Astrid Holleeder, delatora y víctima del hermano mafioso
La abogada, amenazada de muerte, explica desde su escondite su vida junto a Willem, el criminal más famoso de Holanda. Su autobiografía, ‘Judas’, acaba de editarse en castellano
No hay fotos recientes de ella, ni las habrá mientras su hermano siga queriendo asesinarla. Astrid Holleeder vive bajo la amenaza de Willem Holleeder, el mafioso autóctono más famoso de Holanda, conocido por todos como "el gánster mimado" y también como "la nariz" por razones obvias. "Claro que lo intentará. Si bien no tengo problema en morir, temo por mi hija", confiesa Astrid, sentada en un despacho interior y recluida del mundo. Acceder a esta abogada penalista holandesa es una odisea llena de guardaespaldas e instrucciones hasta llegar al escondite donde espera como testigo protegido en el juicio contra su hermano mayor. Ella lo delató y ahora su vida corre mucho más peligro que cuando fue confidente de un hombre sobre el que pesan ocho crímenes.
A lo largo de dos horas de conversación, Astrid Holleeder convierte el examen mutuo que subyace en toda entrevista en un sincero viaje alrededor de sus sentimientos, temores, desilusiones y alguna alegría.
En 1983, su hermano fue uno de los cerebros del secuestro de Freddy Heineken, director de la famosa cervecera. Willem, años después, se metió en el negocio de las drogas y ahora está siendo juzgado por cinco asesinatos, un homicidio y dos asesinatos frustrados. Todos los muertos eran antiguos socios. Astrid sospechó que mentía sobre esas muertes, y cosió un micrófono a su ropa interior para grabar sus confidencias. En 2015, las entregó a la policía y luego testificó en su contra. Una traición que la atormenta y da título a su autobiografía Judas (publicada ahora en España por Reservoir Books). En Holanda, vendió 80.000 ejemplares en un día y medio millón de ejemplares en un año. Traducida a 12 lenguas, la ha hecho famosa e invisible. Judas tiene doble sentido: describe el estado de ánimo de Astrid y el comportamiento que atribuye a su hermano con otros hampones. Rodeada de guardaespaldas, cambia de casa a menudo y está segura de que su hermano quiere matarla. Pero entregarlo era la única forma de hacer justicia.
La rutina de un testigo protegido requiere disciplina y capacidad de reacción. Los agentes que guardan a Astrid Holleeder, de 53 años, se organizan en círculos, como si giraran alrededor de un planeta. Aunque no aparecen, hay que seguir sus instrucciones a rajatabla, y la primera fase consiste en acudir puntual a Ámsterdam, a un lugar señalado. Desde allí, se llega en coche a otra dirección. La abogada, mutada en escritora porque ya no puede ejercer, recibe a la hora convenida. El día es luminoso y frío y la gente pasea con gusto. Un ejercicio que le está vetado. En 2016, Willem, de 60 años, estaba en custodia en la cárcel holandesa de máxima de seguridad de Vught (sur del país) a la espera del juicio por los ocho crímenes mencionados, cuando fue llamado por los jueces. Le acusaban de haber orquestado, desde la celda, el asesinato de Astrid y Sonja, su otra hermana, que también colabora con la fiscalía. Se encargaría un sicario, que debía acabar también con Peter R. de Vries, un conocido periodista experto en los bajos fondos. Otro recluso informó a las autoridades a tiempo. Según dijo, Holleeder pagaría 70.000 euros en dos tandas por deshacerse de sus hermanas.
Dinero, poder y autógrafos
"Willem es un asesino en serie. Solo le mueve el dinero y el poder, y es muy peligroso porque es carismático. Cuando estás con él, es capaz de manipularte hasta que acabas de su parte. Por eso la gente de nuestro antiguo barrio del centro de Ámsterdam, Jordaan, le saludaba por la calle cuando pasaba en moto. Hasta le pedían autógrafos", asegura, mientras se emociona al recordar la terrible situación familiar que marcó su infancia. Astrid intentó liberarse estudiando Derecho, haciendo otros amigos y dejando atrás el barrio, pero la vida delictiva de su hermano ha acabado por desbaratarlo todo.
