Silbando la melodía del OK Corral
La novela de Pedro Sánchez podría empezar como las películas del Oeste. Llevaba los revólveres peligrosamente bajos y sabía que lo querían matar solo porque era guapo
Los últimos veranos han sido muy calurosos hasta el punto de que los pájaros caían ya fritos desde el tejado y no era por el efecto invernadero sino por el odio entre los políticos que creaba una atmósfera irrespirable. El presidente Pedro Sánchez permanecía amarrado a su suerte, mientras el Partido Popular le seguía obligando a tener que aliarse con los independentistas para darse el gusto de achicharrarlo con insultos de felón y traidor a la patria. Es como si los curas te obligaran a cometer un pecado muy grave para poder mandarte al infierno.
De vuelta de cualquier catástrofe debido a la edad, Miguel se había refugiado en la música y en la lectura, apenas se asomaba a los telediarios, pero se preguntaba por qué el presidente del Gobierno despertaba una inquina irracional no solo en sus adversarios ideológicos, sino en la barra mediática, también en ciertos intelectuales e incluso en los viejos cuadros de su propio partido. Puede que se debiera a que era alto, atractivo y demostraba una ambición demasiado evidente. A Miguel le hubiera gustado ser escritor para tomar al presidente Pedro Sánchez como un personaje de novela, ni bueno ni malo, solo como un tipo duro enfrentado a medias al odio y a su buena estrella.
Porque, bien mirado, ¿cómo no lo iba a odiar el Partido Popular si le había arrebatado el gobierno con una jugada de póquer solo guiada por el instinto de ganador? Un día, de forma inesperada, al amparo de una sentencia del Tribunal Supremo que condenaba por corrupción a un enjambre de políticos del Partido Popular, Pedro Sánchez subió a la tribuna del Congreso y como si estuviera sentado a una mesa con tapete verde, dijo: “¡Envido el resto!”. Con un estilo de jugador profesional le planteó al Gobierno una moción de censura y encima se adornó con un alarde de tahúr frente al presidente Mariano Rajoy. “Si su señoría dimite, retiro lo dicho”. A continuación, embarcó a los demás partidos en una disyuntiva perentoria sin darles tiempo a pactar algo a cambio. Solo quería los votos de quienes estuvieran contra la corrupción, nada más.
Miguel conservaba la imagen de un bolso de señora que había sustituido en el escaño al culo del propio presidente Rajoy cuando ante la inminente e inevitable derrota este se fue a ahogar sus penas con unos tragos a un bar. Miguel pensó que con este material un escritor de talento podría escribir un excelente capítulo tabernario de una de las mejores novelas de nuestra reciente historia.
¿Cómo no iban a odiar a Pedro Sánchez los compañeros de la vieja guardia del propio Partido Socialista? Un día, siendo secretario general, había sido defenestrado por los suyos de la sede de Ferraz; por su parte, había renunciado a su escaño de diputado y convertido en un militante sin más se montó en un peugeot polvoriento y se fue a recorrer el país para recabar la opinión de las bases; se le vio dar mítines en lugares muy ratoneros, en un corral con gallinas subido a un cajón de refrescos bajo un paraguas; su actitud logró conmover los cimientos del partido, ganó unas primarias y montado en un caballo blanco volvió a la sede de Ferraz con las puertas abiertas de par en par dispuesto a la venganza. Hay políticos que tienen buen puñal, pero les falta brazo, y otros al revés, les sobra brazo y les falta puñal. No parece ser este el caso.
Después para gobernar tuvo que abrazarse a Pablo Iglesias, una criatura mediática fabricada por las cámaras, gracias a su locuacidad imbatible. Aun integrado en el sistema y con el cogote esculpido a navaja, era difícil imaginarlo callado ante un micrófono a la salida del Consejo de Ministros sin intentar segarle la hierba bajo los pies al presidente Pedro Sánchez, quien por su parte estaba dispuesto a soportar toda clase de zancadillas de la grey política de Podemos, que no se había quitado todavía la sensación de estar bebiendo cerveza en las terrazas de Lavapiés.
En cuanto ganó las elecciones y alcanzó el poder, Pedro Sánchez fue recibido por una pandemia que aprovecharon sus adversarios políticos para echarle en cara las miles de muertes. Además de felón, de mentiroso, de presidente ilegítimo, ahora le llamaban asesino. Y después de la pandemia, vino el volcán de La Palma, el desbarajuste internacional de la economía y, si faltaba alguna desgracia, llegó el cuarto jinete del Apocalipsis con la guerra de Ucrania. ¿Cómo era posible resistir en el gobierno teniendo tantos enemigos conjurados dentro y fuera de casa, tantas hecatombes de la naturaleza, y todos los gérmenes de la biología planetaria en contra?
La novela podía empezar así, como en las películas del Oeste. Era alto, tenía la espalda ancha, la cadera breve y llevaba los revólveres peligrosamente bajos. Caminaba con un ligero balanceo como gustándose, con mucho polvo en las botas enterizas de anca de potro y silbaba la melodía del tiroteo de OK Corral cuando atravesaba la plaza del condado. Sabía que lo querían matar solo porque era guapo.
(Continuará)
Babelia
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