John Zorn: “La música se escribe sola, basta con no interponerse”
Encuentro en Lisboa con el músico, protagonista del festival Jazz em Agosto. Prolífico, independiente y controvertido, su eclecticismo es referencia en la vanguardia neoyorquina
Pese a su temible fama, el ecléctico compositor y saxofonista John Zorn (Nueva York, 1953) puede ser embarazosamente efusivo cuando nadie lo ve. Como el domingo pasado, en el auditorio con vistas al jardín de la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa. La soprano Barbara Hannigan acababa de probar sonido para un concierto de canciones para piano y voz escritas por él, y Zorn, que había permanecido sentado en primera fila del patio de butacas vacío, subió al escenario, la cogió por las manos y abrió el grifo de los elogios. “¡Oh, Barbara, ha sido sencillamente maravilloso! ¡Parece que llevaras toda la vida cantando esas canciones!”.
Con la prensa, en cambio, tiende a moderar su entusiasmo.
Hiperactivo, voraz, prolífico y controvertido, Zorn estaba en la ciudad para recibir desde el 27 de julio y hasta mañana el homenaje de Jazz em Agosto, festival comprometido con la improvisación menos amable. La cita celebra su 35º aniversario con 10 días de conciertos dedicados a su figura, a su capacidad para aglutinar a destacados instrumentistas de la escena de Nueva York y a su inabarcable obra, que toca registros tan distintos como el jazz, la música tradicional judía, las bandas sonoras o el grindcore. Una vez en Lisboa, Zorn, autor de un monumental repertorio de canciones, también de una titulada El perfume de la carne del crítico cuando arde, accedió de modo excepcional a una entrevista en persona. La buena disposición cambió en el último minuto. Al señor Zorn, acuciado por “una sobrecarga de ensayos”, le iba a resultar imposible la cita, aunque aceptaba “contestar algunas preguntas por correo electrónico”, medio ciertamente poco dado al diálogo, y no digamos a la discusión.
Contestó, por ejemplo, preguntas sobre cómo ve la música ahora que se asoma a los 65: “Solía contemplarla como un problema que había que resolver. Ahora he entendido que no hay soluciones porque en realidad tampoco hay problemas. Se escribe sola, basta con no ponerse en su camino”. O sobre lo que debe tener un músico para contarse entre sus colaboradores: “Virtuosismo, imaginación, honestidad, humildad, disciplina y una mente totalmente abierta y capaz de ir un poco más allá siempre que las circunstancias lo exijan”.
El actor y director francés Mathieu Amalric, al que tal vez recuerden como villano de James Bond en Quantum of Solace (2008), estrenó en Lisboa la segunda parte de “un documental en proceso” financiado por él, en el que persigue por el mundo a Zorn, siempre con sus pantalones de camuflaje y su camiseta negra, para retratar esas relaciones con los músicos. Y poco más: John Zorn (2016-2018) renuncia a “entrevistas, contextualizaciones u otros elementos que distraigan la escucha”, según explicó en los jardines del museo Amalric, donde se comportó más como un fan que como una estrella de cine europeo. “Por eso solo se proyecta en festivales donde él toque”. Ambos se conocieron en 2010, “durante la fiesta del Yom Kipur”. La relación, “que ahora puede definirse como una amistad”, ha sido constante desde entonces. “Es como Dorian Gray, parece que no pasara el tiempo por John. Es gracias a su entusiasmo”.
Entre las últimas en incorporarse al selecto club Zorn está Kris Davis, una de las pianistas más interesantes del jazz actual, que el miércoles interpretó parte del repertorio de Bagatelles, corpus de 300 canciones que el compositor escribió entre marzo y mayo de 2015. Davis define la determinación del jefe como “fuerte, aunque justa”. Supo por primera vez de su música en la tienda de discos Downtown Music Gallery, toda una institución cultural de la parte baja de Manhattan en cuyo local de Chinatown, un sótano acosado por las humedades, Zorn es venerado como un ídolo. Davis le conoció en carne mortal hace un par de años en The Stone, local mantenido por el músico desde 2005. El espacio tuvo que mudar de sede este año empujado por la presión inmobiliaria a un recinto cedido por la universidad The New School. El concierto inaugural de Jazz em Agosto trató de recrear el ambiente de una de las noches de improvisación que allí se celebran regularmente.
