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Adictos, obsesos, fracasados, narcisistas: las taras que (supuestamente) aquejan a los críticos literarios

El volumen ‘La crítica literaria en los noventa’, de Miguel Alcázar, recoge de manera fantasiosa fragmentos de alocados reseñistas de finales del siglo XX

Ilustración con una imagen de Miguel Alcázar, autor de 'La crítica literaria en los noventa'.
Ilustración con una imagen de Miguel Alcázar, autor de 'La crítica literaria en los noventa'.FERNANDO HERNÁNDEZ
Sergio C. Fanjul

Los críticos literarios suelen tener alguna tara, a veces grave. Es conocido el alcoholismo y la afición a la noche de Noel Carrascosa, crítico de Futuras lecturas. Francisco Aldeanueva, del Suplemento siglo XX, es un dinosaurio con fino gusto para las grandes obras literarias y con un ego igual de grande y no tan fino. La obsesión de Xoel Ferreiro, de La opinión gallega, es comparar sus lecturas, aunque se ambienten en Oklahoma, con sus vivencias en su Lugo natal. La de Gisela Caubet Güell, de La hora de Cataluña, es quejarse de los autores y las cosas catalanas. Andrés Marcos, alias el Elfo Erudito, es un friki obsesionado con la literatura de género, y de ahí no le saques, como muestra periódicamente en la revista Literatura y rol. Etcétera.

La crítica literaria en los 90 (La Uña Rota) es un libro rarísimo donde el filólogo Miguel Alcázar (36 años, criado en Albacete) casi la da con queso, presentando el volumen, editado con cierto aire de seriedad vintage, como una recopilación dizque académica de críticas literarias publicadas en la última década del siglo XX en medios tan reconocidos como Información 16, El reino de Castilla, la revista Índole o, cómo podría faltar, la muy respetada revista Peninsular. Tan reconocidos que seguramente no suenen de nada… porque no existen.

De hecho, Alcázar comenzó compartiendo fragmentos de estas críticas descacharrantes y asilvestradas en la red social X, con gran éxito, y muchos de los usuarios, tal vez la mayoría, las dieron por buenas. Porque tampoco existen los críticos citados al principio, ni Blanca Coma-Fabres, ni Germán Collazos, ni Carlos de Larrocha, ni Gabriel Dabrowski, que presume de haber tratado personalmente a Bolaño cuando aún no era Bolaño.

Y no solo el público tuitero: algunos medios relevantes publicaron reseñas de este libro como si fuera una investigación real y no un disparate, no está claro si por haber caído en la trampa o por no desvelar el misterio. Para algunos el interés extraliterario del libro es recordar una época donde había libertad de expresión real, mientras que ahora “no se puede decir nada”, como tanto se repite en enormes titulares de grandes medios por personas de amplia fama.

Los libros reseñados, eso sí, son reales, y publicados en los noventa, obras de Herta Müller, Leopoldo María Panero, Elvira Lindo, Rosa Montero, William Gaddis, Manuel Vilas, Toni Morrison, Espido Freire, Fernando Schwartz, Juan José Millás… Hasta un libro de Teo, para que no falten los clásicos. “Es un homenaje irreverente a la literatura y al acto de leer”, dice el autor. “Yo es que siempre estoy pensando en libros…”.

Miguel Alcázar, autor de 'La crítica literaria en los 90', con gafas de sol: "Un libro macarra requiere actitud macarra".
Miguel Alcázar, autor de 'La crítica literaria en los 90', con gafas de sol: "Un libro macarra requiere actitud macarra".Cedida por el autor

Drogatas, pendencieros, letraheridos, narcisistas, obsesos, pedantes, con problemas sentimentales y paternofiliales… “Quise retratar no solo a los críticos, sino a los lectores en general”, explica Alcázar desde Glasgow, donde reside, “cuando hablamos de literatura nos ponemos muy solemnes, pero luego en nuestra vida cotidiana somos muy cutres”.

