Tsunami portugués en La Mar de Músicas
El festival de Cartagena rompe con los prejuicios sobre el país vecino con una oferta heterodoxa, rítmica y mestiza
Pongo es un trueno que llega a Cartagena tras descargar su kuduro en la casa de Macron; Luísa Sobral canta a la calma y, a poder ser, en su estudio casero; una bien negra y otra bien blanca representan la riqueza y variedad de la música portuguesa actual, mucho más allá del fado, aunque también. Portugal es el país invitado en el festival cartagenero La Mar de Músicas, del 19 al 27 de julio, pero lo que llega es un tsunami cultural antitópicos.
Pongo —que actúa el primer día del festival— es la reina del kuduru electrónico y su contagioso ritmo fue escogido por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, para vibrar en su palacio con ocasión del Día de la Música. “Es simpático”, cuenta Pongo, entre cigarro y cigarro y repasos en el espejo a su impecable imagen. Angoleña de nacimiento, a los ocho años salió hacia Portugal para huir de la guerra civil. Pongo, la niña Engrácia Silva que ahora tiene 27 años para los vecinos de su Cuca natal, funde ritmos africanos con música electrónica y discotequera. En el barrio lisboeta de Amadora brotó la banda Buraka Som Sistema, germen de muchas cosas y que hoy, ya disgregada, sigue haciendo historia con cada uno de sus integrantes, como es el caso de Pongo y aquel impactante (en 2008) Kalemba wegue wegue.
Para encontrar más artistas del tsunami de La Mar Músicas hay que irse a otro barrio de Lisboa, a las cuestas de Alfama, refugio bohemio de las mejores casas de fados y ahora de emigraciones musicales varias. A medianoche, la casa de Jon Luz, su Tejo Bar, acoge a todos a condición de que sepan hacer algo con las cuerdas, ya sean vocales o guitarreras. Ahí se dejan caer los caboverdianos Mayra Andrade (que actúa el 19 de julio en Cartagena) y Dino d’Santiago (el 22), tan distintos y tan especiales.
Todo lo que reúne Tejo Bar es bueno y diferente pero, además, cuenta con el sello de “Madonna estuvo aquí”. En este famoso lugar es mejor escuchar Nova Lisboa, de D’Santiago, para entender qué está pasando, con su mezcla del funanáde allá y el fado de acá.
Imágenes, pinturas y letras
El festival de Cartagena extiende el protagonismo de Portugal a otras artes. En cine con películas ya clásicas como Fados (Carlos Saura), Capitanes de abril (María de Medeiros), Centro histórico, de Manoel Oliveira, Erice y Costa, y la más reciente Cartas de guerra (2017), de Ivo Ferreira, recreación en blanco y negro de la atmósfera asfixiante de la guerra colonial en Angola.
El final de aquella traumática experiencia colonial en Mozambique, Angola y Cabo Verde (1975) es descrito por Dulce Cardoso en la novela El retorno (2011). Cardoso participa en la sección literaria del festival junto a escritores portugueses de varias generaciones como Afonso Cruz (Jesucristo bebía cerveza), Gonçalo M. Tavares (Aprender a rezar en la era de la técnica) y Lídia Jorge (Los tiempos del esplendor). La pintura y la fotografía completa el retrato de la cultura portuguesa actual, con obras del fotógrafo Valter Vinagre, pinturas de Pedro Cabrita Reis y del muralista Frederico Draw, que creará en directo en un espacio público.
La voz sedosa, sensual, de Mayra Andrade, estrella en Francia y en Portugal, se junta al sonido guitarrero de Luz, que saca música de una escoba. Andrade canta mornas de Cesária Évora, con quien tantas noches compartió bares y escenarios, o enseña su dulce afrobeat al mundo, patria real de la Andrade, cubana de nacimiento y por residencia un poco alemana, francesa, angoleña, senegalesa y, por supuesto, portuguesa.
