Gloria Gaynor — Aquellos maravillosos años
La cantante de música disco ofreció anoche un concierto gratuito en el festival de jazz de San Sebastián
Anoche era la noche del Jazz Band Ball. Una alegría, un despiporre. El JBB consiste en muchos grupos tocando al mismo tiempo en diferentes escenarios, un gentío yendo de uno a otro (todas las actuaciones son gratuitas), y un escenario central donde la estrella —en este caso, Gloria Gaynor— canta para la multitud. Luego viene la lluvia y lo fastidia todo. Todo esto ocurre en la playa de Zurriola y sus aledaños, que son, también, los del Kursaal. Quienes conozcan San Sebastián pueden ubicarse.
Así que allá nos fuimos, provistos del preservativo (el impermeable) y la pulsera color rojo que da acceso al Escenario Heineken (cerveza gratis). Nos encontramos, la primera a la derecha, con Dave Douglas esperando para tocar mientras su trío de bajo, batería y electrónicas varias desataba los fuegos del averno con furia nunca vista. Cinco minutos después, seguía esperando; y un cuarto de hora, lo mismo. Con esto, que el trompetista iba por un lado y sus acompañantes por otro, y a veces coincidían, y la mayoría no, y cuando coincidían era como que alguien sobraba: Dave Douglas, más exactamente.
Entonces se enciende la luz roja, esa que llevamos dentro los aficionados, y recordamos que, a esa misma hora, está tocando Terje Rypdal en otro escenario, solo que cuando llegamos —un camino sembrado de obstáculos, seres abismales y alambres de espinos— la multitud está despidiendo al noruego con cara de felicidad. “Me he sentido como en Woodstock escuchando a Jimi Hendrix”, dice una que nunca estuvo en Woodstock ni, mucho menos, escuchó a Hendrix. Pero no hay tiempo para lamentaciones. En 15 minutos empieza Gloria Gaynor y hay que estar ahí. Y uno piensa “Gloria Gaynor, Dios mío…”, y se acuerda de quienes la precedieron en pasadas ediciones, Ray Davies, Patti Smith o George Clinton, pero Gloria Gaynor… pues no se imagina el lector la que se ha montado en esta ciudad con la presencia de la cantante, el personal desmayándose a su paso, atascando los accesos al backstage para hacerse un selfie delante de la puerta del camerino, lo que se quiera.
Volviendo al concierto, o yendo a él, pudieron escucharse las consabidas versiones au pied de la lettre de sus éxitos setenteros Never Can Say Goodbye y I Am What I Am. No sonó Can't Take My Eyes Off You, cosa sorprendente; sí Killing Me Softly, de Roberta Flack. Nada que reseñar: de donde no hay, no se puede sacar. Con esto que el recital fue una espera interminable hasta llegar I Will Survive, la introducción así como sinfónica y la cantora vestida de enviado del más allá para negociar la rendición incondicional del planeta Tierra. Y el personal desparramado sobre las blancas arenas de Zurriola, que despierta para celebrar el mayor suceso de la cantante en su carrera, más por las circunstancias que por los valores musicales de la pieza. Pronto, la imagen de Gloria Gaynor será un recuerdo perdido en la inmensidad de un escenario demasiado grande.
La acción ahora está en otra parte, con Marc Ribot y sus Young Philadelphians, trío de cuerdas incluido, poniendo al personal al borde del ataque de nervios con sus versiones enloquecidas de los grandes éxitos del Sonido Filadelfia, una cosa entre los pantalones de campana y la cresta punk, Patti LaBelle y Ornette Coleman. Ribot, judío polaco, residente en Nueva York, saca el jugo al tipo de melodías que nos abochornaban en los ochenta —Fly, Robin, Fly— y otras caídas en el olvido bajo del peso ominoso de lo políticamente correcto: Love Epidemic, de los Trammps. Por el título, pueden imaginarse de qué va la cosa. “Todo lo que sabemos los músicos de jazz”, le suelta a uno a la hora del desayuno, “viene de tocar en bodas, bautizos y comuniones”.
Ahora ya lo sabemos.
Babelia
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