Histórico triunfalismo
Rafaelillo, Escribano y Valadez cortaron siete orejas a una corrida seria, astifina, encastada, noble y de extraordinaria movilidad de La Palmosilla
Pamplona está que se sale…, pero por abajo. Siete orejas son muchas, y si bien los tres toreros merecen un triunfo así por sus difíciles trayectorias, no siempre reconocidas en los despachos taurinos, no merecieron tantos trofeos en una tarde en la que, por encima de todo, destacaron los toros de La Palmosilla por su presentación, casta, nobleza, calidad y extraordinaria movilidad.
No era fácil estar a la altura de una corrida así; tenían mucho y bien que torear esos toros, que presentaron sus exigencias y dificultades, impropias y poco habituales en la ganadería actual. Toros fieros, como el primero de Rafaelillo, codicioso en cada embestida, un animal de carácter que apretaba en cada muletazo; y nobles e incansables como los demás, con los que la terna se empleó a fondo, en una entrega ilimitada, con una disposición encomiable y con una capacidad que le hace merecedora de una agenda plagada de contratos.
Pero faltó la hondura, el sentimiento, el aroma y el misterio del toreo profundo que pedían esos toros del campo gaditano. Cada uno da lo que tiene, y más no se le puede pedir a Rafaelillo, Escribano y Valadez, tres jabatos acostumbrados a las corridas más duras, a los olvidos de triunfos muy trabajados, y que bien merecieron este caramelo que ojalá los catapulte a un futuro esperanzador para los tres.
Los tres llegaron con la lección bien aprendida: hay que ganarse a las peñas. Y bien que lo consiguieron. Y los tres se beneficiaron de la extrema generosidad de una sonriente presidenta que no tuvo empacho en sacar repetidamente el pañuelo blanco para que no decayera la fiesta.
Sonriente, feliz y dolorido acabó el veterano Rafaelillo, que volvía a Pamplona después del gravísimo testarazo que le propinó en esta plaza un toro de Miura en 2019. Brindó su primero al equipo médico, y demostró su disposición, su buen ánimo y mejor oficio ante un toro que no se lo puso nada fácil, de modo que su labor no alcanzó la exaltación de poderío que el oponente requería. Más noble era el cuarto, pero no tonto, y, en un descuido, enganchó al torero por una pierna y lo volteó de muy mala manera en dos fases sin que el pitón lo calara. Herido, no, pero, por la expresión de su cara, le debía doler hasta el alma. A este lo muleteó acelerado, mejor al final de la faena, más asentado y templado. A los dos toros los mató de una estocada caída, pero el palco presidencial está tan alto que la visión no es la más idónea. Y ya se sabe: en caso de duda…
Escribano y Valadez hicieron alarde de pundonor, entrega y de raza al tiempo que tocaron la fibra de las peñas.
El primero recibió a su lote de rodillas frente a la puerta de toriles; los dos los brindó al respetable, ejecutó las imprescindibles manoletinas y lanceó por navarras, tafalleras y chicuelinas; el mexicano Valadez tampoco se olvidó de los brindis, estuvo variadísimo y vistoso con el capote, sus manoletinas las ejecutó de rodillas y se adornó también con unas ceñidas bernadinas. Y los dos compartieron el tercio de banderillas en sus primeros toros y clavaron en solitario en el otro. Es decir, que uno y otro dieron espectáculo.
Escribano comenzó sus dos faenas de muleta con pases cambiados por la espalda, y alcanzó momentos de buen toreo con la mano derecha en su primero, un animal de una clase sobresaliente. Alargó su labor ante el quinto, otro buen toro, en el que dibujó derechazos sueltos de calidad. Mató muy bien al segundo de la tarde y pinchó al quinto; he ahí la explicación de que en este último no paseara trofeos.
Y Valadez ejecuta un toreo muy variado, de poca hondura, en el que sobresalen más sus ganas que el sentimiento; pero toda su labor fue vistosa, y los muletazos enganchados, que los hubo, los combinó con otros de mejor factura. A la hora de matar se repitió la película de su compañero y de ahí que el resultado fuera el mismo. En Pamplona, ya se sabe que si el toro no cae pronto, no hay oreja.
Salieron los tres a hombros y así los acompañó en el ruedo el mayoral de la ganadería. Los tres toreros y los toros ofrecieron una tarde para el recuerdo a pesar de la sonrisa bondadosa de la presidenta. En verdad, fue una tarde histórica, pero de histórico triunfalismo…
La Palmosilla / Rafaelillo, Escribano, Valadez
Toros de La Palmosilla, muy bien presentados, cumplidores en varas, encastados, nobles, con mucha movilidad y clase.
Rafaelillo: estocada baja (dos orejas); estocada caída (oreja).
Manuel Escribano: estocada (dos orejas); -aviso- pinchazo y estocada (petición y vuelta).
Leo Valadez: estocada (dos orejas); media estocada -aviso- y cuatro descabellos (silencio). Los tres toreros y el mayoral salieron a hombros
Plaza de Pamplona. 10 de julio. Cuarta corrida de la feria de San Fermín. Casi lleno.
Babelia
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