Noche de horchata, estrépito y satén en el Sónar
Breve repaso existencial a la última velada del festival barcelonés
Te sentías el más viejo esta madrugada en el concierto de New Order hasta que te encontrabas con Pepe Ribas. Unos momentos de charla entre el estrépito –me quedo con algo de que va a abrir un espacio Ajo Blanco en Gràcia, bromeo con que no sea en el banco ex okupado- y la corriente de gente ya nos ha vuelto a separar. La última velada de Sónar se precipita hacia la fiesta más completa. La música parece aumentar de intensidad, si ello fuera posible. Soy arrastrado hasta el escenario donde actúa bajo la luna Skepta: raperos negros británicos electrificados que parecen una incitación al Brexit. Mientras estoy junto a un veterano crítico que trata de convencerme de las excelencias de la actuación una jovencita extranjera le pregunta si tiene éxtasis, a lo que él contesta ofendido –se creía que la chica le tiraba los tejos-: “Se lo voy a decir a tu madre, niña”. Es evidente que hay usuarios que han pillado química recreativa porque hace un rato un individuo bajito y rechoncho en pantalón corto se ha quitado la camiseta, se la ha puesto sobre la cara en plan Anohni y ha empezado a bailar como un avatar grosero de Mesalina: Hopelessness. Allá cada uno y su espectáculo, pero el tío, en su delicuescente y confuso estado ¡ha tratado de ligar conmigo!, para risa del crítico maduro. “Hay que ver cómo los pones”, se ha burlado.
No se cómo, al cabo de un rato me encontraba bailando en el Sónar Car el set de siete horas de Laurent Garnier y aferrado a un vaso de horchata. Hay momentos del Sónar Noche que se te quedan en blanco. Luego he visto personas que bailaban en el borde de la pista de los coches de choque, algunos esquivándolos. Me he topado con Sergio Caballero dos veces, en una me ha presentado otra vez a su toalla, que está bordada con sus iniciales, extremo que le ha parecido importante subrayar, como si fuera a quitársela. Luego le he visto entrar al set rojo satén de Garnier: a lo mejor aún sigue ahí, era difícil salir. Me he encontrado a mi sobrino Lucas, a amigos de mis hijas y a mis propias hijas (me digo confusamente que he de abandonar antes de que vengan mis nietos), todos los cuales me han acabado sorteando cortésmente.
He asistido a una escena digna de Serpico: un pequeño tumulto a mi lado al fondo del escenario Sónar Lab, junto al punto de información se ha revelado una acción policial. Parecían un grupo de amigos discutiendo hasta que unos han inmovilizado a los otros y los han sacado precipitadamente del recinto. Los policías eran muy jóvenes e iban vestidos como si salieran de un set del dj Angel Molina. Igual la chica extranjera los ve y les pide pastis, lo que hubiera sido una metida de pata. Pese a la quinta columna policial tecno, ha habido robos a mogollón. Los teléfonos pillados se deben contar por centenares si no por miles. A varias chicas les han rajado el bolso por debajo para sustraerles móviles y dinero. La pérdida de teléfonos ha generado situaciones de verdadero desamparo, porque a ver cómo quedas con los amigos si te pierdes. Eso no le ocurría a los lobos solitarios, aunque he de subrayar lo malo que es para la orientación mezclar gin tonic con horchata.
En fin, hora ya de quitarse la pulsera, guardarla como hacía el hombre mosca Jeff Goldblum con los trozos de humanidad que se le caían, y esperar al año que viene para seguir la diversión. Eso si no nos pilla cerca el Sónar de Hong Kong.
Babelia
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