Contra el triunfo de la confusión
‘Imperiofilia’ denuncia el falseamiento de la historia realizada por Roca Barea en su exitoso ‘Imperiofobia’
Desde su propio título, Imperiofilia y el populismo nacional-católico se presenta como una lectura crítica de otra obra reciente, la de María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma. Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español (2016). Una obra que, leída en su día, me suscitó algunas preguntas y reflexiones que hasta ahora no había tenido oportunidad de exponer por escrito. Primero, ¿qué significa exactamente imperiofobia? Segundo, ¿qué razón existe para que un libro tan confuso haya tenido tan buena acogida entre el público? Ahora tengo la respuesta elaborada y pormenorizada de estos motivos por parte de un científico social de reconocida solvencia, y (perdón por la efusión personal) me satisface pensar que (sin un análisis tan depurado por mi parte) las conclusiones a las que había llegado por mi cuenta se apartan muy poco de las defendidas por el profesor de la Complutense.
Uno, la primera parte del libro de Elvira Roca (páginas 21-122) es una indigesta elucubración sobre el significado del concepto de imperiofobia, que viene a ser un prejuicio racista (en el que entra el color y la religión) contra los pueblos imperiales (aquí, Roma, Rusia, Estados Unidos y España, aunque, sorprendentemente, nunca Gran Bretaña). Ahora bien, aparte de la dificultad de comprender esta definición (yo no lo he conseguido) y dejando al margen muchas otras asombrosas afirmaciones, José Luis Villacañas señala justamente que la conceptualización deriva directamente de la metafísica y no de la historia, ya que, según la autora, y cito literalmente, el “prejuicio precede a sus justificaciones, las busca y las crea” (p. 121), o sea, hay como una causa incausada y después vienen una serie de causas inventadas para asentar la romanofobia, la rusofobia, la americanofobia o la hispanofobia. Si a esto añadimos que no hay diferencia apreciable entre imperiofobia, antisemitismo y racismo, ya uno se considera irremisiblemente perdido, sin saber si la hispanofobia equivale al antisemitismo, lo cual sería una contradicción palmaria, pues se odiaría al pueblo que más persiguió a los judíos.
Dos, la autora da repuesta a estos interrogantes en la segunda parte (pp. 123-266), pues resulta que finalmente hay causas para la hispanofobia, y esta no es otra que la constante enemistad de los protestantes, especialmente los luteranos alemanes, llevados de su odio al catolicismo, lo cual es en suma la raíz de todo, aunque no se renuncie a las explicaciones metafísicas y esencialistas, pues “no hay esperanza alguna de que decaigan los prejuicios protestantes contra España porque están en el ADN de su identidad colectiva” (p. 90).
Tres, llegamos ahora al verdadero meollo de la cuestión. No solo existe una imperiofobia (en la que España no es la única diana), sino que en el caso hispano esta adquiere unos tintes virulentos y deviene en “leyenda negra”. José Luis Villacañas no entra en la controversia sobre la pertinencia del concepto, pero encuentra inmediatamente las dos sólidas columnas en que se asienta la elaboración por parte de grupos organizados de intelectuales de ese constructo antiespañol: la Inquisición y la conquista y colonización de América. Y así de paso comprendemos que el éxito del libro se debe esencialmente a la denuncia por parte de la autora de las “mentiras” forjadas contra el Santo Oficio y de las “mentiras” forjadas sobre la actuación española en el Nuevo Mundo. Esta demostración para consumo de un público culto (pero no muy informado en historia) es el único motivo de la difusión de la obra, que de otro modo no se entendería. Pues si leemos lo que viene a continuación no encontramos sino una serie de disparates que han desaparecido de cualquier relato histórico científico desde hace ya mucho tiempo. Pongamos los ejemplos más sencillos y evidentes: la Ilustración, un fenómeno europeo (católico y protestante, nórdico y meridional), aparece como “la santa Ilustración, heredera directa del humanismo y sus prejuicios”, al tiempo que Francia (sujeto difícil de integrar en esta exposición) se mimetiza en protestante por ser ilustrada, “sometiendo la fe, el mito y la religión al Estado” (¿?). Otro más: la España actual ha tenido una prima de riesgo más alta que Alemania a causa de la leyenda negra, que sigue actuando porque la opinión pública viene formada (sic) por “el cotarro intelectual protestante”. ¿Para qué seguir? Vayamos ya directamente al corazón de las tinieblas.
