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Buscando a Karl desesperadamente

La exhaustiva biografía de Marx firmada por Stedman Jones flaquea en el análisis de su obra

Antonio Elorza
Karl Marx, visto por Sciammarella.
Karl Marx, visto por Sciammarella.

Los méritos y las insuficiencias de esta exhaustiva biografía de Karl Marx —simplemente Karl para G. Stedman Jones— quedan de manifiesto desde las páginas introductorias. El profesor del Queen Mary College parte de reconocer lo que ante todo cuenta en Marx, “las múltiples ideas que desarrolló en un sinfín de textos notables”, su enriquecedora aportación a la teoría social del siglo XIX. A continuación introduce algo decisivo para la comprensión de nuestro Karl: contemplar “sus textos como intervenciones del autor en determinados contextos políticos y filosóficos que el historiador ha de reconstruir luego puntillosamente”. Es decir, Marx no es solo el teórico que se enfrasca en lecturas dentro de la hoy desaparecida biblioteca del British Museum, sino un hombre que siempre busca con sus intervenciones y con sus ideas una incidencia sobre la realidad política y social. Y esa proyección tiene lugar desde su juventud en un marco compuesto por redes cuyas dimensiones y contenidos irán variando, y estrechándose, a lo largo de su vida.

De ahí nace el mayor atractivo de la obra de G. Stedman Jones. El campo está ya trillado por sucesivos trabajos de investigación, entre ellos la biografía de Jonathan Sperber, cuya versión española publicó Galaxia Gutenberg, pero eso no impide que en el seguimiento de la trayectoria de Marx nos encontremos ante una inteligente y pormenorizada reconstrucción de las dimensiones culturales y políticas de su vida, a veces con una precisión microscópica. Es en este punto donde la biografía responde a la metáfora adoptada por el biógrafo del restaurador que devuelve la pintura a su condición original, presentando conjuntamente a “Marx y sus contemporáneos”.

Otra cosa es atenerse reductivamente a la estimación de que las intervenciones de Marx estaban únicamente dirigidas a sus contemporáneos, y no a sus herederos. Tal planteamiento es válido como perogrullada, pero olvida que Marx es un teórico de la revolución, y que, desde el Manifiesto comunista, tal revolución se inserta en la historia y por ello su autor trata de influir sobre la misma de cara al futuro. De otro modo no se entienden su crítica al programa de la socialdemocracia alemana o la reiteración de que la fórmula de 1852 para la transición al socialismo deberá ser la dictadura del proletariado. La consecuencia es la desviación del estudio de Stedman Jones al abordar la relación entre Marx y el marxismo, cuestión que no se limita a la representación que los marxistas se hicieron de la obra de Marx después de su muerte, tantas veces entre la mitificación y el reduccionismo.

El campo está ya trillado pero eso no impide que en el seguimiento de la trayectoria de Marx nos encontremos ante una inteligente y pormenorizada reconstrucción de las dimensiones culturales y políticas de su vida

La evolución de la ideología en los partidos obreros conllevó múltiples formas de alejamiento del núcleo original elaborado por Marx, algo inevitable dados el encuadramiento histórico y el carácter inacabado de la teoría del fundador, así como la exigencia de responder desde esos partidos a circunstancias cambiantes. Pero desde ese enfoque no es serio cerrar los ojos a la herencia principal de Marx, que recae sobre Lenin, para bien y para mal. Son muy importantes las puntualizaciones sobre los juicios de Marx acerca de la comuna rural, así como el contraste de ellos con aportaciones científicas coetáneas. No parece, sin embargo, que tal haya sido la consecuencia más relevante de las ideas de Karl, hasta el punto de ocupar el “epílogo” de la biografía. Así las cosas, rehuir la vinculación de Marx con Lenin es más que un olvido. Claro que si solo interesa “la representación”, el marxismo del siglo XX se limita a ser “una mitología cada vez más colosal”. Stedman Jones lo declara en el breve prólogo al libro, y se cuida muy mucho de volver sobre la cuestión para probarlo en sus casi 1.000 páginas.

En su elogio desde las páginas del Times Literary Supplement, el crítico nos dice que “Stedman Jones desarma la doctrina sin desestimar al pensador” y trabaja en ello “con la doctrina de un experto en explosivos”. Más bien habría que decir que cubre el recorrido de un experto por un campo de minas a fin de que estas no le exploten bajo los pies. En la dimensión intelectual de la biografía encontramos una puntual crónica de las posiciones doctrinales de su Karl, y casi nunca, salvo en exámenes como el de El capital o La guerra civil en Francia, falta siquiera el intento de proceder a un análisis secuencial de aquellas. Así el lector no puede percibir cómo de 1846 a 1848 va forjándose una explicación totalizadora de los procesos históricos, desde la carta a Annenkov y la crítica a Proudhon al Manifiesto comunista, pasando por los fragmentos publicados como La ideología alemana. Con anterioridad, Stedman Jones ofrece de los Manuscritos económico-filosóficos una reseña fría, puramente descriptiva, sin la menor apertura a la innovación que aporta la teoría de Marx sobre el trabajo enajenado: vale más releer los viejos apuntes de Marcuse. Es importante subrayar cómo en ese acceso a la madurez de Marx el idealismo sigue incidiendo sobre lo que se llamará el “materialismo histórico”. Basta comparar la segunda parte del Manifiesto con la primera, y no precisamente para ventaja de aquella. Vuelve a ser un sorprendente indicio de trivialización que Stedman Jones renuncie a afrontar lo que ya se presenta en notas y textos como explicación de una Zusammensetzung, composición articulada del sistema social, donde Marx propone una determinación de unos niveles por otros, con la base en las fuerzas productivas y el vértice en el orden político, desde cuyo control tiene lugar la generación del consenso por la clase dominante. El esquema será discutible, pero no merece ser rehuido.

En distintos episodios significativos, esa atención a la reseña de las posiciones por encima del análisis hace pagar su precio. Desde el entusiasmo de Karl por la revuelta de los tejedores de Silesia, donde habría que apuntar su error ignorando que se trataba de una actividad en repliegue por el progreso tecnológico, a la polémica con Bakunin, donde éste abandona su previa adhesión al eslavismo pero mantiene una concepción de origen histórico ruso sobre el Estado y la revolución social. En este punto, Netchaiev es mencionado por Stedman Jones, pero sin detenerse en su aportación a la figura del revolucionario, enlace con Lenin. Ni en la argumentación racista de Bakunin contra Marx por ser alemán y judío, ni lo que implica su consideración de “la gran canalla popular” como sujeto de la revolución social la reconstrucción del ideario bakuniano es insuficiente. En suma, estamos ante una exhaustiva crónica intelectual de la vida de Karl Marx, con una vertiente analítica menos lograda.

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