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Los Nikis, el éxito de la ignorancia

Joaquín Rodríguez repasa en el libro ‘NPI de música’ la historia del grupo de los ochenta, del que fue bajista y compositor

Los Nikis en una imagen de archivo.
Los Nikis en una imagen de archivo.

“Ha vencido la tortilla de patatas”, cantábamos hace décadas cada vez que sonaba El imperio contraataca de Los Nikis. Degustando el plato típico español encontramos en un bar madrileño al compositor del célebre himno, Joaquín Rodríguez, hombre de altos vuelos (es piloto de Iberia) y mirada pícara. Acaba de editar NPI de música (Ediciones Chelsea), un falso manual sobre cómo dedicarse a la música sin conocerla a fondo. Una excusa, en realidad, para contar las aventuras y las desventuras de su exitosa banda, una historia de diez años “en los que apenas aprendimos nada. Quizá el primer año, pero ahí nos plantamos”, asegura.

Haciendo gala de la ironía que siempre gastaron los de Algete, el autor de la canción Enrique el Ultrasur confiesa que ese himno le ha traído algun problema. El más sonado, en noviembre de 2014, cuando le tocó pilotar el avión del Barça de Amsterdam a Barcelona. Tras saludar al pasaje y despertar las bromas de los jugadores, se dirigió a su cabina y al intentar despegar, no pudo. “Se partió el eje del motor de arranque, nunca me había pasado. No pudimos volar y los periodistas narraron lo que pasó en directo. Tuve que apagar el movil dos días porque no paraba de llamarme gente para entrevistas”. Los periodistas aprovecharon el filón para hilar fino: “¡Yo estaba convencido de que me iban a despedir! No por romper el avión, la prensa insinuaba que lo había hecho aposta porque era muy madridista”.

Joaquín Rodríguez.
Joaquín Rodríguez.

Dispuesto a desmontar todos los mitos de su historia, el exbajista afirma que casi todas las canciones de Los Nikis se sostienen con tres notas (0-5-7), y que la forma de cantar del vocalista “fue forzada por un error eligiendo el tono de la canción”. Lejos de escribir la historia de la banda de forma concienzuda (“si fuéramos U2… pero somos unos mataos”), ha recopilado una jugosa colección de anécdotas propias y ajenas, entre la que narra cómo volaban los huesos de jamón en los conciertos de Parálisis Permanente, y cómo a su banda les llegaron a tirar unos cascos de obrero en Benavente. “Robaron una hormigonera de una obra y la trajeron al concierto”, ríe, recordando cómo acabaron el concierto con los cascos puestos.

En su lectura encontramos también los trucos que les ayudaban a salvar el tipo: ensayar a oscuras en un sótano –“un tugurio gratis”– que no tenía ventanas, y tocar con los ojos cerrados. “Si llegas a un concierto y no se ve ni torta, tienes que estar preparado”, defiende. Durante la década que duró la banda, su único motor fue la diversión: “Al no depender de esto para comer, hacíamos esfuerzos para que pasaran cosas divertidas”. Por ejemplo, llevar a sus amigos a los playbacks de la televisión (iba “el que más ganas le ponía”) y evitar los gestos que nunca se deben hacer en un escenario: nada de tocar la guitarra en el aire, ni hacer reverencias al final del concierto. No se lo perdonaría a sus grupos favoritos, Airbag o F.A.N.T.A, a los que sigue con su cámara fotográfica: le gusta inmortalizar a la “gente voladora” que se tira desde el escenario al público.

Sea como fuere, la ligereza de Los Nikis les dio para pagarse el alquiler: “Durante una época no vivimos mal. No tuvo mucho mérito, porque no había casi competencia de este tipo, no había ni dónde escuchar música”. Entre sus clásicos sigue estando esa oda a la tortilla de patatas, al cinquillo y a la moda en rojo y amarillo: “Esa canción contaba la rabia que me daba cuando veía los mapas del siglo XV, cuando en España no se ponía el sol, y ahora somos un país enano”. Sólo al escribir asoma la seriedad del oficio: “Las letras son sagradas. Hacerlo con cierta gracia, que encaje, con los acentos bien, da gusto. No soy un iluminado, me tiro mañanas enteras para una frase. Me indigna que los demás no lo hagan”. Por eso considera el Me vuelvo loco de Tequila como un auténtico himno al tópico, “aunque son tan buenos que se les perdona”, y regaña a Gabinete Caligari por cambiar la acentuación en Al calor del amor en un bar, algo que ha hecho reir al propio Jaime Urrutia.

Convencido de que siempre será “pijo entre los macarras y macarra entre los pijos”, advierte que algunas de las anécdotas más jugosas del cantante, Emilio, no aparecen en este libro: “¡Hay cosas que no se pueden contar! Si te las contara tendría que matarte”. Sí se pronuncia sobre el escrache sufrido hace unos días por Fangoria: “Me parece repugnante, no se me ocurre un adjetivo mejor. Ojalá me hagan a mi uno… se le puede sacar punta a todo, es absurdo”. Alejado de los escenarios, confiesa que su mayor orgulllo es “tener el honor de ser el único grupo de los 80 que no se ha vuelto a juntar, porque no nos da la gana. El problema es que el único grupo con el mismo honor es Mecano, y me fastidia estar en el mismo saco que ellos en algo”, sonríe burlón, antes de terminar su cerveza.

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