Tip y Top esperan a Godot
Pepe Viyuela y Alberto Jiménez hacen suyo en este montaje de Antonio Simón el texto de Samuel Beckett, resignifican las acciones
Un Esperando a Godot ágil, divertido, desentrañado con pericia, encarnado por una pareja de actores perfectamente acordados, que allanan la función sin restarle grosor. Pepe Viyuela y Alberto Jiménez personifican la espera de Estragón y Vladimir, hacen suyo el texto, resignifican las acciones. Se abren camino a pellizcos. La mayoría de los montajes de este título giran en torno a una idea del director de escena; en este, lo primordial es la interpretación. Vladimir y Estragón hacen de su peripecia vital un juego, como sus contemporáneos Tip y Top, o Totò y Ninetto Davoli en el film pasoliniano Pajaritos y pajarracos. Andan juntos porque se complementan y con el roce, aprenden. ¿Aguardan a Godot mesiánicamente o su espera es el pretexto que usan para no separarse?
El teatro existencialista, experimental en su día, hogaño hace temporada en una sala comercial, llega al gran público e incluso llena en los días del espectador, en un montaje de calidad. Antonio Simón, su director, ha sorteado con mano invisible los dos grandes escollos que acechan a esta tragedia humorística, que a menudo resulta solemne o grotesca donde debiera ser cómica pero grave. Viyuela y Jiménez son antípodas y complementarios. En la línea de salida, Viyuela se planta con la energía del punto cero del payaso, esa activación mínima que le permite llevar por sorpresa a su Estragón de una latitud inesperada a otra. El Vladimir de Jiménez es su contrapunto serio, imperturbable, aunque en su ánimo parezca anidar el germen de un acceso de cólera reprimido desde años ha. Juntos, pasan la vida. Encarnan a esa parte de la humanidad que se rige sobre todo por afectos. Pozzo y Lucki, amo y siervo, simbolizan la otra parte, regida por relaciones de poder.
Fernando Albizu ha dado con la clave de bóveda de Pozzo, personaje bipolar, seductor y aterrador en un solo segundo, como el coprotagonista de El señor Puntila y su criado Matti, drama compuesto por Brecht ocho años antes. El actor alavés pasa del fuego al hielo sin pestañear, baila su papel como se baila una giga, con geometría admirable. Su voz pidiendo socorro, tras descarrilar la calesa imaginaria tirada por su abnegado sirviente, suena como la que dieron al estallar la crisis de 2008 los directores de cajas de ahorros hoy procesados. Hay frases y réplicas en la función tan actuales que parecen añadidas, pero están en el original. Tal es la virtud telúrica de los clásicos.
La labor de Juan Díaz es tan abnegada como la de Lucky, su personaje, que apenas tiene texto: aunque está empastada con la de sus compañeros, no halla camino nuevo. Su soliloquio delirante está perfectamente ejecutado. Paco Azorín se ha tomado la licencia poética de situar la espera en un cambio de agujas de tren de juguete, pero a escala natural, que amplifica la idea de que la vida y su ocaso se pasan mejor jugando. Expresivo y discreto, el espacio sonoro.
Esperando a Godot. Autor: Samuel Beckett. Director: Antonio Simón. Madrid. Teatro Bellas Artes, hasta el 5 de enero. Málaga. Teatro Cervantes, 9 enero. Resto del mes: Colmenar Viejo (11), Huelva (17), Las Rozas (24), Fuenlabrada (25), Palencia (30) y Pamplona (31). En febrero: Burgos (1), Vigo (7), Narón (8), Pontevedra (9), Coslada (15), Valencia (19 al 23, Teatro Olympia), Alcalá de Henares (25).
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