Maestro Franco D’Andrea
El legendario pianista protagoniza junto a Dave Douglas y Cécile McLorin Salvant una excepcional velada inaugural en el Jazzaldia de San Sebastián
La primera jornada del festival Jazzaldia de este año fue redonda, culminando en un excelente programa doble en la Plaza de la Trinidad. Por un momento, parecía que no había pandemia: las mascarillas, la distancia social y el aforo reducido estaban ahí, pero el cartel con artistas internacionales de primera línea como Franco D’Andrea, Dave Douglas o Cécile McLorin Salvant recordaba a las mejores veladas de la historia reciente del festival.
En el jazz italiano, puede que Stefano Bollani o Enrico Pieranunzi sean pianistas más populares, pero Franco D’Andrea es una figura de importancia inigualable. El pianista representa una forma de acercarse al jazz y a la improvisación completamente genuina, mantenida inquebrantablemente a lo largo de toda su carrera, hasta hoy, que con 80 años sigue creando música original y al más alto nivel. Aparte de nombres como Alexander Von Schlippenbach o Martial Solal —este último ya retirado—, no hay en activo figura europea del piano mayor que D’Andrea, y por esto resultaba tan especial la ocasión de escucharlo por partida doble en la jornada inaugural del Jazzaldia de este año. D’Andrea es historia viva del jazz, uno de los grandes nombres de una generación que ya ha adquirido el estatus de legendaria, y con ese halo de veneración lo presentó el trompetista Dave Douglas en el concierto en que compartieron escenario, consciente de la enorme talla del pianista.
El encuentro de estos dos referentes de diferentes generaciones no era inédito: ambos han colaborado en numerosas ocasiones, y Douglas es uno de los músicos estadounidenses que más sensibilidad por el jazz europeo han mostrado en los últimos tiempos (lamentablemente, para muchos norteamericanos el jazz solo ocurre dentro de las fronteras de su país). Por la mañana, en el Museo San Telmo, D’Andrea había ofrecido un recital a piano solo exquisito, mostrando el lado más íntimo de su personalidad musical, deconstruyendo temas como Naima o Giant Steps de John Coltrane, Take The A Train de Duke Ellington o el clásico I Got Rhythm de Gershwin, y jugando a placer con armonías y ritmos para convertir cada pieza en algo totalmente propio.
En la plaza de la Trinidad, el pianista se presentó en cuarteto con Douglas, la contrabajista Federica Michisanti y el baterista Dan Weiss para un concierto completamente diferente al de la mañana. En este caso, la música fue coral y plenamente intuitiva, con altas dosis de comunicación entre los cuatro músicos, que iban desarrollando los temas de forma decidida e inspirada, siempre señalando en la misma dirección. El piano y la trompeta de los líderes se entrelazaban grácilmente o volaban en solitario, y ambos protagonizaron solos escalofriantes, aunque todo el grupo contribuyó a que el concierto fuese inolvidable, con especial mención a la magnífica batería de Weiss. Música que, en esencia, no tiene nada de nuevo, pero que fue en todo momento tan libre y vibrante, que sonó a pura vanguardia musical.
Expresividad incontenible
Y pocas cosas pueden ser hoy más vanguardistas que nutrirse de la tradición, cuando se hace como lo hace Cécile McLorin Salvant. Es cuestión de capacidad y, por supuesto, de personalidad: imitar los clásicos puede hacerlo cualquiera, pero reinterpretarlos con la magia y el carisma con el que lo hace la norteamericana es realmente difícil de ver. Incluso en un formato tan recogido como el que presentaba en San Sebastián —tan solo voz y piano—, la música de la vocalista es un auténtico torbellino, y no hubo el más mínimo atisbo de limitación por el formato dúo: cada interpretación sonaba como si no hubiese mejor forma de afrontarla que aquella. En ello tiene mucho que ver la pericia del pianista Sullivan Fortner, que empezó a tocar con McLorin Salvant ya hace unos años, encontrándose con la difícil tarea de ocupar el puesto que dejaba el fantástico Aaron Diehl, pero Fortner es uno de los más finos pianistas de su generación, una voz luminosa en esa tradición reinterpretada que encarna McLorin Salvant y un partenaire excepcional para ella.
El concierto de la cantante fue pura perfección, todo pulido al extremo, pero también con una gran pureza en la propuesta, sin la esterilidad que se le puede suponer a algo tan medido. Tanto da que sea un tema de un musical de Kurt Weill que el Spoonful de Willie Dixon, composiciones originales o incluso el Todo es de color que compartían Triana y Lole y Manuel: la vocalista transmite con cada verso que canta, comunicándose con el piano de forma casi telepática para que toda la música que nace en el escenario esté al servicio de la canción, y de esa expresividad incontenible que caracteriza a su voz. Nada ha cambiado desde que llegó a la escena: no hay en el jazz vocal actual nadie comparable a ella.
Babelia
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