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CRÍTICA
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un quimérico ‘quevedo’

Esta prolija versión libre dirigida por Gerardo Vera apenas traduce escénicamente el vivo humor y la agudeza satírica con la que su autor retrata el declive de la España imperial

Javier Vallejo

Difícil empresa, traducir escénicamente el vivo ingenio literario, el humor alado y la agudeza satírica de Los sueños, retrato mordaz de la doblez y la corrupción moral. Cuanto Quevedo dice de su siglo, vale para el nuestro: solo hace falta leer: ‘Notario’ donde él pone: ‘Escribano’, y ‘Policía’ donde anota: ‘Alguacil’. Con verbo preciso, el poeta pinta un gran fresco humorístico de la España imperial, que solo tiene parangón en los Caprichos y las pinturas negras de Goya.

LOS SUEÑOS

Autor: Quevedo. Versión: José Luis Collado. Intérpretes: Juan Echanove, Óscar de la Fuente, Markos Marín, Antonia Paso, Lucía Quintana, Marta Ribera, Chema Ruiz, Ferrán Vilajosana, Eugenio Villota, Abel Vitón. Movimiento: Eduardo Torroja. Vídeo: Álvaro Luna. Música: Luis Delgado. Vestuario: Alejandro Andújar. Luz: Juan Gómez-Cornejo. Escenografía: A. Andújar y G. Vera. Dramaturgia y dirección: Gerardo Vera. Madrid. Teatro de la Comedia, hasta el 7 de mayo.

Gerardo Vera procura en vano crear imágenes visuales equivalentes a las que el autor traza con sustantivos (“los brazos en jarras y las manos en garfio”), sirviéndose de los actores y de un video de Álvaro Luna. ¿No hubiera sido poner el acento en la palabra más eficaz que ilustrarla, recitar los textos mejor que representarlos, encarnar lo dicho más oportuno que encarnar a quien lo dijo?

Por si Los sueños no fuera material ya complejo de por sí, Vera y José Luis Collado lo entreveran con versos y prosas extraídos de múltiples obras del vate: la Epístola satírica a don Gaspar de Guzmán (metida aquí a capón, como respuesta a la pregunta de un cardenal anónimo), La hora de todos y la fortuna con seso, Visiones y visitas de Torres con Don Francisco de Quevedo… Dicho a palo seco por Marta Ribera, actriz que le imprime a la palabra una dimensión rotundamente física, este poema apunta el camino que el espectáculo entero debiera haber seguido.

Juan Echanove, joven para el papel del escritor que, en plena derrota, rememora su vida, se aplica a representar de manera naturalista lo emocionado, compungido y sobrecogido que está su personaje. En medio de tanta sentimentalidad, resultan un oasis la prosodia transparente y la musical elocuencia de Lucía Quintana (Aminta), la arrolladora aparición de La Muerte, encarnada por Marta Ribera, y la creación que de La Envidia hace Antonia Paso.

Profusamente empleado, el video distrae de lo que Quevedo cuenta. La prosa con la que José Luis Collado completa el puzzle dramatúrgico dista de la del autor, la retrospección que el protagonista hace desde un asilo es recurso manido y el coro de hospicianos semeja una versión desmañada del celebérrimo del Marat-Sade cátaro de Marsillach.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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