La profecía de una tragedia
Romeo Castellucci desvela ‘Le metope del Partenone’ escenas similares a las del 13-N
"Lo que verán a continuación son imágenes difíciles de soportar, obscenas en su exactitud. Pueden quedarse, o marcharse si lo prefieren". El director italiano Romeo Castellucci (Cesena, 1960) salió el lunes pasado a escena para "pedir disculpas" por lo que sus espectadores estaban a punto de presenciar. Unos minutos más tarde, en el centro de la Grande Halle, el antiguo matadero de bueyes que preside el parque parisino de la Villette, una mujer empapada en sangre pedía auxilio, retorciéndose en el suelo. Una ambulancia irrumpió entonces en el lugar para intentar reanimarla, antes de darla por muerta y cubrirla con una manta isotérmica. Le sucederían seis víctimas más, frente a un público estupefacto al contemplar imágenes idénticas a lo que ha vivido en los últimos días. Al final de la obra, el servicio de limpieza elimina los rastros de sangre en pocos segundos. Aquí no ha pasado nada. La vida sigue adelante.
Le metope del Partenone se representa hasta el domingo en París, pero estuvo a punto de quedar anulada tras los atentados del 13-N
Le metope del Partenone se representa hasta el domingo en París, pero estuvo a punto de quedar anulada tras los atentados del 13 de noviembre en la capital francesa. Fue concebida mucho antes, pero el parecido era incluso excesivo. "Nos lo planteamos seriamente, pero decidimos tirar adelante. El teatro es un gesto ineluctable. Es como tirar una piedra: cuando ya está en el aire, es imposible detenerla", explicaba Castellucci horas antes del estreno. "Por otra parte, suspender espectáculos no sería justo, ni siquiera para quienes han muerto. Nuestra única solución no consiste en tirar bombas, sino en continuar a vivir como lo hacíamos antes, aunque ahora tengamos un nudo en la garganta", añadió.
Hasta finales de diciembre, Castellucci es el gran invitado del Festival de Otoño de París, donde presenta tres de sus obras de teatro. Además, hace pocas semanas abrió la temporada de la Ópera de París con una esperada puesta en escena de Moisés y Aarón de Schönberg, que en mayo de 2016 hará escala en el Teatro Real de Madrid. Para el director, situado en el podio de la escena contemporánea desde hace dos décadas, la cultura es sinónimo de resistencia. "Pero lo es siempre, y no solo en momentos traumáticos", precisa. "Mucha gente va al teatro para reconocer algo que ya sabe. Para mí, el teatro, como el arte en general, es un salto hacia una tierra ignota. Nos tiene que llevar a descubrir algo que desconocíamos sobre nosotros mismos", afirma el director, reputado por la radicalidad y la violencia de sus puestas en escena. "Cualquiera de mis espectáculos debería funcionar ante un público de niños. El espectador ideal es el que no sabe nada y se deja ir ante lo que ve. El que cree saberlo todo y contar con instrumentos para comprender tal vez sea el peor".
Es consciente, pese a todo, que ha sido esa intelectualidad la que le ha encumbrado. Castellucci es celebrado en los escenarios de todo el continente, pero también malquerido en su propio país, donde intentaron censurarle "dos veces". "Durante más de 20 años, Italia ha abandonado la cultura. La televisión ha adquirido un papel monstruoso, siendo el único lugar de debate político y confrontación social", opina. "Han surgido propuestas interesantes, pero siempre fuera de lo institucional. Y, en consecuencia, en la precariedad más absoluta. Aunque eso no esté tan mal: la ausencia de medios te vuelve fuerte y determinado".
En Francia, donde es reverenciado desde hace años, tampoco ha quedado a salvo de las polémicas. En 2011, su obra Sul concetto di volto nel figlio di Dio fue considerada "blasfema" y "cristianófoba" por grupos de integristas católicos, que organizaron manifestaciones e incluso lo llevaron a los juzgados. "Me sorprendió mucho que me sucediera en el país más laico del mundo, pero por sorpresa tuve el apoyo de las instituciones. Que me apoyara un ministro de Cultura de derechas es algo que no me ha pasado en ningún otro lugar. En Francia se defiende esa libertad que ahora están poniendo en peligro otros fundamentalistas", afirma sobre los atentados.
¿Todos los fanatismos se parecen? "Sí, porque todos son movimientos ideológicos que nada tienen que ver con la fe", responde Castellucci. ""Detrás de ese fanatismo se encuentra la fascinación por la violencia, que suele surgir de un profundo malestar social. Yo creo que los políticos son miopes respecto a la naturaleza de la violencia yihadista. No han entendido que el Islam es solo un espejo en el que se refleja algo distinto. Es inútil buscar soluciones militares en Siria, porque el problema reside en otro lugar. Siguiendo su lógica, tendrían que bombardear las banlieues, lo que sería absurdo", concluye.
La actualidad como desgracia
Pese a la gravedad de los hechos que vive Europa, Castellucci no califica la actualidad como una tragedia. "Es una enorme desgracia, pero no le puede llamar así. La tragedia es una manera de observar el mundo. Puede surgir al estar sentado en este café, al encontrarse bajo la luz fría de un supermercado". Sin embargo, sí que detecta deus ex machina –esas deidades que resolvían la papeleta al final de la tragedia griega– a nuestro alrededor. "O, mejor dicho, veo las máquinas, pero sin dioses dentro. La tecnología ha ocupado nuestro espacio espiritual, nuestro deseo atávico de que se produzcan milagros", asegura. "Esas máquinas no son una fabricación inocente que alguien crea por el bien de la humanidad. Se pueden usar con ligereza, pero yo las considero un punto sin retorno, un caballo de Troya que ejerce un control social potentísimo. Al lado de la tecnología, las instituciones clásicas como el Estado o la Iglesia dan risa", añade.
Castellucci no logra experimentar ningún entusiasmo por ellas. "Por mucho que te permitan hacer, ¿qué cambia cuando te tumbas en tu cama por la noche? ¿Qué han modificado en tu persona y en tu destino? ¿En qué te ayudarán cuando tengas frío, hambre o miedo a la muerte?". Para Castellucci, nuestra civilización se encuentra perdida en el desierto, como las masas de rostro borroso que deambulan por Moisés y Aarón. "Nos encontramos en el desierto de la comunicación, que nos convierte en personajes anónimos, sin voz ni voto, pese a que solemos pensar todo lo contrario. En medio de ese ruido, solo podemos buscar un punto de fuga. Para eso sirve el arte".
Babelia
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