en Pompeya. Un perfil de la Universidad de Sidney definió a Lazer como Indiana Bones (huesos en inglés) para ilustrar su obsesión por arrancar toda la información histórica posible a los esqueletos. De hecho, la profesora Lazer, autora del libro Resurrecting Pompeii, retrasó ayer la entrevista porque su móvil iba a carecer de cobertura: iba a pasar la mañana visitando una tumba etrusca en Tarquinia.

“Gracias a nuevas técnicas, podemos tener mucha información sobre su edad, sobre las enfermedades que padecían, sobre los motivos de su muerte. Tenemos la capacidad de mirar la antigüedad de una forma totalmente nueva”, explica Lazer, que forma parte del equipo internacional dirigido por el soprintendente de los yacimientos de Vesubio, Massimo Osanna, integrado por un radiólogo, un odontólogo, un arqueólogo y un experto en el sofisticado TAC que están utilizando. Lazer explica que en Pompeya se han encontrado muchos huesos desperdigados, pero que los únicos esqueletos completos están encerrados dentro de los yesos.

Unos arqueólogos extraen los cuerpos momificados de dos adultos y tres niños tras la erupción. / EL PAÍS
Unos arqueólogos extraen los cuerpos momificados de dos adultos y tres niños tras la erupción. / EL PAÍS© Bettmann/CORBIS

La nueva dirección del yacimiento se enfrenta a una gigantesca tarea científica, pero también administrativa para sacar al yacimiento del desastre en el que se ha encontrado inmerso los últimos años, gracias a una importante inyección de fondos europeos. Este trabajo con los yesos comenzó hace varios meses con su restauración, en una especie de hospital para fantasmas romanos instalado dentro de las propias ruinas. En muchos casos se trata de piezas del siglo XIX, que necesitaban ser restaurados antes de poder ser escaneados.

Veinte de ellos fueron expuestos este verano, pero ahora ha comenzado la labor más difícil: extraer toda la información posible a unos seres humanos que murieron hace 2.000 años. Por ahora han estudiado apenas una decena, pero pretenden analizar 86 y presentar los primeros resultados a finales de noviembre. Desde la dirección del yacimiento explican que Philips ha puesto a su disposición un TAC de última generación, que permite eliminar cualquier elemento metálico de la imagen que se genera. Luego, gracias a un sofisticado escáner con láser, se generará una imagen tridimensional.

La primera sorpresa se ha producido en los dientes: la mayoría de las víctimas no han perdido piezas pese a que vivieron en una época en la que no existía nada parecido a la odontología o higiene dental –“Pompeya debió ser una ciudad de muy malos alientos”, escribió Mary Beard–. La explicación es que los antiguos pompeyanos debían tener una dieta muy buena, con muy pocos azúcares. También se está descubriendo que había víctimas de todas las edades frente a la idea de que en la ciudad solo se quedaron los ancianos o los débiles. Y también se han encontrado muchos huesos rotos, lo que indicaría que las víctimas no murieron ahogados por una lluvia de piedra pómez sino con golpes mucho más brutales. Lazer explica: “Lo increíble de Pompeya es que puedes haber pasado media vida investigando y siempre te ofrece algo nuevo”.

La ciudad de los misterios

La villa de los misterios es uno de los edificios más impresionantes de Pompeya, situado en las afueras de la ciudad, que recibió ese nombre por la cantidad de recovecos que ofrecía. Sin embargo, puede ser un nombre aplicado al yacimiento. Pese a que cientos o miles de arqueólogos han pasado por sus ruinas, todavía hay misterios sorprendentemente tozudos. Por ejemplo, nunca se ha encontrado el puerto. Y sigue abierto otro debate apasionante: ¿cuándo se produjo la erupción?

La fecha tradicional es el 24 de agosto porque en su relato Plinio el joven habla del noveno día antes de las calendas de septiembre. Pero numerosas evidencias, sobre todo una moneda, indican que el desastre pudo ocurrir más tarde, a finales de septiembre. Pero, en este terreno, el estudio de los yesos no llevará a conclusiones definitivas aunque algunos lleven togas de invierno. “Creo que la ropa no nos proporciona información sobre la estación porque lo que la gente lleva en una huida no refleja lo que llevarían puesto en un día normal”, explica Mary Beard. Grete Stefani, responsable de las excavaciones en Pompeya, se pronuncia en el mismo sentido: “No creo que la investigación sobre los yesos nos proporcione información sobre la fecha de la erupción”.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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