“A mi padre lo mataron en un campo de concentración donde está la Cruz de los Caídos”
La vida de Eulalia Mendoza y la represión franquista contra su familia es una de las cien historias rescatadas por un grupo de antropólogos de la UNED, que publican en un libro
El padre de Eulalia se llamaba Magdaleno y lo mataron “en un campo de concentración donde está la Cruz de los Caídos”. “Aguantó muy poquito tiempo. Mi padre era socialista y no era nadie, porque entonces no éramos de ningún sitio, porque entonces no había de nada”. Eulalia se lo cuenta al antropólogo de la UNED, Jorge Moreno. La historia de Eulalia es terrible. No sólo por la muerte de su padre. Su relato de la represión y del hambre en la España de la posguerra es desalentador. Y Moreno toma nota y aparece publicado en el libro Para hacerte saber mil cosas nuevas. Ciudad Real 1939, la historia oral de los represaliados por el franquismo en Castilla-La Mancha, que suman unas 4.000 personas, según Moreno. La obra forma parte del proyecto Mapas de la Memoria, una iniciativa pionera que ha investigado durante más de 10 años en archivos, registros civiles, documentos penitenciarios y, claro, con los supervivientes.
En la denuncia, del 4 de febrero de 1940, se acusa a Magaleno de ser un “individuo de ideas izquierdistas sin poder precisar, partido, y que durante la dominación roja, hizo guardias, con escopeta”. Quien habla es Gregorio Sánchez Espinosa, que señala a Magdaleno como ladrón de 50 ovejas. El padre de Eulalia se defendió y negó pertenecer a ningún partido político, haber hecho propaganda de la “Causa Roja”, ni de participar en detenciones, robos y saqueos “contra las personas de orden y contra los bienes de las mismas”.
La sentencia es de una semana después: “Los hechos relatados no merecen la calificación jurídica del delito”, pero el juez señala que “es evidente” “la peligrosidad del encartado” y por ello lo condena, “como medida de corrección”, que ingrese “en un batallón de trabajo y por un tiempo indeterminado”. Y así llega al campo de concentración del Valle de los Caídos del que habla y al que se refiere su hija.
La vida de Eulalia Mendoza y su familia está incluida entre el centenar de biografías rescatadas del olvido, para que no desaparezcan los testimonios de quienes fueron asesinados “sin causa y con ausencia de defensa”. Ha sido una labor de rescate de “la dignidad” de la memoria que esas familias han conservado durante este tiempo.
Hambre y enfermedad
Eulalia aprendió a leer en los cartones. A su abuelo lo entreveraron sin tapa, en un “cacho manta”, en una caja de esas donde come el ganado. Su madre trató de vender un carro para sacar el dinero con el que pagar la multa de su padre, pero el mismo que le denunció, Gregorio, el rico y el alcalde del pueblo, en El Torno, dijo que no se lo compraba y no se la quitaba. Y se lo llevaron al Valle de los Caídos. “Vamos... que se puso él de alcalde. Que no es como hoy que votas. Entonces no había votos. Y estuvieron muchos años mandando ellos solos, porque de unos se lo iban pasando a otros”, recuerda.
Después de la guerra es cuando vino ya to lo malo. Mi madre buscaba para tener pero era imposible
“Mi padre no estaba bueno, porque mi padre estaba enfermo siempre. Y allí murió. Se puso malo. Sin comer, porque allí la comida era demasiado poca”, le cuenta a Moreno, que lo transcribe. Su madre no pudo hacer nada por salvarlo y todavía estaba por llegar lo peor: “Cuando la guerra nosotros no pasamos hambre. Vamos, hemos sido pobres toda la vida, pero no estábamos mal. En El Torno nadie pasó hambre porque aunque poco teníamos algo. Después de la guerra es cuando vino ya to lo malo. Mi madre buscaba para tener pero era imposible...”, dice Eulalia.
No sabe dónde está enterrado su padre. “En un cementerio de Madrid, pero nosotras nunca fuimos a verlo. No podíamos”. No tenían dinero “pa ná, pa ná, pa ná”. Así que ni pensar ir a Madrid.
En la denuncia, del 4 de febrero de 1940, se acusa a Magaleno de ser un “individuo de ideas izquierdistas sin poder precisar, partido
En la presentación, la firma invitada de Ian Gibson alerta sobre el peligro del olvido, porque “sólo conociendo, afrontando y asumiendo la verdad del genocidio y llamándolo por su nombre, será posible que España se vaya convirtiendo en la nación culta, sosegada y reconciliada, que es su obligación”. Los autores explican que todos los documentos y testimonios que hallaron parecían “aletargados” en cajas, “como si después de tantos años de acabada la dictadura tuviesen miedo, más que pudor, a salir y hacerse públicos”.
Son testimonios vivos, cargados de emoción de “la verdad de los vencidos”, “que nos aguardaban para hacernos saber mil cosas nuevas sobre la posguerra”. Vivos como la tinta corrida por las lágrimas de los remitentes el último día de vida, escritas por Tomás Gómez Pimpollo, de La Solana, y de Jesús García Amador (de Albaladejo). Y entre todas ellas, la de Jesús Cruz Ordóñez (de Argamasilla), que escribió a su familia con un alfiler y sangre.
Babelia
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