Hijos de Wim Holleeder, un empleado de Heineken ya fallecido, y de su esposa, Stien, que tiene 83 años, el padre era un hombre violento y bebedor. "Solo nos hacía daño", señala su hija. "Gritaba y nos pegaba a todas horas, y mi hermano se convirtió en el hombre de la casa al ser el mayor. Sonja, mi otro hermano, Gerard, Willem, y yo formamos una piña y nos cuidamos. Nosotros éramos la familia, con mi madre, que hizo lo que pudo por protegernos. En Jordaan estas cosas pasaban a menudo, y Willem creció en la calle, en malas compañías. Es la tercera generación de varones violentos. Mi abuelo paterno era miembro del Movimiento Nacional Socialista, el partido fascista holandés, durante la Segunda Guerra Mundial, y abusaba de nosotras. Todo eran besos y caricias extrañas, que solo comprendí cuando le vi hacerlo también con Sonja".
Durante años, el lazo forjado en la infancia convirtió a Astrid en la confidente y asesora de Willem. "Es mi hermano y le quiero. Si pudiera, volvería a empezar, en casa, para recuperar la niñez perdida. Por eso me siento culpable de la delación. A pesar de que sé que tiene dos caras y miente. Estoy segura de que está involucrado en los asesinatos". Gracias a su experiencia como jurista, ella le explicaba cómo manejarse en público. Por ejemplo, en 2012, cuando Willem se prestó a una larga entrevista televisiva con estudiantes de leyes de la Universidad de Utrecht. "Freddy Heineken estuvo atado a una cadena, igual que su chófer, Ab Doderer, durante las tres semanas del secuestro. No se podían mover, y comían y hacían sus necesidades en una celda montada en una nave industrial. Le dije que hablar sobre el dinero del rescate, parte del cual nunca ha aparecido, era una cosa, pero las cadenas no tenían justificación. Cuando le preguntaron sobre ello, optó por una especie de disculpa. Dijo que no eran necesarias, y pasó como un acto de contrición".
Holleeder y su amigo de la infancia, Cor van Hout, pidieron el equivalente a 16 millones de euros actuales por liberar a Heineken y la familia pagó. Cuando encontraron al empresario y al conductor, los secuestradores habían desaparecido con el dinero. Holleeder y Van Hout estuvieron tres años en Francia antes de ser extraditados. Sus otros dos cómplices también fueron apresados. Condenado a 11 años de cárcel, Willem era visto en el barrio como "una especie de Robin Hood". "La gente decía: 'Bueno, Heineken puede pagar el rescate'. Como si el dinero compensara lo ocurrido", recuerda Astrid. En 2007, fue sentenciado a nueve años de prisión por extorsión. Cumplió cinco, y cuando salió era ya muy famoso en su país. Desde 2018, está siendo juzgado de nuevo.
"En el libro trato de mostrar nuestro entorno y las diferencias entre Van Hout y mi hermano. Cor se casó con Sonja, mi hermana, y era un criminal, pero tenía otro carácter. Una cierta pasión por la vida y un carisma distinto. Es uno de los asesinatos que se le atribuyen a Willem, a pesar de los lazos de sangre. Es posible que secuestraran a Heineken porque mi padre lo idolatraba. Que haya un cierto eco freudiano en ese tipo de maltrato. Mi hermano no tiene límites. No ha aprendido a respetar a nadie, y he tratado de mostrar que la única que podía traicionarle era yo. Era inevitable. De no hacerlo, otros estaban en peligro", asegura Astrid, que confía en una sentencia condenatoria. "En la cárcel es el rey. Es su ambiente".
Paradojas de una vida bajo la sombra de la muerte
Cuando Willem Holleeder cumplió su condena por el secuestro de Freddy Heineken, director de la cervecera holandesa, se puso "a trabajar". Así lo dijo ante las cámaras de televisión en 2012, pero su actividad distaba de ser corriente. "Entró en el mundo de la droga, donde el dinero y los ajustes de cuentas son la norma", aclara Astrid, su hermana menor. Ella debe ocultarse porque ha declarado en su contra y ha escrito Judas el libro en el que cuenta todo.
Su hija, sin embargo, es una conocida presentadora de la televisión holandesa. Se llama Miljuschka y es también modelo y actriz, además de chef en varios programas de cocina. “Es una ironía del destino. Yo quiero protegerla, y al mismo tiempo dejar que cumpla sus sueños”, dice su madre. “Ella me pide que trate de disfrutar un poco, aunque lo único que no quiero es salir de Holanda. Es una pena, porque Willem, en realidad, no tiene familia. Todo gira alrededor del dinero, cuando podría haber intentado ser un buen padre para su propia hija e hijo. Aprovechar esa oportunidad que le daba la vida”, cuenta.
Babelia
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