‘Imperiofobia’ incluye disparates que han desaparecido de cualquier relato histórico científico desde hace ya mucho tiempo
José Luis Villacañas empieza su alegato, rigurosamente histórico, preguntándose por qué Elvira Roca habla siempre del “mito de la Inquisición” (fraguado naturalmente por los protestantes), cuando el Santo Oficio es una realidad sólida e incontrovertible. Lo único cierto para la autora es que el tribunal inquisitorial mantuvo ciertas precauciones, tratando de actuar dentro de los límites del derecho natural y canónico, adoptando cierta racionalidad en algunos casos (como el de la brujería) y pronunciando un número de condenas relativamente tolerable. Además de aportar, como era de prever, el argumento universal del tu quoque (el “y tú más”, de tantos debates parlamentarios), lo que se mantiene es el viejo topos de la “razón de la Inquisición”. Ahora bien, los estudios más fiables sobre la Inquisición subrayan el contexto de su nacimiento (la persecución de los criptojudíos), la ampliación de sus cometidos como aparato represivo de las ideas heterodoxas, la evolución de sus enemigos (criptojudíos, sí, pero luego erasmistas, alumbrados, protestantes, etcétera), la multiplicación de sus tribunales (Castilla, Aragón, Granada, Navarra, América), las denuncias secretas (y anónimas para sus víctimas), la prisión preventiva, el empleo de la tortura, la confiscación de bienes y la sentencia pública (que conllevaba la ruina material y la infamia perdurable para los condenados y sus familias, prolongada por los estatutos de limpieza de sangre, y en no pocas ocasiones la hoguera). A lo cual hay que añadir la cohorte de sicofantes (los “familiares” del Santo Oficio) que difundían el terror difuso a la delación, procedimiento que pudo llevar hasta el tribunal a personalidades como San Juan de Ávila, fray Luis de Granada, fray Luis de León, etcétera. A todo lo cual se sumó el Índice de libros prohibidos, que (a pesar de las atenuantes que le procura la autora) se convirtió en el catálogo de las obras más influyentes para el progreso y la modernización de Europa.
Por último, América. Aquí, por supuesto, se silencian hechos reconocidos como los asesinatos de Cuauhtémoc, por Hernán Cortés, o de Atahualpa, por Francisco Pizarro, o la masacre del Templo Mayor de Tenochtitlan y la matanza de Cholula (aunque una línea alude a la matanza de indios como “una cosa natural en tiempos de guerra”). En cambio, se ponen de relieve los hechos positivos ya reconocidos, lo que da como resultado una exposición carente de toda originalidad dentro del discurso de la “obra de España en América”, pero que se justifica por su tergiversación por parte de los detractores de España: la querella de los “justos títulos”, la “lucha por la justicia”, la implantación de la imprenta en 1539, las Leyes Nuevas de 1542, la creación de colegios, universidades y hospitales, el proceso de urbanización, el respeto a las comunidades indígenas…
José Luis Villacañas subraya por último la ideología subyacente en este discurso, que es la del retorno a los presupuestos del nacionalcatolicismo y del sentido imperial de la historia patria impulsado por el franquismo, o sea, la creación de un nuevo proyecto para España que no iría en la dirección del progreso, de la defensa de los valores europeos, sino en la de reivindicar un pasado falseado para proponer un retorno al mismo, en suma, una involución. Como ratificación de este aserto, bastaría con citar una de las últimas conclusiones de Roca Barea (p. 478): “Si privamos a Europa de la hispanofobia y el anticatolicismo, su historia moderna se torna un sinsentido”. Más bien parece que lo que no tiene sentido es este radical reduccionismo.
Imperiofilia y el populismo nacional-católico. José Luis Villacañas. Lengua de trapo, 2019. 262 páginas. 17,75 euros.
Imperiofobia y leyenda negra. María Elvira Roca Barea. Siruela, 2016. 474 páginas. 26 euros.
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