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ASEDIOS CON HISTORIA (Y 6) / LA BATALLA DE OTUMBA
Columna
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El general Custer no estudió a Hernán Cortés

El conquistador pacense superó el asedio de una fuerza muy superior numéricamente gracias a una genialidad militar

Hernán Cortés
Monolito que indica la ubicación de la casa natal de Hernán Cortés y al fondo su estatua, en Medellín (Badajoz).ESTEBAN MARTINENA
Vicente G. Olaya

El teniente coronel George Armstrong Custer (1839-1876) era un tipo seguro de sí mismo, pero no se parecía en nada al moreno Errol Flynn con bigotito de Murieron con las botas puestas. Las fotos de la época lo muestran con una mirada azul, cabellera rubia, poblado mostacho y porte petulante, quizás porque a la postre no era mal militar y el uniforme le sentaba bastante bien. Custer había estudiado en la afamada academia militar de EE UU de West Point, pero no debió de asistir a muchas clases, lo que le llevó a terminar el último de su promoción de 1861 y, lo que es peor, a acabar sus días rodeado de los guerreros de Caballo Loco y Toro Sentado en la llamada batalla de Little Big Horn. Su Séptimo de Caballería, para repeler a los indios, formó un círculo pensando que así se defenderían mejor. Sin embargo, lo único que lograron los chaquetas azules fue convertirse en una diana circular. Acabaron todos muertos.

¿Pudo evitar Custer ese desastre? La respuesta es clara: sí, si hubiese asistido a clase y atendido a las explicaciones del profesor que le enseñaba que otro militar, uno de los más grandes estrategas de la historia, había pasado por la misma situación unos cuatro siglos antes. Hernán Cortés no se limitó a esperar a que le mataran hasta quedarse sin munición como hizo Custer, sino que pensó y pensó para encontrar una solución a su angustioso y mortal problema. Y eso que Cortés, como la mayoría de los 600 españoles que lo acompañaron en su increíble aventura de conquista del imperio azteca, apenas tenía nociones castrenses. Simplemente, era un genio militar sin parangón.

El coronel de Infantería Miguel de Rojas, que además de historiador ha sido mando de la OTAN, lo ha llegado a comparar con Alejandro Magno, Napoleón y Carlomagno. De las muchas batallas que Cortés libró en México, la de Otumba (7 de julio de 1520) merece mención aparte. Se la conoce como batalla, aunque en realidad se parece más a un asedio: decenas de miles de hombres rodeando a medio millar.

Para entender cómo Cortés y sus compañeros acabaron en tan extrema situación hay que recordar que los españoles habían huido siete días antes de Tenochtitlan (actual capital de México), después de que un lugarteniente de Cortés, Pedro de Alvarado, asesinase a la clase dirigente azteca cuando el de Medellín (Badajoz) no estaba en la ciudad: se había ido a luchar contra el también español Pánfilo de Narváez, que le estaba buscando por las selvas de aquellos lares para llevárselo a Cuba prisionero.

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Alvarado se asustó cuando oyó los tambores de los aztecas en el Templo Mayor. Pensó que iba a ser atacado, por lo que decidió tomar la delantera. Esta torpeza fue aprovechada por los aliados de los españoles (tlaxcaltecas y totonacas) para vengarse también de los mexicas y provocar una indescriptible matanza de hombres, mujeres, ancianos y niños. Fue tal la furia de los mexicas tras la masacre, que los españoles tuvieron que salir, literalmente, corriendo de la ciudad, lo que se conoce como Noche Triste. Pero los aztecas los persiguieron hasta darlos caza en el poblado de Otumba.

La situación era completamente desesperada: entre 20.000 y 40.000 indios reclamando venganza contra escasos 500 soldados de Carlos V y unos centenares de indígenas aliados. Para complicar un poco más la situación, los españoles habían perdido sus cañones, por lo que el enfrentamiento lo protagonizaría el acero castellano contra la obsidiana mexica, que también corta.

¿Cómo se defienden poco menos de mil soldados de más de 20.000? La única solución posible es formar un círculo, hombro con hombro, y esperar que la muerte sea rápida, lo que mismo que hizo Custer en 1876. Iván Vélez, investigador y autor del libro El mito de Cortés, califica este hecho de armas como “mítica batalla”, mientras que José María Sánchez de Toca Catalá, general de brigada de Infantería, en su reciente artículo Doctrina y armamento la batalla de Otumba, publicado en la revista Ejército, sostiene que “Otumba cambió la historia, pero es también una batalla mal conocida, controvertida y que hace latir pasiones que enturbian la realidad histórica".

“En Otumba, los aztecas”, escribe el militar, "sufrieron un serio revés, no una catástrofe. Si los aztecas hubieran derrotado y cautivado a aquel puñado de insurgentes, la resistencia antiazteca hubiera tenido los días contados”. Solo habían pasado siete días de la retirada de Tenochtitlan y Cortés estaba “moralmente destrozado por la infernal huida, donde murió una tercera parte de sus compañeros”. “Sin embargo”, señala Sánchez de Toca, “fue capaz de recuperarse anímica, física y materialmente (hoy lo llamaríamos resiliencia) ante un ejército que le superaba más de 10 veces en número y conseguir la victoria”.

¿Pero cómo pudo vencer en esta situación? La solución que encontró fue sorprendente: agrupó a sus jinetes –entre ellos Alvarado, sí, el que ordenó la degollina y por la que tuvieron que salir todos corriendo- y se lanzó con cinco de ellos directamente contra el jefe de las fuerzas aztecas, el llamado ciuacoatl, una especie de primer ministro del emperador, que dirigía la lucha desde un cerro próximo. Lo distinguió porque estaba flanqueado por dos guerreros, cubierto por un yelmo emplumado y portaba el estandarte real.

Al grito de “Santiago y cierra España”, rompió el cerco indígena, subió el cerro, alcanzó al comandante mexica y lo tiró al suelo. El jinete Juan de Salamanca lo remató y le quitó el estandarte. Los aztecas, al ver muerto al ciuacoatl, en vez de acabar con los escasos españoles que quedaban, huyeron despavoridos.

¿Y cómo acabó todo? Vélez lo explicó en una entrevista: “Cortés, una vez repuesto en la ciudad aliada de Tlaxcala, lanzó un contragolpe anfibio [este Cortés era la bomba] sobre Tenochtitlan, que combinó la acción de la infantería, la caballería y la de los bergantines sobre el lago Texcoco. Tras un crudo asedio, el 13 de agosto de 1521, la ciudad cayó en manos españolas”.

Es decir, Cortés pasó en poco más de un año de ser asediado dos veces a asediador. Todo gracias a una genialidad que nunca conoció Custer por saltarse las clases. El hecho de ser un galán y de que te siente bien el uniforme provoca que no estés a lo que tienes que estar.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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