Nacido y criado en Queens, Zorn se dio a conocer en los ochenta, cuando los alquileres aún estaban a escala humana, en la vibrante escena del downtown, gracias a su descarada mezcla de jazz, música agresiva, cultura japonesa y cinefilia con proyectos como Naked City, Spillane, inspirado en el célebre detective, o Spy vs. Spy, donde trituraba el legado de Ornette Coleman. Así que el tipo, que vive en el mismo apartamento desde los setenta, es neoyorquino a más no poder, salvo porque no cede a la nostalgia de una ciudad que siempre anda perdiendo su espíritu: “Lo que mejor define a Nueva York es el CAMBIO. Llevo toda la vida aquí y aún descubro algo nuevo cada día”.
The Stone es uno de sus modos de controlar los medios de producción para garantizar la independencia, tal vez el rasgo más distintivo de su carrera. Otro modo es Tzadik, sello fundado en 1995 para publicar su obra y la de los suyos. El catálogo cuenta con más de 800 referencias (más de 150 a su nombre; tres solo este año) primorosamente editadas casi siempre en CD, de las que se venden “entre 1.000 y 2.000 copias de media”. La empresa, “rentable”, no cede a los cantos de sirena del revival del vinilo (“me parece fantástico, pero es un nicho para coleccionistas”), ni de plataformas como Spotify: “No me interesa, por definición, el modelo de negocio de ninguna gran compañía. Si fuese capaz de crear una herramienta que compensara justamente a los músicos por su trabajo, lo haría. Hasta entonces, no pierdo tiempo con el streaming”.
En Tzadik (que en hebreo alude a la “fe de los justos”), Zorn puede dar salida a sus inagotables intereses musicales y estéticos. Organiza su producción en proyectos como Filmworks (25 álbumes de música para películas), Hermetic Organ (discos de órgano solo, al estilo del recital que ofreció el domingo en Lisboa) o la serie Radical Jewish Culture, en la que trabaja “a través de la experimentación y la vanguardia” por el “progreso de la cultura judía en el siglo XXI”, también mediante la revisión de la obra de compositores judíos como Marc Bolan, Serge Gainsbourg o Burt Bacharach.
Criado en un ambiente laico en el que el pasado no era más que un participio, Zorn abrazó la religión como parte de su “experiencia como outsider” y ha situado la cultura hebrea en el centro de un discurso que ha sido acusado de fomentar una “política identitaria radical”. El cuarteto Masada, su proyecto más reconocido, es un supergrupo de extraordinario directo que conjuga jazz y música klezmer y toma su nombre del lugar en el que la leyenda sitúa la fortaleza en la que la resistencia al imperio desembocó en un suicidio colectivo durante la primera guerra judeo-romana. Preguntado por si apoya la reciente aprobación de la ley que define Israel como el “Estado-nación del pueblo judío” y que ha sido criticada por relegar a las minorías palestina, drusa y beduina a ciudadanos de segunda clase, Zorn responde, sin posibilidad de repregunta: “El racismo debe ser combatido allá donde aparezca”, antes de añadir que el “antisemitismo está creciendo en el mundo. Lo dicen las estadísticas, no yo”. Trump, en cambio, dispara su elocuencia: “Toda acción desata una reacción. El resultado de tener un brillante, empático y locuaz presidente afroamericano es este sociópata supremacista blanco. La política es hoy en mi país un patético y caótico espectáculo, pero el péndulo volverá y echaremos a ese mentiroso patológico, narcisista marioneta rusa, de su trono invisible para devolverlo a la realidad alternativa de la que proviene”.
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