De la parte extraterrestre del festival se encarga el día 20 de julio Tiago Miranda, más conocido como Conan Osiris; Conan, por una serie anime japonesa, Osiris por el dios egipcio. El cantante ocupó uno de los últimos puestos en la primera semifinal de Eurovisión de este año, con su espasmódica interpretación de Telemóveis. Conan Osiris, famoso también por su indumentaria, viste un camisón de gasa que transparenta un chándal de Primark, a todas luces falso. Su fuerte impostura escénica deja en segundo plano, lamentablemente, su singular propuesta musical ya anunciada en Adoro bolos (me gustan los pasteles, 2017), de sonidos árabes —gitanos, dicen en Portugal—. “Musicalmente, Eurovisión no me cambió nada. No recibí influencias suficientemente fuertes a nivel artístico”. Detrás de sus máscaras y sus garfios dorados, Conan Osiris es exquisitamente educado y respetuoso. “A nivel personal, Eurovisión me dio confianza para estar delante de tanta gente y otra perspectiva de las cosas; a nivel técnico, aprendí que hay que estar encima de todo para que las cosas no se descontrolen”.
A Cartagena viaja con un flautista nepalés y un violinista chino, “una mezcla de vivencias de sonidos y pueblos, que tienen sentido en un festival como el español, que muestra música de otros mundos”. Su pop experimental y/o espiritual no deja indiferente a nadie, ni a él mismo, que no pretende agradar (tampoco que le odien). “Me mueve salvar el país con un componente más natural y espiritual; pero no hago mi música pensando en el aplauso de la gente, sino en lo que me pasa por la cabeza y a veces no recuerdo lo que me pasaba por la cabeza”.
En torno al amor
Nunca le ocurrirá eso a Luísa Sobral, por tercera vez en Cartagena el 20 de julio. Su fuente de inspiración no son las galaxias ni los poderes extrasensoriales sino la más pura cotidianeidad familiar. Sacó fruto de su embarazo en la preciosa canción Para ti —no perderse su vídeo—, del parto, Mãe, y de la crianza, Rosa, el último disco dedicado a su hija, en el que sobresale la deliciosa O melhor presente. Su música intimista gira en torno al amor, como la canción que le compuso a su hermano Salvador para que fuera (y ganara) Eurovisión el año pasado, Amar por los dos.
Cartagena le reserva el escenario más recogido, un patio universitario. “No creo que haya una música de verano ni una música para festivales, que todo tenga que ser chuntachunta”, explica Luísa Sobral. “No creo que el artista tenga que cambiar su espectáculo. La gente ya sabe a lo que va y sabe lo que le espera. He cantado en grandes escenarios, pero realmente prefiero los lugares en los que puedo ver las caras de la gente de la última fila”.
Luísa, como su hermano Salvador, son habituales en la cartelera musical española; este año, ella viaja con un sonido más guitarrista bajo la producción de Raül Refree. “Buscamos el sonido verdadero, incluso dejamos las imperfecciones del estudio”. Raül Refree, que ha producido a Rocío Márquez y Rosalía (Los Ángeles), también actúa en el festival, acompañado de Lina.
Pero enseñar la realidad musical de Portugal olvidándose del fado sería falsearla y por eso a La Mar de Músicas acuden la imperial de Mariza (23 de julio) y la intensa Ana Moura (el 25), que estos día graba su séptimo álbum, este con el norteamericano Emile Haynie, productor de Lana Del Rey, Beyoncé y Dua Lipa, entre otros. “Aunque mi alma es fadista, busco nuevos sonidos y influencias de ambos lados del Atlántico y el resultado será mi disco menos fadista”. Ana Moura está preparada para la polémica. “La misma Amalia Rodrigues fue condenada cuando se desvió del puro fado y ahora son sus discos más clásicos”.
De Beja, el Alentejo profundo, salió con un clarinete bajo el brazo, António Zambujo para cantar en un casa de fados de Alfama (en Cartagena estará el 22 de julio). Apenas veinteañero ganó el premio Amalia Rodrigues al mejor fadista, pero ya está en la cuarentena y si su alma sigue siendo fadista, su fundamental Rua Emenda y el reciente Avesso son viajes por la bossa nova, la copla, el tango o el bolero. Es la Lisboa mulata —y por ende Portugal—, que tocan las desgarradas guitarras del dúo Dead Combo, otra cita fundamental (el día 23) del festival La Mar de Músicas.
Babelia
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