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Pintura sin palabras (y sin título)

En Madrid se puede ver una gran retrospectiva de uno de los padres de la abstracción, el pintor ruso Vasili Kandinsky

José Luis Pardo
'Sobre blanco, II', 1923. Vasili Kandinsky.
'Sobre blanco, II', 1923. Vasili Kandinsky.© Vasili Kandinsky, VEGAP, Madrid 2015

¿Qué es una pintura abstracta? ¿Simplemente la que no es figurativa? ¿Y por qué los artistas que han definido la naturaleza del arte contemporáneo se sintieron obligados, a principios del siglo pasado, a romper con la figuración? Estas preguntas, aunque puedan parecer algo tópicas, resurgen siempre ante la obra de Vasili Kandinsky, y lo hacen aún con más urgencia cuando, como sucede en la muestra que puede verse estos días en el palacio de Cibeles de Madrid, podemos asistir casi en vivo al proceso de ruptura que abrieron en la sensibilidad del siglo XX las llamadas “vanguardias históricas”, que probablemente dice más de nuestra época que cien gruesos volúmenes de eruditas descripciones.

Las primeras obras abstractas de Kandinsky, que parecen surgir casi naturalmente de su experimentación formal, nos impiden conformarnos con la definición negativa de lo abstracto como “no-figurativo”, sobre todo porque también nos veríamos en un aprieto para definir qué es lo figurativo. Félix de Azúa propone una forma ingeniosa de salir de ese aprieto: es figurativa toda representación visual en la que aparecen seres cuyos nombres se encuentran en los diccionarios. Por tanto, tendríamos que llamar “abstracta” a toda representación en la que aparecen formas, colores, manchas o texturas para los cuales no tenemos nombre. Algo que refuerzan los rótulos que leemos junto a los cuadros y que, para decepción de quien busque en ellos el significado figurativo oculto, no dicen más que Composición nº 8, Negro y violeta o, incluso, Sin título. Así pues, una manera de describir esa herida (por la que aún respiramos) en la representación contemporánea, que supuso la ruptura con la figuración, consistiría en decir que, en ese momento, por algún motivo, los pintores se quedaron sin palabras.

Es figurativa toda representación visual en la que aparecen seres cuyos nombres se encuentran en los diccionarios

Eso mismo es lo que, según Walter Benjamin, les sucedió a los soldados de la Guerra del 14: cuando volvieron del frente no tenían nada que contar porque la experiencia de lo que habían visto (la primera guerra tecnológica a gran escala) no cabía en las viejas y gastadas palabras de las que disponían para relatar su historia. Y eso ocurría en el momento mismo en el que Kandinsky se desplazaba hacia la abstracción. Algo similar le pasa a Charlot en la última secuencia de Tiempos modernos, cuando sus excesos mímicos le hacen perder los papeles en los que llevaba anotada la letra de la canción que tenía que cantar y se queda sin palabras ante el público. Quizá es algo de este tipo lo que significa la abstracción en pintura: la aparición de una experiencia que, al menos en el momento en el que se está instalando como organizadora del mundo moderno, no conoce aún las palabras con las que podría integrarse en el relato de unas vidas humanas cuyas capacidades perceptivas se ven absolutamente desbordadas y superadas por las nuevas tramas tecnológicas y económicas. Quizá es por eso que los pintores se quedaron sin palabras. Y esos rótulos “decepcionantes” (Sin título) podrían también ponerse bajo los retratos fragmentarios de todos los pobres diablos cuyo mundo había estallado entonces en mil pedazos por culpa de la guerra o de la inflación y había salido disparado como los obuses y como los falsos puños de la camisa de Chaplin, sin que pudieran explicarse cómo había ocurrido ni hacerse una composición “figurativa” de lo sucedido.

Ya sé que las explicaciones del propio Kandinsky apuntan a razones exclusivamente formales, estéticas, y en todo caso de una profunda geometría espiritual, y que en ellas ni siquiera hay mucho espacio para su experiencia como colaborador de la política cultural soviética en los primeros años de la revolución rusa. Pero si ustedes se fijan en una de las pinturas de esta muestra, que se llama Sobre blanco, II, creo que, además de trapecios, triángulos, cuadrados, diagonales y colores, verán sin dificultad la cabeza de un avión cuyas aspas, al girar, van triturando la realidad cromática y visual y arrojan sus fragmentos en todas direcciones, como lo haría una bomba recién estallada en cuyas esquirlas se mezclan la metralla y la carne, el punto y la línea. Esa bomba es la que hizo estallar la realidad en la que vivían los hombres en la primera mitad del siglo XX. La pintura no les devolvió la palabra que la historia les quitaba, pero al menos convirtió su confusión y su dolor en algo visible. Y en nuestro desconcierto ante esos cuadros sin palabras podemos aún sentir algo de aquella catástrofe de la que somos herederos.

Kandinsky. Una retrospectiva. CentroCentro. Palacio de Cibeles. Madrid. Hasta el 28 de febrero de 2016.

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