Residencias para quedarse
El Centro de Residencias de Matadero abre un nuevo capítulo sobre la urgencia de este tipo de espacios de creación en Madrid
Sabemos que las residencias para artistas son contextos silenciosos en el campo del arte. No digamos ya en los medios. Un centro de producción, un espacio de recursos o un programa de investigación no tienen el tipo de impacto que suele filtrarse fácilmente en el imaginario colectivo. En parte, porque todo lo que ocurre allí se escurre de la idea de exposición, el formato por excelencia de lo artístico, avivado por el contexto productivo del mercado, su sistema de colecciones, galerías y ferias. Lo que allí pasa tiene que ver con el otro ritmo del arte, el del quehacer cultural cotidiano que se detiene en los procesos de trabajo, en investigaciones al margen y en el flujo de experiencias que se mueven tejiendo redes. En un centro de residencias impera el no sostenido: no prisa, no jerarquía, no instrumentalización, no comercio. El valor simbólico que aportan este tipo de proyecto es estar situados. Entrar en el radar de un contexto, en la base, dentro y fuera de sus márgenes.
El programa de residencias de Matadero nació hace diez años con la idea de paliar esa escasez de este tipo de espacios en Madrid. Hacía tiempo que el tejido artístico de la ciudad pedía infraestructuras y apoyo a la producción artística. En 2008 era un espacio en obras rodeado por un muro, desconocido por el público y con apenas tres instituciones abiertas, las Naves del Teatro Español, Intermediae y La Central del Diseño. El entonces equipo, formado por Pablo Berástegui y Manuela Villa, tenía entre manos la idea de hacer de este centro de creación contemporánea un lugar experimental, donde el artista trabajase de manera flexible y útil, y donde pudiera presentar su trabajo más allá de la típica exposición. En la primavera de 2010, esa idea de laboratorio se bautizó como El Ranchito. Empezaron habilitando un piso de dos habitaciones en el barrio de Legazpi como una residencia gratuita para que gestores y artistas internacionales conocieran el tejido artístico madrileño. Al tiempo, abrieron la Nave 16, donde integraron estudios dentro del espacio expositivo. El Ranchito buscó durante años su propio modelo como residencia para creadores sobre la marcha, trabajando de forma colaborativa y horizontal, sin controlar al 100% el rumbo del proyecto y dando cabida al error. Seguramente sea ésa su mejor virtud en estos años de caída libre institucional: ser, ante todo, un lugar de oportunidades.
Diez años después, esa tentativa es hoy el Centro de Residencias de Matadero, de la que Manuela Villa hace balance: “Con el programa El Ranchito hemos aprendido mucho sobre la necesidad de espacios de producción y convivencia de artistas en la ciudad, sobre la necesidad de movilidad e internacionalización para artistas, y hemos establecido una red estable de centros internacionales de residencias con los que colaboramos. El principal cambio es que ahora el programa es mucho más amplio y dota de recursos y espacios de trabajo durante periodos largos de tiempo, hasta un año, a los creadores de Madrid sin necesidad de marcharse fuera. Además, hemos incluido otras disciplinas como el pensamiento, la literatura, la producción cinematográfica o la música”. El giro es global en Matadero con la incorporación de Rosa Ferré en la dirección, quien trabaja ya en la apertura de la sede de la colección de Patrizia Sandretto, prevista para 2020, y en la redefinición de varios de sus programas, entre ellos el de Abierto x Obras. Pensando esas ideas de producción, de visibilidad y de contexto, extendemos la charla con Manuela Villa, quien desgrana el trasfondo del Centro de Residencias.
Además de un lugar, ¿sabemos qué es una residencia para la creación? ¿Qué implica?
El espacio es un recurso clave, hay muchos creadores trabajando en sus casas que no pueden ni pensar en hacer una obra de grandes dimensiones por falta de espacio. Lo mismo pasa con los investigadores, muchos de ellos viven aislados de otros investigadores porque el pensamiento es un proceso que en la educación formal se hace de manera individual. Pero además de un espacio, un centro de residencias debe ofrecer recursos económicos para que la gente pueda olvidarse por un tiempo de sus trabajos alimenticios y enfocarse en su trabajo artístico. Y esto es clave. Nosotros es lo que hacemos: ofrecer espacio, tiempo y recursos, además de dar visibilidad y del acompañamiento institucional.
¿Cómo es el tejido de residencias en la ciudad? ¿Cómo se complementa con éste?
