Contentos, pero infelices
Despedir a un equipo del piso de debajo de la élite que consigue una plaza europea de la alta burguesía con una pitada, sugiere, cuando menos, una mirada de extrañeza. No es normal que el éxito sea tan mal recibido, tan mal digerido, tan mal festejado. El Athletic, pese a los eufóricos del pasado o los afiliados a la ciencia ficción, solo puede aspirar a eso, que no es poco, y evitar el descenso, que no es poco, y soñar con otra final de Copa del Rey en la que no estén Barça o Madrid, que ahora adoran el becerro de oro que antes repudiaban. Basta fijarse con qué boato celebró su último título el Madrid, agarrado como un náufrago a la tabla de salvación de su Titanic hundido.
No es justo despedir con una bronca a un equipo que ha logrado su máximo objetivo, aunque fuera de la forma más rácana posible, la menos futbolística, la menos bilbaína, la más italiana posible, si me apuran. Algo para lo que San Mamés, guste o no, no está preparado. El Athletic, piensan los fieles (cristianos viejos en su mayoría), es un auto de fe, capaz de jugarse la vida por el honor más que por el objetivo. Eso no lo entendió el domigno el equipo y mucho menos Caparrós, ajenos quizás a la sociología del club, unos por juventud, otros por lejanía.
La bronca a Caparrós y al eqipo tras el empate ante el Málaga era tan justa (todas las broncas son tan justas como los halagos), como inoportuna. El partido del Athletic fue lamentable, rutinario, escaso, sin ambición, sin criterio, conservador (como los tiempos que corren); de gatos más que de leones. Y la actitud de Caparrós fue el sol o el reflejo del equipo. Pero ambas cosas fueron accidentales. Lo que en el fondo salía de las tribunas era el bostezo del aburrimiento. El último bostezo, el que refleja que uno está contento, pero no feliz con lo ocurrido. Parece lo mismo pero no lo es. Estar contento es un estado temporal (la clasificación para la UEFA) que se va con las estrellas; ser feliz, es un estado de ánimo, procurado por la felicidad semanal de lo que se vive, de lo que se disfruta. Uno está contento con una paga extra, pero puede ser infeliz con su sueldo mensual.
San Mamés (no se en qué cantidad) transmitió ayer su infelicidad por la película ofrecida. El Athletic ha triunfado en su pelea tradicional pero no ha hecho feliz a casi nadie. Y uno no se hace socio para que su equipo se clasifique para la Liga Europa, sino para tratar de disfrutar cada semana con las habilidades (las que sean) de los suyos. Para lo primero, basta con ir al bar al ver el PPV. El que quiere ver fútbol va al campo y diusfruta con la intensidad del partido. La bronca de San Mamés le hará reflexionar al exitoso Caparrós, un buen tipo, un trabajador impagable, con un cuaderno de resultados imborrable, pero que extrañamente no deja un poso equivalente a sus resultados. Debe reflexionar sobre ello. Llevar al Athletic a Europa y ser despedido con una bronca debe ser para que se lo mire Caparrós. Y el público.
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