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San Juan de Ulúa, cinco siglos como puerta de conquistadores, piratas y esclavos

En 1518 Juan de Grijalva descubrió el islote en el Estado mexicano de Veracruz, que a lo largo de 500 años ha sido resguardo de bandidos, militares y presidentes

Karina Suárez
El fuerte de San Juan de Ulúa en Veracruz.
El fuerte de San Juan de Ulúa en Veracruz.Mónica González

Antes de San Juan de Ulúa, existió Tecpan Tlayácac. Un islote situado en el golfo de México, donde los antiguos pobladores de Culúa celebraban rituales y sacrificios humanos para honrar a Tezcatlipoca, dios prehispánico de la oscuridad. Este sitio sagrado se convertiría en un lugar estratégico de los navegantes europeos. Fue el primer territorio azteca en ser explorado por los españoles en 1518 y tres siglos más tarde, en 1825, sería el último reducto de la Nueva España en México. Refugio ante invasiones, prisión de máxima seguridad y casa presidencial. El fuerte de San Juan de Ulúa ha sido testigo silente del devenir de los últimos cinco siglos del país.

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El destino histórico de San Juan de Ulúa estuvo determinado por su geografía. La tranquilidad de sus aguas permitió que el capitán español, Juan de Grijalva, desembarcara por primera vez en territorio totonaca el 24 de junio de 1518, día de San Juan Bautista. Esta fecha marcará el comienzo del colonialismo español en América: la ruta descubierta por Grijalva facilitó, un año más tarde, la llegada de Hernán Cortés y de una tripulación de 600 hombres. Este fue el comienzo del fin de la historia de las civilizaciones mesoamericanas, que en 1521 se rindieron frente al poderío de las tropas españolas.

A partir de esa fecha y a lo largo de 300 años, el fuerte de San Juan de Ulúa, construido con los corales del fondo de sus aguas, se convertirá en pieza clave para salvaguardar a las primeras ciudades novohispanas. “Lo que detona la alarma para que Ulúa se vaya transformando en esta fortificación que tenemos ahora, es la llegada de los piratas. Si se pierde la entrada a la ciudad de Veracruz, se pierde el puerto y el punto de contacto comercial”, explica Sara Sanz, directora del recinto histórico.

Los muros de 30 metros de espesor dan cuenta del interés defensivo del virreinato de la Nueva España. La directora del recinto explica que el rey de España, Felipe II crea un sistema defensivo del Caribe, en el que el fuerte de San Juan de Ulúa fue una pieza clave. El italiano Tiburcio Spannochi fue el encargado de llevar a cabo este proyecto. Su experiencia como ingeniero militar convierte esta obra en una de las más emblemáticas del Renacimiento. Un desafío arquitectónico alcanzado gracias al esfuerzo de los esclavos y de los indígenas de la zona. De acuerdo con las cifras de la Unesco, por este lugar transitaron más de 250.000 prisioneros provenientes de África.

Este sitio, emblema de la dominación española, fue el hogar de 200 españoles que en 1821 se niegan a reconocer la independencia de México y se resguardan en el edificio. Gracias al apoyo de Cuba y a la falta de navíos mexicanos este contingente logró resistir cuatro años en un espacio de cinco hectáreas. “Finalmente, el gobierno de México compra embarcaciones en 1825 y con esos barcos van a sitiar a la fortaleza de Ulúa. Con el bloqueo los españoles finalmente se van a rendir”, relata Procopio López, asesor educativo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Actualmente cerca de 268.000 turistas al año visitan el fuerte de San Juan de Ulúa. Observan desde el nivel del mar las operaciones del puerto de Veracruz. Se toman selfies. Recorren las mismas bóvedas que sirvieron de protección a los militares mexicanos durante la llamada Guerra de los Pasteles (la primera intervención francesa en México) en 1838 y en la invasión norteamericana de 1847. Cruzan el puente de los suspiros para visitar las mazmorras y experimentar, al menos por unos minutos, la humedad, oscuridad y falta de ventilación delos miles de presidiarios. Entre la lista de presos figuran los nombres del sacerdote jesuita Francisco Javier Clavijero, los huelguistas de Cananea e incluso, Benito Juárez, antes de ser presidente nacional.

En lo que pareciera una revancha personal, Juárez decide en 1859 convertir a su exprisión en su casa presidencial. El sitio más seguro de México también fungió como residencia oficial temporal del presidente Venustiano Carranza. Bajo el resguardo del mar y alejados de cualquier amenaza los mandatarios dictaban en Ulúa las políticas nacionales. Una época de intensa actividad en la que el fuerte era, además, arsenal militar y centro penitenciario. Ante el exceso de funciones, Carranza decide en 1915 clausurar los calabozos. Las condenas judiciales acabarían, pero las historias sobre forajidos como Chucho El Roto poblarían la imaginación de propios y extraños.

Durante casi cinco décadas el ejército mexicano operó a plenitud en el fuerte. Instalaron talleres de reparación de barcos, bodegas de almacenaje de armas y cuarteles. Hasta que en 1962 el entonces presidente de México, Adolfo López Mateos ordena que el inmueble sea gestionado por el INAH. A partir de esa fecha, el lugar funciona como memoria arquitectónica. Un tesoro cultural que no ha estado exento de amenazas de destrucción. “Hay dos intentos de (demolición), el primero a finales del siglo XIX, cuando las obras del puerto de Veracruz están en auge y el último intento de demolición fue por ahí de 1953”, señala López.

En junio de 2018 el recinto celebrará 500 años de su descubierto. Imponente, la estructura presume una resistencia a prueba de las tropas extranjeras, de corsarios, incluso, de las amenazas modernas de la llegada diaria de barcos portacontenedores al puerto de Veracruz. La colindancia con este centro portuario le ha impedido alcanzar el reconocimiento como Patrimonio Mundial de la Unesco. No obstante, el desarrollo cultural del lugar no está supeditado a un nombramiento. Este año se preparan coloquios, conciertos y presentaciones de baile para festejar la sobrevivencia de un lugar poblado de acervo histórico y de leyendas sobre forajidos, fantasmas y amores trágicos.

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Sobre la firma

Karina Suárez
Es corresponsal de EL PAÍS en América, principalmente en temas de economía y sociedad. Antes trabajó en Grupo Reforma. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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