Muchachito Bombo Infierno: “En las ciudades hemos perdido el significado de barrio”
El músico busca seguir conectado a la calle a través de su música vitalista en su nuevo disco, ‘Qué puede salir mal’
Jairo Perera (Santa Coloma de Gramanet, 48 años) es Muchachito Bombo Infierno, un músico hecho a sí mismo que, para charlar, prefiere sentarse en el escalón de un portal del barrio de Ópera que estar dentro del bar. “Aquí, estamos más tranquilos”, dice y, después, explica todo el tiempo que vivió por esta parte de Madrid cuando todavía el turismo no era tan salvaje. Acaba de sacar nuevo disco, Qué puede salir mal, y suena a calle.
Pregunta. Hay un sonido rollo Nueva Orleans en el nuevo disco. ¿Por qué?
Respuesta. Me atrae mucho la alegría que imprimen esos ritmos y que tienen que ver con la rumba catalana, que es una música de ida y vuelta. No habría rumba sin el son cubano y todos esos viajes desde Cataluña que hubo a Cuba. Todo eso le da a la rumba catalana un toque más de humor, que la hace distinta a la rumba flamenca o la rumba del sonido Caño Roto. Son igualmente poderosas, pero más sobrias y serias. Siempre me ha gustado jugar con las cadencias en la voz en la rumba, cantar a contratiempo como hacían Peret y Gato Pérez. Y, para ello, las músicas del swing y el principio de jazz ayudan.
P. También son más bailables.
R. Músicas que son válvulas de escape muy bestias. Otra cosa muy chula que tiene Nueva Orleans es que, como son músicas a pie de calle, siempre hay uno que no acaba de afinar, que está como despeinado. Pero da igual. No puede haber más feeling, más flow. Es puro toque. Louis Prima está muy cerca en la ironía de sus letras a lo que hacía Peret.
P. ¿A qué se refiere cuando habla de la marching band que le acompaña?
R. A la anarquía del movimiento. No hay coreografías en el escenario. Cada uno coge su sitio en el escenario y se puede cambiar. Se trata de improvisar. Si está demasiado marcado, no me gusta. Quiero naturalidad. Tiene que ver con las brass bands de Nueva Orleans, pero también con las chirigotas de Cádiz.
P. ¿Fue un problema que el jazz se volviese demasiado intelectual?
R. No le veo problema. A mí me gustan todos los aspectos. Hay canciones muy serias que también son muy necesarias. La música es como una buena conversación. Una vez escuché a Los Zigarros decir que un músico no puede odiar un ritmo. Puede cansarte o puedes no entenderlo, aunque jamás odiarlo. En la música, no me importa tanto la intelectualidad como la falta de sensibilidad.
La música es como una buena conversación. Y en ella no me importa tanto la intelectualidad como la falta de sensibilidad”
P. ¿El club del paro es una canción con sensibilidad hacia la denuncia social?
R. Esta canción fue un reto. No me veía capaz de hacer una canción para la película que también se llama igual. David Marqués, su director, me insistió mucho y yo no le entregaba la canción. Un día me cogió y me dijo: ‘Mira, Jairo, piensa que esta canción son cuatro amigos que no saben por qué se quieren, pero se juntan en un bar porque no tienen un mañana y allí intentan arreglar la vida’. Tras la pandemia, me reunía en un bar con mis amigos de la infancia y ninguno se dedicaba a la música. Yo los miraba y decía: ‘Qué raros somos juntos. No tenemos nada que ver’. Me inspiré mucho en ellos para componer la canción.
P. Habla de más cosas…
R. Sí, es verdad. Habla de los cobros en b, de las decisiones de los jefes y de que somos monigotes muchas veces.
P. ¿Puede acabar un músico en el paro?
R. Nunca he estado en el paro y nunca he pillado una baja. He hecho barbaridades por tocar. Como hacerlo con la nariz rota en un Viña Rock y otra vez con la mano rota. Es difícil parar.
