Un blanco entre los reyes africanos
Hasta el segundo puesto del estadounidense Rupp en los 10.000m, los atletas negros habían copado todos los podios desde 1988
La esencia está en los últimos 400 metros, concentrada en 52 o 53 segundos. No más, según los cálculos milimétricos establecidos por el preparador cubano Alberto Salazar. “Ahora, las carreras se deciden en la última vuelta. Si corres en ese tiempo tienes grandes opciones”, advertía el técnico hace unas semanas, en la antesala de los Juegos de Londres, antes de que Mo Farah y Galen Rupp, sus dos discípulos, incendiasen la prueba olímpica de 10.000 metros y se colgasen el oro y la plata respectivamente. “Antes solo podían hacerlo los africanos, pero las cosas han cambiado. Mo es una fuerza de la naturaleza, pero Galen también puede conseguirlo. Es extraordinario. Yo creo en él. Triunfará, seguro”, aventuraba entonces, consciente del potencial de aquel joven que él mismo reclutó para el tartán cuando el chico tenía solo 14 años, estudiaba en un instituto católico de Oregón y amaba el soccer. El mismo que anoche dejó prendada a la grada del Estadio Olímpico y rompió un maleficio. El que apuntaba a la imposibilidad de que un atleta blanco acabase en el podio de esa distancia y batiera a los africanos. Una heroicidad que no se repetía desde la protagonizada por el siciliano Salvatore Antibo en los Juegos de Seúl, en 1988, hace 24 años.
Rupp, un galgo en el que muchos adivinan la explosividad africana, comparte técnico y método con Farah
“No puedo estar más feliz”, concedía ayer Rupp, enfundado en una bandera estadounidense, sucesor de Billy Mills –último atleta estadounidense que se adjudicó un metal en esa distancia, en 1964– después de fundirse en un abrazo con su amigo Farah. “Es mi mentor, mi hermano mayor. Un gran amigo”, se sinceraba a continuación el fondista, de 26 años y orejas prominentes, una locomotora sobre la pista inglesa. “He aprendido mucho de este chico”, le correspondía el británico, tres años mayor que él, con el que además de una buena amistad y su aprecio al fútbol comparte las lecciones de Salazar en Oregón. El triángulo cobró forma el año pasado, cuando Farah abandonó Londres y puso rumbo a Portland con el objetivo de huir de los flashes y preparar a conciencia los Juegos. Allí, bajo un estricto método de entrenamiento, coincidió con Rupp, un niño prodigio que colecciona trofeos de su etapa amateur, ahora un galgo de 1,80m y 61 kilos en el que muchos adivinan la explosividad africana.
Su plata es buena para el atletismo. Con su triunfo demostró que los blancos pueden ganar a los negros" Juan Carlos Higuero, medio fondista español
La que exhibió en la última velada, entre una marea de corredores negros. A rebufo de Farah casi toda la carrera, con los ojos clavados en las zapatillas amarillas de su compañero, sostuvo las embestidas de los rivales eritreos, kenianos y etíopes hasta los virajes decisivos. Entonces ganó posiciones, alzó la vista al frente y cambió de ritmo. En concreto, trazó la última vuelta en 53,8s y paró el cronómetro en 27m30,90s. “A mí me levantó del sofá”, admite a través del teléfono el exatleta Luismi Berlanas; “Hacer ese cambio de ritmo después de 24 vueltas es una barbaridad. Tiene muy buenas condiciones, una buena planta, pero yo destacaría sobre todo su inteligencia. Es muy listo. Plantar cara a los Bekele, Tadese y los kenianos como él lo hizo es un reflejo de lo que puede ofrecer. La élite le estaba esperando”.
Ganador este año de los trials norteamericanos, donde se impuso en 5.000 y 10.000 y fue capaz de completar una vuelta en 52,54s, Rupp rubricó una discreta actuación en su primera experiencia olímpica, hace cuatro años en Pekín, donde concluyó en la decimotercera posición, con un registro de 27m36,99s. Cincelado por Salazar, su evolución ha rebajado la cifra hasta el 26m48s que firmó en el preolímpico y se explica a partir del sistema de entrenamiento del cubano, triple vencedor del maratón de Nueva York, torpedeado en los ochenta por las lesiones y el sobresfuerzo de una preparación poco apropiada. “A mí nadie me corrigió. Eso acabó conmigo, pero no dejaré que pase lo mismo con él”, indica Salazar, al que le gusta que sus alumnos trabajen en la piscina para prevenir lesiones y curtan sus pulmones en altura, con esfuerzos cortos e intensos en las faldas de las montañas de Park City, en Utah. “Controla todo al milímetro, es muy innovador”, corrobora desde Londres el fondista Juan Carlos Higuero; “trabaja mucho la explosividad. La velocidad se está imponiendo otra vez, los americanos vuelven. Las carreras no son excesivamente rápidas, no terminan de romperse y muchas veces se deciden en la última vuelta. Ahí está la clave. A día de hoy, un atleta de 10.000 tiene que tener un gran 1.500. De lo contrario tiene muy poco que hacer”.
Hacer ese cambio de ritmo tras 24 vueltas es una barbaridad" Luismi Berlanas, exatleta
Domina Rupp el acelerón que echaron en falta otras promesas blancas como el australiano Craig Mottran. El cambio de piñón necesario en el último giro que luce el estadounidense y asombra a los atletas africanos, hegemónicos en el escenario de los 10.000, pero batidos en la cita de Londres. También Kenenisa Bekele, doble campeón olímpico de la distancia, el sábado cuarto. “Su medalla de plata es muy buena para el atletismo. Demostró que los blancos pueden ganar a los negros”, concluye Higuero convencido, como Salazar, de que el fondo de la cuestión reside ahora en 400 metros de pólvora. No más de 52 ó 53 segundos.
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