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La vida implacable de Sarah Waters

La autora de 'Falsa identidad' publica en España su sexta novela, 'Los huéspedes de pago', nueva incursión en la esfera femenina desde el sexo y el crimen

Carles Geli
Sarah Waters, fotografiada en Barcelona el pasado 19 de enero.
Sarah Waters, fotografiada en Barcelona el pasado 19 de enero. ALEJANDRO GARCÍA (EFE)

“La vida no perdona el más mínimo error; uno solo y tu vida normal, más o menos apacible, pasa a ser una pesadilla o una tragedia”. Lo dice con esa voz inglesa tan suave, desde esa fragilidad que destila una piel blanquecina, el aleteo apresado de los dedos, los ojos claros parapetados tras oblicuos párpados y las mangas de la chaqueta frenadas en el montículo de los nudillos, que la sentencia de la menuda Sarah Waters (Gales,1966) adquiere un punto inquietante. Constata eso a tenor de Los huéspedes de pago (Anagrama), sexta novela de la celebrada autora de Falsa identidad (2002) o Ronda nocturna (2006), “una historia de amor complicada por un crimen más o menos accidental”, tal como define la historia de Frances, chica de clase media-alta que, en la Inglaterra de los años 20, se ve obligada, junto a su madre, a aceptar como huéspedes a un joven matrimonio de origen mucho más modesto para tirar adelante tras la muerte del padre y los dos hermanos en la Gran Guerra. Su progresiva fascinación (hasta el amor) por la joven hará el resto.

La inmediata posguerra es un escenario querido de Waters. En El ocupante (2009) ya lo fue, pero de la Segunda Guerra Mundial. “En ambos periodos, la ausencia de los hombres por el conflicto permitieron a las mujeres ganar libertades de todo tipo; también flotaba en el ambiente cierto encanto: podías morir en cualquier momento, por lo que se vivía con más intensidad el presente; si se lee a Virginia Woolf o a D.H. Lawrence, parece que entonces todo fuera charleston y alta sociedad, pero la guerra trajo depresión y cansancio, tensiones entre jóvenes y viejos y entre hombres y mujeres que habían ganado libertades; las guerras aceleraron los cambios sociales… Los de los años 20, en aspectos como la formalidad o los relativos al sexo y la homosexualidad, son equivalentes a los vividos después en los 60; la primera clínica anticonceptiva de Londres es de 1921”, aporta la escritora.

La novela, finamente bien ambientada, refleja ese resquebrajamiento de fronteras entre clases sociales, ese abismo tan british. “Yo misma soy hija de eso: mis abuelos, analfabetos, servían como criados en una casa; mi padre ya fue clase media y yo asistí a la universidad: la clase trabajadora triunfó”. Curiosamente, Waters cree que se ha vuelto para atrás desde los 90: “Ha regresado la división de clases, acentuada por la pérdida de movilidad social y prosperidad de los trabajadores… Y eso explica en parte el Brexit: al no poder saltar, la rabia se traduce contra Europa, puesta en la diana por los propios políticos ingleses”, apunta.

Afirma la autora que “es casual”, pero puede leerse parte de su trayectoria literaria como un friso narrativo de corte lésbico, que arrancaría en sus dos primeras obras, ambas ambientadas en la época victoriana, El lustre de la perla (1998) y Afinidad (1999), para pasar a los años 40 con Ronda nocturna. Ahora, Los huéspedes de pago lo completaría. “Aterricé en la época victoriana por interés en el periodo y ahí derivé hacia cómo era la vida de lesbianas y gays en el XIX; luego he ido jugando con la ficción de estilo actual para captar épocas y tonos; me gustan los pastiches literarios y defiendo que las novelas pueden desempeñar un papel de sucedáneo de historia social; no empecé así, pero ahora mis libros tienen una voluntad de retrato sociológico que no recogían al principio”. En esa línea, ¿es ella un ejemplo de la normalización de la literatura lésbica, ese hilo de un tema que pasó de fantasía erótica de los escritores hombres en el XIX a camuflarse como homosexualidad masculina en Yourcenar o Carson MacCullers y a escribirse claramente sobre ello, con pseudónimo o sin, con Patricia Higsmith (El precio de la sal, Carol)? “Soy una escritora lesbiana que hace literatura lésbica, nunca lo he ocultado, pero no sé si la situación se ha normalizado cuando aún ponemos etiquetas”.

En el juego de mezcolanzas de géneros, Waters acude a menudo al ingrediente de la novela negra. Dos crímenes de 1920 y 1935, en que los amantes de unas mujeres mataron a sus esposos pero que acabaron salpicando a ellas, la inspiraron. “Tanto Edith Thompson como Alma Rattenbury salieron malparadas sin cometer el crimen: la primera se dijo que había inducido al amante por unas cartas y fue colgada también; la segunda quedó al final en libertad, pero se suicidó por la presión social”. La moraleja es clara: “Ambas fueron víctimas de la opinión pública, que las condenó y criticó por transgresoras, por tener las aventuras, se fue más implacable con ellas que con los asesinos, se enjuició su comportamiento por supuestamente impropio… Tampoco ha cambiado mucho todo esto, sólo hace falta ver cómo va Twitter contra las mujeres; hay una misoginia institucionalizada desde la más tierna infancia que hoy no hace más que escalar con las redes sociales”, opina la escritora.

Los huéspedes de pago vuelve traslucir la pasmosa facilidad con la que su autora es capaz de describir (y convertir) los interiores domésticos (y las descripciones de sexo) como metáfora del espíritu de sus personajes. “Las casas son siempre un personaje más en mis obras, quizá porque la vida de las mujeres ha sido siempre interior; los objetos son una extensión de nuestra personalidad, nuestro espíritu vive en ellos”. A esa exuberancia de sus personajes en detenerse en mirar las cosas no es ajena la mecánica de escritura de Waters, que lleva siempre un cuaderno de bitácora de cada una de sus novelas. “Ahí lo anoto todo: qué corrijo y por qué, ideas centrales… su lectura, me reafirma y me hace reescribir: yo reescribo más que escribo”. En ese cuaderno, plasmó: “Son gente decente haciendo cosas estúpidas”. Lo aclara: “Sí, está la estupidez del asesinato y, luego, la aventura sentimental en sí: la gente cree que una aventura amorosa es inevitable por lo que supuestamente conlleva de pasión irrefrenable, pero en toda aventura o adulterio siempre hay un punto de estrategia y alguien que lo sufre”.

Calificada por parte de la crítica inglesa como uno de los libros del 2015, también hay quien ha visto en la novela aires de la televisiva Downton Abbey. “Es una serie que a mí me encanta, si bien ofrece una imagen de capitalismo paternalista, no muestra las verdaderas relaciones entre clases ni la vida de los trabajadores”. Waters tiene un porqué: “Al prosperar, la gente se olvida o distorsiona el pasado; eso también explica el Brexit, que no deja de ser una ficción sobre el pasado, la promesa política de regresar a la gran Gran Bretaña; fantasías que convierten a Europa en enemiga”. Afinidad y Falsa identidad ya han pasado por televisión; ahora, esa última ha llegado al cine como La doncella, en versión muy libre de Park Chan-Wook: “Ha introducido muchos cambios de época y lenguaje, pero los personajes están y el espíritu feminista, también”. La vida (implacable), según Waters, pues, se mantiene.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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