Milagros en Las Ventas
Sebastián Castella sale ileso de un dramático percance y cruza a hombros la puerta grande
GARCIGRANDE / PONCE, CASTELLA, COLOMBO
Cinco toros de Garcigrande y uno -el tercero- de Domingo Hernández, mal presentados, mansos, descastados, blandos y nobles; muy bravo en el caballo y deslucido en la muleta el cuarto. El segundo, devuelto, y sustituido por otro de Valdefresno, noble.
Enrique Ponce: estocada caída (gran ovación); pinchazo y bajonazo (gran ovación).
Sebastián Castella: pinchazo, media tendida y baja -aviso-, pinhazo, casi entera baja estocada, un descabello -2º aviso- y el toro se echa (silencio); estocada (dos orejas).
Jesús E. Colombo, que confirmó la alternativa: pinchazo y estocada trasera (silencio); estocada (silencio).
Plaza de Las Ventas. Vigésimo tercer festejo de la Feria de San Isidro. 30 de mayo. Lleno de 'no hay billetes' (23.624 espectadores, según la empresa).
Los milagros existen y más de 23.000 personas fueron testigos directos de varios. Parece científicamente inexplicable que Sebastián Castella recuperara la verticalidad y la conciencia después de la muy aparatosa cogida que sufrió cuando capoteaba al quinto de la tarde. Estaban ambos en el centro del ruedo, trataba el torero de parar a su oponente cuando el animal se quedó corto en una embestida por el pitón izquierdo, elevó la cara, enganchó el cuerpo del toreo por el cuello -esa fue la impresión primera-, lo zarandeó dramáticamente en el aire, lo lanzó contra el suelo y allí lo buscó con furia mientras los compañeros corrían en su ayuda en una distancia tan corta como inalcanzable.
Desmadejado e inmóvil quedó Castella en la arena cuando las asistencias lo recogieron y la impresión en la plaza es que acababa de asistir a un gravísimo percance. Lo trasladaron a toda prisa hacia las tablas, y allí, para grata sorpresa de todos, el torero francés se deshizo de las asistencias, probó el agua milagrosa por el cogote, el mozo de espada le vendó el pie izquierdo (el parte médico posterior señaló que había sufrido una herida de pronóstico reservado en esa extremidad y contusiones y erosiones múltiples) y en un par de minutos estaba de nuevo en la cara del toro.
Momentos más tarde, otro milagro. Ese animal que a punto estuvo de segarle la vida a Castella le ofreció un torrente de dulce nobleza, y el torero, empujado por unos tendidos sobrecogidos aún por la cogida, comenzó de rodillas en el tercio, dibujó una emotiva faena de suaves muletazos por ambas manos -el torero, transfigurado, y el público entregado-, y cuando acabó de una buena estocada paseó el excesivo premio de dos orejas que le abrió la puerta grande. Cómo cambia el panorama una voltereta…
Y hubo un tercer milagro. Ese mismo torero que tuvo la dicha de ver a hombros la calle Alcalá ofreció una pésima imagen ante su primer toro, que acudía de largo al cite y repetía en busca de un muleta con mando. Se dejó arrollar Castella, embistió entonces el animal con la cara alta, y toda su labor fue desordenada, deficiente y sin ideas. Para colmo de males, escuchó dos avisos. ¿Dónde estuvo el milagro, entonces? Pues que Castella no escuchó la gran bronca que merecía y todo quedó en un injusto silencio, prueba de la escasa exigencia que desde hace tiempo es santo y seña de esta plaza.
Enrique Ponce había manifestado su intención de abrir por quinta vez la puerta del triunfo, pero no lo consiguió porque sus toros, esos que elige con tanto mimo y tan bien entiende como enfermero jefe de la torería actual, no se lo permitieron.
¡Cómo quiere el respetable a este torero…! En lugar de exigirle un mayor compromiso con la fiesta, jalea todo cuanto hace y parece estar asistiendo a una gran obra de arte cuando Ponce acaricia y anima a un toro mortecino y con aspecto enfermizo como era su primero.
Con bravura y fortaleza se comportó el cuarto en el caballo, donde lo picaron en exceso. Quizá, por ello, se defendió en la muleta y su viaje fue tan corto que impidió el lucimiento del torero. Y Ponce mostró su enfado; primero, golpeó la muleta con el estoque simulado y, tras machetear a su oponente, le dio una colleja en el pitón derecho por su mal comportamiento. Y la gente, aplaude que te aplaude…
El joven venezolano Colombo, que confirmó la alternativa, fue el convidado de piedra. Es un torero poderoso y estos no eran sus toros. Birrioso y adormilado fue su primero, con el que se mostró incómodo y fuera del escenario, y no lo pudo arreglar en el sexto, que lo desarmó hasta cuatro veces, y no se halló a sí mismo. A sus dos toros los banderilleó con suficiencia.
¿Y la corrida? Moderna; presentación deficiente, mansa, a excepción del cuarto, descastada y agotada. Y noble muy noble, como gustan a las figuras.
Babelia
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