Sorolla llega al Supremo
El alto tribunal admite a trámite un recurso de casación sobre la prohibición de exportación de un cuadro del pintor a sus descendientes
Pocos lugares se le resistieron en vida al pintor Joaquín Sorolla (1863-1923), quien, con casi 50 años y sin saber inglés, viajó dos veces a Estados Unidos, en 1909 y 1911, y vendió más de 400 cuadros. Ahora, casi un siglo después de su muerte, llega a otro lugar insospechado para un artista de su talla: el Supremo. El alto tribunal ha admitido a trámite un recurso de casación sobre la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM), que impidió a la familia del pintor sacar un de sus cuadros de España para venderlo por seis millones de euros. Los descendientes pleitean con el Ministerio de Cultura desde que prohibió la salida de la pieza. Lo que dirimirá el Supremo es si solo los expertos designados por el Estado son los indicados para permitir o no la exportación de una obra o si, por el contrario y como pretende la familia, cuenta también el criterio de los especialistas privados, favorables al permiso.
Será la primera vez que el Supremo entre en materia sobre la Ley de Patrimonio Histórico, 35 años después de su aprobación. Un hito en la jurisprudencia en este ámbito. Si determina que, ante la justicia, los análisis de unos no tienen un plus de fuerza probatoria frente a los informes de los otros, Fin de jornada (1900) podría buscar comprador fuera de España. Y la autoridad administrativa quedaría cuestionada como única fuente para determinar las obras de arte que pueden abandonar el catálogo del patrimonio histórico español.
El pleito arrancó cuando los descendientes del artista recurrieron en el TSJM la prohibición de venderlo en el extranjero dictada por el Ministerio de Cultura. La familia alegó que entre 2012 y 2017 la Junta Exportación autorizó 91 exportaciones definitivas o temporales con posibilidad de venta de obras de Sorolla. Y que de la década de 1900 a 1911 hay 468 pinturas en las colecciones públicas españolas del pintor, lo cual lo convierte en un nombre especialmente representado.
A los descendientes de les negaba la exportación de Fin de jornada con los mismos informes periciales que en 2007 sí permitían sacar la pintura. En ese momento, la familia no hizo uso de ese permiso concedido. Si para los peritos públicos el lienzo en cuestión no era entonces “una de las mejores pinturas realizadas por el artista durante su estancia en Jávea en el verano de 1900”, en 2019 se había convertido en una obra de “especial relevancia dentro de su producción, ya que marca el inicio de su etapa más brillante”. Los expertos privados, por su parte, aseguraron que el cuadro no era imprescindible para las colecciones españolas. Pero el TSJM señaló a estos como fuentes sin objetividad y carentes de neutralidad.
Igualdad de armas
Aquella causa la perdieron los descendientes del artista en junio de 2019 y ahora la elevan a conocimiento del Supremo. “Es muy difícil rebatirle a la Administración. El Ministerio de Cultura siempre tiene la última palabra”, explica el abogado de la familia, Rafael Mateu. “Pero queremos saber si hay ‘igualdad de armas’ en un contencioso. Ese es el gran debate de esta cuestión. Pase lo que pase, será determinante para el futuro”, apunta Mateu. Si el Supremo acepta esa “igualdad de armas” sentará un precedente para que, en casos en los que se que recurra la prohibición de exportación de obras de arte, sea el tribunal quien determine qué informe es más apropiado para decidir, si el público o el privado. Además, el recurso indica que en este caso la administración no tiene una posición neutral donde defiende el interés general, porque es parte del proceso y ostenta el derecho de adquisición preferente sobre la obra al prohibirle la marcha. Para el Estado, el cuadro vale dos millones de euros menos de lo que pide la familia. Por eso la pericia administrativa no es imparcial, según los recurrentes. Fuentes del Ministerio de Cultura declinaron hacer declaraciones en un caso sub iudice.
Fin de jornada es un lienzo que en los últimos 70 años ha colgado en el salón de un piso de menos de 100 metros, en el centro de Madrid, propiedad de la mujer de uno de los nietos del pintor, con siete hijos, muchos de ellos con problemas económicos. Necesitan venderlo, pero la luz de Sorolla es demasiado cara para España. En el mercado nacional el precio más alto alcanzado por una obra del artista fue de 1,5 millones de euros en 1990, y desde entonces ha caído en picado. Uno de los cuadros de niños en la playa alcanzó los 5,5 millones de euros en una subasta en Londres en 2003. De ahí que la familia, que ha declinado hacer declaraciones en este reportaje, quiera probar suerte fuera. De hecho, la pintura ha recorrido varias exposiciones internacionales, la última fue la dedicada al artista en la National Gallery el pasado año. El museo londinense adquirió hace un mes, por 365.000 euros, su primer Sorolla: Los borrachos, Zarauz, una pintura de interior en una taberna vasca realizada en 1910.
Babelia
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