Perder la autonomía
Edurne Portela narra la lenta y claustrofóbica degradación de una mujer bajo las sutiles redes de la violencia machista
Después del ensayo El eco de los disparos y la novela Mejor la ausencia, dos libros dedicados a la memoria de la violencia en Euskadi, ambos con excelente recepción, Edurne Portela se desmarca del territorio de su literatura, pero no de su raíz. Formas de estar lejos transcurre simétricamente en dos pequeñas ciudades de Estados Unidos, Southville y Northville, y narra los 14 años de la relación de Alicia y Matty. Ella, vasca, asciende lentamente en la universidad impartiendo clases de literatura latinoamericana; él, nieto de inmigrantes polacos, ciudadano americano completamente asimilado, trabaja como analista financiero. Pero su encaje en las expectativas de la clase media (blanca) americana, con sus falsificaciones y sueños normativos, corre en paralelo con el abuso de Matty y el paulatino arrinconamiento de Alicia. Porque la verdadera trama de Formas de estar lejos son las sutiles redes de una violencia que damos por natural: la del patriarcado, en primer lugar, pero también de dos armónicos, las violencias de clase y raza. En este sentido, la continuidad con la obra anterior de Portela es evidente.
Portela trabaja con exactitud aquellos terrenos donde el gesto perturbador, violento, es apenas perceptible: conversaciones sobre la contabilidad doméstica; las apatías que produce obedecer o la sensación de fracaso de quien cumple el pacto de la normalidad; un silencio mantenido más tiempo del necesario, hasta que uno percibe en el otro el comienzo del miedo. En estas escenas el impulso jerárquico se manifiesta magnánimo si aceptas un lugar subalterno en sus fantasías de poder. Por eso, en la guerra por los espacios domésticos, a Matty pronto le conmoverá “esa Alicia más pequeña, más insegura, en la que no queda rasgo de la soberbia”; y Alicia, por su parte, se replegará donde las palabras aún no pueden dar cuenta del maltrato. Verbalizar sería traicionar una falsificación primigenia: nuestra idea de una vida deseable. Y por eso también las expectativas, el romanticismo y el decoro se convierten en los tres pilares de esa sutil forma de violencia machista.
Formas de estar lejos es una novela oscura por la claustrofóbica degradación de su protagonista, pero luminosa por el estilo, la fluidez de los cambios de perspectiva y la inteligencia estructural. Los capítulos, breves, casi funcionan como piezas autónomas. Portela prescinde de aquello que no ilumine una escena de violencia, pero no señala ni hace hincapié. Es una narradora empática, también con los personajes que un mal novelista habría demonizado: se arriesga a exponer sus perplejidades en el ambivalente plano de la narración y no nos ahorra la incomodidad de elaborar nuestro propio juicio.
Además, Portela es más que una escritora realista. Dar con el detalle significativo es realismo (el suelo de una casa del que es imposible quitar los restos de orina de perro, las bolsas de McDonalds arrugadas que los vecinos arrojan puntualmente en el jardín de los protagonistas), pero Portela lleva un poco más lejos este juego: otro tipo de detalles, aparentemente anecdóticos, enriquecen la curiosa estructura sedimentada de la novela, sirven a la textura de la realidad, que no del realismo. Quizá pueda parecer demasiado técnico todo lo que señalo, pero son estas sutiles modulaciones las que otorgan una intensidad emocional poco común a una novela sin grandes giros dramáticos ni un uso tramposo de la intriga, la historia desnuda de cómo una mujer fuerte pierde toda su autonomía.
Formas de estar lejos. Edurne Portela. Galaxia Gutenberg, 2019. 240 páginas. 18,9 euros.
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