Matadero es una institución pública municipal, es decir, que nuestro principal sujeto de trabajo es el tejido artístico de la ciudad. Por tanto, nuestro deber es analizar este tejido y trabajar para fortalecerlo. A diferencia de otras capitales europeas, Madrid no cuenta con un gran espacio público que apoye la producción de obra y de conocimiento en el ámbito del arte contemporáneo. Este proyecto es un primera paso hacia esto. Nacemos en un momento en que el tejido de residencias independientes es especialmente rico (hemos contado hasta 16 proyectos), con pequeños programas que tienen lugar en casas privadas, en talleres de artistas o en galerías privadas. Y hemos constatado que el principal problema para estos programas es el alojamiento. Si hubiera un recurso disponible para alojar artistas y/o creadores, los espacios independientes harían probablemente muchas más residencias. Por el momento, no podemos ofrecer ese servicio, pero nuestro objetivo es complementar estos programas estableciendo colaboraciones. La colaboración estable con AECID, nos permite además, mandar artistas a centros de producción internacionales.
Hablas de acompañamiento institucional y pienso en cómo desde el arte se reivindica cada vez más el trabajo afectivo, trabajar con los cuidados. ¿Cómo cambia eso los esquemas anteriores?
En un centro de residencias o trabajas desde los afectos o los proyectos no salen. Hay un trabajo de acompañamiento curatorial, pero también de acompañamiento personal y de escucha muy importante. Si nos limitásemos a hacer nuestro trabajo de producción pondríamos en peligro el proyecto. Supongo que esto implica un cambio de gobernanza con respecto a los esquemas modernistas, es decir, trabajamos de forma transversal y desde el ensayo-error.
Hablando de estructuras. ¿Cómo crees que es el sistema del arte?
Lo veo como un sistema bastante ensimismado y atrapado en las dinámicas capitalistas del mercado. La verdad es que soy bastante crítica con el sistema artístico, aunque soy consciente de vivir en una contradicción ya que participo de él y lo alimento. Hay muchos lugares por los que intentar cambiar esa dinámica. Los espacios públicos tenemos una responsabilidad en este cambio. Debemos apostar por invertir dinero público en el arte que no es ni será nunca comercial pero que es significativo, y hacer proyectos que nos saquen del ensimismamiento, que se enlacen de manera natural con las cuestiones urgentes que afectan a nuestras vidas fuera del sistema del arte. Feminismo, racismo, gentrificación, hiperproductividad, cambio climático...
Al hilo de eso me viene a la cabeza el Espacio Afroconciencia, uno de los proyectos residentes en Matadero. ¿Qué discurre en él?
Surge como el trabajo de investigación de una miembro del grupo de pensamiento y acción colectiva sobre educación que trabaja en Matadero. A raíz de la primera edición del Festival Afroconciencia, en 2016, el propio colectivo afrodescendiente siente que hay una gran necesidad de hablar de estas cuestiones transversales que afectan a la diáspora africana y me proponen poner en marcha un espacio de pensamiento. Desde él, se organiza actividad cultural pero también, se educa sobre racismo en la escuela, da servicio judicial a la comunidad afrodescendiente, promueve la visibilidad de referentes negros españoles, analiza el racismo en el lenguaje colonial... Supone un antes y un después, ya que por primera vez la comunidad afrodescendiente en España tiene un espacio de legitimación institucional desde el cual alzar la voz. Este proyecto es un ejemplo de cómo desde el arte podemos enunciar cuestiones que son políticas, pero que podemos abordar desde otros campos que más tienen que ver con la imaginación, la representación y con la construcción de mundos posibles. Los centros de arte tenemos una responsabilidad ahí.
Y ¿cómo trabajar con recursos anti coloniales?
Es un campo de trabajo complejo. Por una parte, España no ha hecho los deberes en su revisión crítica de un pasado colonial que todavía es ensalzado en las escuelas, monumentos, calles y conversaciones diarias. Y por otro lado, estamos asistiendo al empoderamiento de los migrantes de segunda generación que nacieron españoles y que reclaman ya sus derechos en una sociedad que les dificulta el acceso a la normalidad, aunque se considere a sí misma no racista. Todo lo que estamos avanzando en el discurso feminista, por ejemplo, está por avanzar en el discurso antirracista. Las instituciones deben de abrirse a estas sensibilidades, aunque sea complejo.
¿Hay libertad en el campo de la creación?
Siempre y cuando no te salgas del camino ya trazado hay libertad, pero si aspiras a trabajar con un pensamiento crítico y transformador, la libertad se acaba pronto.
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