Que el público tuitero tragara con estas críticas dice algo del imaginario colectivo, como si estuviera fuertemente arraigada la idea que los noventa fueron los últimos tiempos salvajes (si es que cabe mucho salvajismo en la literatura). Por cierto, la imagen que ilustraba la citada cuenta de X era un retrato del novelista Javier Marías, fallecido en 2022, con gafas de sol y fumándose un piti en una actitud macarrilla que encajaba muy bien con el supuesto espíritu de la época y de estos críticos ficcionados.

critica

Si un crítico de la vida real, tendente a lo autobiográfico, lo emocional y hasta lo macarra, pudiera caber en esta recopilación sería Carlos Boyero (aunque critique cine y no literatura). Eso sí: si uno busca en este volumen el vitriolo contra libros y escritores se sentirá defraudado. Estos críticos prefieren hacer escarnio de ellos mismos o transitar los juegos de palabras, las conexiones del ingenio, los chistes literarios o, directamente, los chistes malos. Y el humor manchego (chanante) tan propio del Albacete donde Alcázar creció. “Es que me parece que la literatura se toma muy en serio a sí misma, es muy dramática, muy del sentimiento trágico de la vida, cuando en España hay una fuerte tradición del humor: la literatura española tiene tres pilares en el Quijote, La celestina y el Lazarillo”, opina el filólogo. “Por no hablar, en el cine, de Almodóvar, Buñuel, Azcona…”, añade.

Un experimento entre Borges y Perec

Como diría Alcázar, este libro es un experimento lúdico y juguetón, también metaliterario, que podría encuadrarse en lo borgiano, cuando Borges se inventaba profusamente autores y títulos imaginarios, o lo perequiano, pues podría ser uno de los juegos literarios que le gustaba practicar a George Perec y sus amigos del grupo OuLiPo en los años sesenta. El propio Alcázar lo relaciona con los escritores inventados de La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño, o con Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos, de Álvaro Cunqueiro. Se ha llamado a este libro novela, porque cada crítico tiene una personalidad propia que se infiere leyendo sus textos (como en los heterónimos pessoanos), los personajes a veces interaccionan entre sí (se citan unos a otros en alguna reseña) e incluso pueden experimentar un arco dramático a través de las páginas (tampoco mucho, no exageremos).

Si la filología nos recuerda que merece la pena leer a los clásicos, la crítica nos dice que merece la pena leer lo que se publica ahora mismo”

Esta recopilación fake también hace hincapié, de manera subrepticia, en la idea de que los críticos son autores frustrados, porque todos estos tienen una necesidad irrefrenable de contar su propia vida y emociones en sus textos: a duras penas son capaces de ocultarse detrás del libro que reseñan. Y en esa nostalgia (en tiempos como los de ahora, extremadamente nostálgicos porque el futuro está abolido) de unos noventa que igual no fueron como los recordamos. “Tenemos la idea de que fue un desparrame, aunque no sea necesariamente cierto. Creo que tomamos los noventa como una suerte de arcadia primitiva, no sé si porque fue la última época sin internet o porque fue la última en la que la literatura y la crítica tenían mayor importancia en la sociedad y no solo en las secciones de Cultura”, opina Alcázar, que asegura sentir cierta fascinación por una época (la literatura, la música indie...) a la que no llegó del todo porque aún era un niño.

La crítica, dicen, ha ido perdiendo relevancia con los años y ya no es lo que era. “La razón principal es la disgregación de opiniones en internet, todos estamos opinando sobre todo, todo el rato, y así es difícil competir con tantas voces”, dice Alcázar, que contempla la legitimidad de pedirle a la crítica que se reinvente, que sea original, que evolucione, que sea divertida, que se haga importante, igual que se lo pedimos a otras disciplinas. Que sea un poco como esta imaginada crítica de los años 90 que nunca fue. También opina, optimista, que la crítica, pese a todo, sigue teniendo sentido: “Si la filología nos recuerda que merece la pena leer a los clásicos, la crítica nos dice que merece la pena leer lo que se publica ahora mismo”.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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