La pintura española del Siglo de Oro deslumbra en Ámsterdam
La legendaria sala rusa calcula que podría abrir otra sucursal en Barcelona en el plazo de dos o tres años
Un colgante en forma de carabela de oro y esmeraldas colombianas, fechada alrededor de 1580 y que perteneció a la emperatriz rusa Catalina II, simboliza la joya de exposición que el museo Hermitage de Ámsterdam ha conseguido montar en sus dependencias a la orilla de los canales. La colección de maestros españoles del Siglo de Oro de la sala central rusa suma 160 obras, y no solo es la mayor del mundo fuera de España. Conforma también lo que su director, Mikhail Piotrovsky, denomina “la imagen del país desde nuestro propio romanticismo”. La sucursal holandesa ha traído de San Petesburgo 40 óleos de El Greco, Ribera, Zurbarán, Velázquez, Murillo y Goya, y otros 60 de sus alumnos y seguidores, además de objetos de artes decorativas y artistas posteriores de la talla de Zuloaga, Mariano Fortuny o Anglada Camarasa. El broche final lo pone Picasso. Es la primera vez que son expuestos en Holanda, y llenarán hasta mayo de 2016 el vacío de los museos nacionales, que apenas poseen grandes firmas ibéricas de los siglos XVI y XVII.
La enorme piedra preciosa de la carabela, y una campanita azteca de oro que le acompaña, simbolizan el despegue del futuro Imperio español a partir del descubrimiento de América. La muestra, que documenta el posterior florecimiento -con la monarquía absolutista- de la pintura religiosa, mitológica, histórica y de Corte en el siglo XVII, deslumbra en apenas dos salas con ejemplos de todo ello. En la pequeña, asoma el modernismo místico de El Greco con Los apóstoles Pedro y Pablo. En la grande, que reproduce las paredes rojas de San Petesburgo, abruma la sufriente carnalidad de San Jerónimo y de San Onofre, de José de Ribera, calificado de “innovador enigmático y especialista en recoger el dolor”. A su lado, cautiva la luz y las sombras de Velázquez. De tanto buscar a gente corriente, como el sorprendido varón de Cabeza de hombre de perfil, Don Diego Velázquez de Silva, como lo llaman aquí, acabó siendo revolucionario en sus encargos de Corte. Su Retrato del Conde duque de Olivares, es un buen ejemplo de su habilidad para servir al patrón sin perder por el camino al ser humano. Gaspar de Guzmán y Pimentel, el valido de Felipe IV y uno de los estadistas más poderosos del siglo XVII, es para el pintor un tipo poco agraciado, pero de gran personalidad, que deja entrever su pérdida progresiva de autoridad.
El gran tamaño de los cuadros, en su mayoría religiosos, acentúa lo que el museo califica de “unión de lo espiritual y lo teatral”. Una mezcla que le parece “muy española” a sus responsables, y a la que vale la pena añadir la dulzura nada cursi de Murillo. Su Anunciación y su Inmaculada Concepción, y también su San José llevando de mano a Cristo niño, “ejercen una influencia sentimental especial en los rusos”, según Piotrovsky. Algo bien distinto a la explosión de realidad de las series de grabados de Goya, desde Los Caprichos a Los Disparates y los Desastres de la Guerra, “tan similares los últimos a la histeria psicológica que nos envuelve hoy”, añade el experto.
“El Siglo de Oro español coincide con el nuestro, y tal vez por ello tengamos pocos maestros españoles en nuestras colecciones; estábamos muy ocupados”, apunta Cathelijne Broers, directora de la sala. La teoría es cierta en parte, porque los fondos españoles del Hermitage ruso empiezan a llenarse en 1818, cuando el zar Alejandro I visitó Ámsterdam y visitó galerías y marchantes. Enseguida encontró lo que buscaba en casa de un banquero local, William Coesvelt: le compró un Velázquez y otros 87 óleos de diversos autores.
Birgit Boelens, editora jefa del catálogo de la exposición, admite haber descubierto a Ignacio Zuloaga. "Conocemos a los grandes maestros anteriores. Pero cuando la muestra avanza hacia los siglos XIX y XX y aparece Zuloaga, con esas mujeres que van a los toros, en Preparativos para la corrida, y su Gregorio, el enano… No puedo dejar de mirarlos”, asegura. Lo mismo podría decirse del bellísimo Retrato de la princesa Maria Ilinichna Golitsyna, de Federico de Madrazo. Boelens subraya que han querido mostrar las raíces culturales de la tauromaquia sin tomar partido. “Incluimos el video Romance de Valentía, de la cineasta Sonia Herman Dolz, porque los toros aparecen en estos cuadros hasta llegar a Picasso. Así que valía la pena dejar constancia”. Del pintor malagueño hay un bodegón y dos óleos, además de platos y una jarra de cerámica.
El éxito de la fundación privada que ha convertido el Hermitage de Ámsterdam en un museo con entidad propia, es la fórmula que se intenta llevar a Barcelona. “Tenemos el solar buscado, cerca del puerto, y podríamos edificar en dos o tres años. Pero aunque no necesitamos fondos oficiales, seguimos con interés la situación catalana. De todos modos, lo importante es tener buena relación con los centros de arte locales, porque los patrocinadores son rusos, británicos y españoles”, asegura Piotrovsky, encantado de su aventura holandesa.
Babelia
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