P. Empezó muy joven y todo fue porque le pidió una guitarra a su madre como la de Peret.
R. Realmente, pedí la guitarra de Peret y un sombrero como el del Gato Pérez. Mi madre me regaló solo el sombrero. En casa no teníamos para la guitarra. Me llegó una vieja de mi tía a los 13 años. Desde los seis hasta entonces, tocaba una raqueta como si fuera una guitarra.
P. ¿Su infancia transcurrió con muchas penurias?
R. Me siento un privilegiado. En mi familia teníamos lo justo, aunque nunca faltó de nada. No tuvimos lujos y fuimos muy conscientes del sacrificio de mi madre, que siempre daba lo que tenía. Recuerdo llegar del colegio y mi madre decirme: ‘No te asustes. Hay alguien en el salón’. Era alguien que había venido pidiendo y mi madre nunca le podía dar dinero, pero le invitaba a comer. Yo he comido con vagabundos no sé cuántas veces en mi casa. He crecido en un barrio que se ha ayudado. Me preocupa mucho que actualmente eso ya no se ve en los barrios. El turismo es abusivo y hace que en el centro de las ciudades no exista ya el concepto vecino. Cuando mis padres llegaron al piso de Santa Coloma, no había agua y se la daban los vecinos. Yo lo veo impensable hoy en día, incluso aunque sea algo tan indispensable como el agua. Hemos perdido el significado de barrio.
P. Se crio en Santa Coloma de Gramanet, barrio de emigrantes andaluces en Barcelona. ¿Viene de familia charnega?
R. Mi familia emigró de Jaén después de la guerra. Subieron todos para Barcelona. Estuvieron un tiempo en las barracas del Poble Sec, donde nació mi madre. Mi abuelo dormía en un piso en la calle Tallers con mis tíos, que trabajaban con ellos picando piedra en el aeropuerto del Prat y en las vías de San Andreu. Pero mi abuela, embarazada, no entraba en el piso y se fue con más andaluces al Poble Sec. Mi tío abuelo Miguel se pasó mucho tiempo montando la barraca todos los días. Por la mañana la desmontaba, se iba en bici a picar piedra y regresaba por la tarde y volvía a montar la barraca. Cuando les echaron de Poble Sec, mi abuela Juana se subió en Plaza Cataluña en un autobús. Sabía que iba a las afueras y dijo: ‘Vamos a ver dónde nos lleva y donde nos deje nos bajamos. Fuera de la ciudad, las cosas son más baratas’. El autobús les dejó en Santa Coloma.
P. ¿Qué tal llevó su familia que se metiese a la música? Eso no da dinero rápidamente…
R. Me tuve que esconder un poco de mi familia para tocar. No era muy sensato para ellos y, a veces, les hacía sufrir. Yo dormía en la calle muchas veces y no decía nada. Esa época no se la conté a mi familia. Llegué a trabajar de barrendero y entraba a las seis de la mañana y, cuando plegaba, me iba a por los cacharros a llevarlos a los sitios para los conciertos. A veces, acababa tan tarde que me iba a casa, me pagaba una ducha y otra vez a barrer. Me costaba un montón porque estaba desfallecido. Entiendo que se preocupasen por si me metía a músico porque no daba números, pero para mí era mi vida. La música es un idioma que puedes llevar por el mundo. Y he conocido gente que me ha enseñado mucho en la vida.
Intento vivir y dejar vivir. Es un tópico, pero creo en eso”
P. Gente como el Canijo de Jerez, Albert Pla, Tomasito y Lichis. Con ellos formó La Pandilla Voladora. ¿Quién ponía ahí la cordura?
R. No te puedo decir quién es el más cuerdo de ese elenco porque, cuando te piensas que uno está colgado, resulta que hace relojes. Fue un desastre, pero toda la pandilla era encantadora. Íbamos a hacer las promociones después de los conciertos justo al contrario de lo que se hace. Todo era muy cafre y muy divertido. Tardamos en repetir estas experiencias porque se resienten los cuerpos. Era el campamento de Krusty el payaso.
P. ¿Cuál es su filosofía de vida?
R. Intento vivir y dejar vivir. Es un tópico, pero creo en eso. Cuido mi entorno y hago mi camino. La gente trepa, la que va dando codazos por la vida, no la aguanto.
Babelia
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