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Por amor al arte

Julian Barnes despliega su virtuosismo en sus dos nuevos libros: una novela de educación sentimental y una colección de ensayos sobre pintores

Julian Barnes, visto por Sciammarella.
Julian Barnes, visto por Sciammarella.

Dos nuevos libros del maestro Barnes. Sobre amor y sobre arte. Sobre amor al arte y sobre el arte del amor. La única historia es de amor, pero no es la única, sino la última historia de amor del autor. En Hablando del asunto exploraba las (in)fidelidades de la geometría emocional de un triángulo amoroso. Amor, etcétera lleva al límite el concepto entendido como un problema irresoluble. En ‘Higiene’, del ineludible volumen de relatos La mesa limón, Jackson viaja a menudo a Londres para comprarle a su santa unos polvos Elizabeth Arden y echarle unos polvos a Babs, su prostituta de cabecera; y tres relatos más versan sobre el amor: ‘El reestreno’, que recrea la última pasión de Turguénev; ‘La historia de Mats Israelson’, en la que Barnes se ocupa del amor constante más allá de la muerte de la mano de la anciana señora Lindwall, que ha vivido “dividida entre no amar a un hombre que lo merecía y amar a otro que no lo merecía”, y Jaula para frutas y su octogenario protagonista abandonando a su esposa por una mujer de 60 tras medio siglo de matrimonio. ‘Paréntesis’, de Una historia del mundo en diez capítulos y medio, discurre sobre amor, sexo y mentiras sin cintas de vídeo en el maravilloso mundo de la pareja. Amores platónicos y amores ovidianos, erotomanía y promiscuidad, adulterios, pasiones y compasiones, ilusiones y desalientos, el carpe diem del sexo y la nostalgia del sentimiento: Mr. Barnes, es usted un consumado coleccionista de trances eróticos.

La única historia tuvo lugar en 1963, en Londres y extrarradio, entre el veinteañero universitario Paul Roberts y la cincuentona, infelizmente casada, bebedora, lectora de P. G. Wodehouse y madre Susan, que no es la Mrs. Robinson de El graduado, sino Mrs. Macleod, una irónica y sufrida esposa atrapada en el deprimente matrimonio con Gordon Macleod, don Pantalón de Elefante, un tipo anodino perteneciente a la lóbrega generación de la Segunda Guerra Mundial y miembro poco distinguido de la amodorrada clase media; un caricaturesco, alcohólico, maltratador y cornudo macho suburbano.

Como ya hiciera en su obra maestra El loro de Flaubert, Barnes se inspira aquí en el autor de Madame Bovary, convirtiendo al jovencito Paul y a la madura Susan en trasuntos de Frédéric Moreau y de Madame Arnoux, los protagonistas de La educación sentimental. Y no es sino una educación sentimental la que vertebra esta última novela y la que recuerda ahora Paul a sus 70 años, después de haber anotado frases sobre el amor durante décadas en un cuaderno, atrapado entre los recuerdos del placer y la certidumbre de la edad, resuelto a contar una ilusoria verdad que la inevitable ficción del relato no contamine, viendo a Eros alejarse de su vida y contemplando una vanitas imaginaria, evocando y especulando sin tregua en un relato introspectivo cuyo decorado principal es su propia mente. Se escapa el tiempo como una nube, piensa Paul; “debemos amarnos o morir”, sentenció W. H. Auden en Septiembre 1, 1939, y “el sentido de la vida es menoscabarnos para que nos reconciliemos con su pérdida final”, escribe Barnes en su ineludible El sentido de un final. La única historia es un tractatus sobre el amor entendido como ciclo, mudanza o metamorfosis; un análisis obsesivo de su composición, (contra)indicaciones y posología, y es a un tiempo una elegía en forma de sonata en tres movimientos, el allegretto escrito en primera persona, el andante coqueteando con la segunda y el adagio final en tercera, nueva exhibición del virtuosismo del autor. La ternura inicial del adolescente en brazos de su amante, la moral y el alcohol enturbiando la convivencia, la muerte de Gordon como la ausencia de un objeto, y la imagen de Susan en silencio postrada y peinada para recibir a la parca junto a Paul escuchando el ruido del tiempo y el fracaso iluminan y apagan esta historia única que arranca febril con la pasión y la conquista del futuro, y concluye otoñal con la degradación y la pérdida del pasado. El del protagonista, que anotó en su libreta que “es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca”, es un paseo emocional por la memoria traicionera y por el sentimiento que el tiempo se encapricha en convertir en ambiguo, andanzas por el amor y el declive de la mano de una mente en constante actividad que asume que siempre hay algo que temer, y que se pregunta “¿cuáles son más verídicos, los recuerdos felices o los infelices?”, si pueden acaso ser verídicos los recuerdos.

El autor cuelga un grabado de Van Gogh en la pared de un burdel para que Paul se fije en él como el propio Barnes ha hecho a lo largo de su vida contemplando la pintura “con los ojos bien abiertos”, como reza el título de su impagable colección de ensayos sobre pintores, un precioso volumen ilustrado que recopila textos ya publicados por sugerencia de su editor danés. Se ocupa de Géricault —a cuyo cuadro La balsa de la medusa dedicó los capítulos ‘Naufragio’ y ‘Montaña’ de Una historia del mundo en diez capítulos y medio—, Delacroix, Courbet, Manet, Cézanne, Degas o Bonnard, entre otros cuya obra se sitúa entre 1850 y 1920, una etapa de transición que el autor considera esencial para comprender los mecanismos de la innovación, el dudoso progreso del arte (“el arte tiende a flotar libre de toda biografía”), los mecanismos de la tradición (“los grandes innovadores se fijan en los innovadores anteriores”), la irrupción del arte moderno, lo que Berger llama “los modos de ver” (“¿Cuánto tiempo empleamos en ver un buen cuadro? ¿Diez segundos, treinta?”), la relación entre las artes o la formación del criterio del gusto, cuestiones que Barnes trata con extrema lucidez y que resultan tan atractivas o más que sus deliciosas y documentadas aproximaciones a los artistas, escritas, también en el caso de Braque, Magritte o Lucian Freud, sin ataduras académicas, por amor al arte.

Con los ojos bien abiertos. Ensayos sobre arte. Traducción de Cecilia Ceriani. Anagrama, 2019. 329 páginas. 19,90 euros.

La única historia. Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama, 2019. 240 páginas. 19,90 euros.

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