Por fin, Félix de Azúa
El escritor barcelonés recopila en un volumen sus adictivos textos sobre literatura publicados estos últimos años
Es natural que los decibelios del columnista hayan espantado a muchos lectores (jóvenes) que no sepan quién es Félix de Azúa o que solo sepan que es una firma a menudo estridente y rompetechos en las páginas de EL PAÍS. La providencia de los ateos acaba de auxiliarlos para que no cometan el error que algunos han cometido ya con el mismo Azúa o incluso con Fernando Savater, otro escritor que cuando baja a la trinchera de la columna puede dejar temblando al cristo de los clavos, si existe el cristo de los clavos o de los pablos, los íñigos y las bescansas.
No habrá suficiente gratitud para que Azúa pueda alguna vez recompensar a Andreu Jaume por su trabajo como antólogo y escrupuloso anotador de estas Nuevas lecturas compulsivas. Aunque parece una reedición ampliada de sus primeras y también adictivas Lecturas compulsivas (Anagrama, 1998), es en realidad un libro nuevo que agrupa sus lecturas pasionales de los últimos 20 años. Jaume quiere a Azúa, pero sobre todo quiere a la mejor versión de Azúa, irreemplazable y fastuoso para el lector culto, medio, curioso, ocioso y dispuesto a disfrutar de la otra cara del apocalíptico desatado, lejos del tuit de la columna y de los truenos del capitán del fin de la alta cultura.
Estas casi 400 páginas restituyen la sutileza y la inteligencia, la ironía y la ductilidad de la lengua, el placer y la memoria de un poderoso ensayista sin alzacuellos, sin chistera ni bombín, alérgico a los chismes de los expertos y sin rastro de la lengua manchada de los especialistas. Casi todo llega rescatado de EL PAÍS, pero también de Claves, de un viejo Archipiélago, de un nuevo Jot Down, alguna conferencia inédita o presentación escrita —la estupenda sobre Ferrer Lerín, la de las cartas de Octavio Paz a Pere Gimferrer—. También hay prólogos jugosísimos, como el que puso a sus dos novelas reducidas a Idiotas y humillados, antes de contar la infinidad de diccionarios y biblias que pueblan su biblioteca, o el jocoso ensayo que mereció la Historia de mi vida, de Casanova, o el que dedicó al “poeta más grande de todos los tiempos, un alemán poco divulgado en el bachillerato español” que se llama Friedrich Hölderlin. ¿Más? Más: un Proust leído con fervor y un Henry James referencial, un García Márquez transparente que conduce a la delicadeza de Ian McEwan en Cecil Beach, un Montaigne naturalmente en la montaña o un Barthes con “trivialidades que entonces [1973] fueron tomadas con total seriedad” hasta caer rendido ante el “soberbio orgullo del modesto” que es George Steiner.
Sus lecturas no son tampoco para todos los públicos, porque eso no existe, pero sí lo son para públicos atentos a un interlocutor que asume la inteligencia de su lector y le habla como hablaría a un ciudadano tan hedonista como escéptico, bien dispuesto a vivir en manos de otros la víspera de la felicidad de ir por su cuenta a leer a los mejores. Naturalmente, tampoco puede Azúa renunciar del todo a su Azúa y por eso empieza el prólogo con una frase —“En verdad quedan ya pocas justificaciones para editar un nuevo libro”— que es la celebración de la coquetería hecha humildad retórica: yo no he dejado el libro desde esa línea hasta llegar al final, allí donde habla del desengaño, “como el de tantos jóvenes en la actualidad” que sin embargo, y como él, no han perdido el sentido del humor. Y todo para contar, en el último capítulo, que la ruta que le acababa de llevar en 2016 a un sillón de la RAE empezó con una serendipia que igual fue pura chiripa llamada Martín de Riquer: desconfíen (desconfiad) del alboroto mediático. A Azúa también le gustó Master and Commander.
Nuevas lecturas compulsivas. Félix de Azúa. Círculo de Tiza, 2017. 384 páginas. 24 euros.
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