España descubre el fenómeno Rahm
El golfista vasco gana el Open de España, quinto título de su meteórica carrera, y es seguido por 47.000 espectadores como la gran estrella mundial que ya es
“En el tee, por España… ¡Jon Rahm!”. Son las 13.35 cuando el nombre del golfista vasco retumba en el Centro Nacional, en Madrid, en la última jornada del Open nacional. La gente aplaude rápido para coger el móvil y fotografiar al hombretón de Barrika. Comienza entonces una intensa persecución. La de miles de aficionados siguiendo al trote cada golpe de Rahm. Y la del propio Rahm en busca del liderato y del título. Todos quedan contentos. Los seguidores disfrutan con el vasco, un espectáculo con un palo de golf y un torrente de carisma. Rahm sonríe cuando emboca el último putt, ante la bandera española que ondea en el 18, y abrocha con dos golpes de ventaja (-20) sobre Paul Dunne y tres sobre Nacho Elvira la quinta victoria de su meteórica carrera. Es a sus 23 años “la más especial”, un Open de España que su ídolo Seve Ballesteros ganó tres veces (1981, 85 y 95), y es además en el campo en el que se formó como jugador cuando era un diamante en bruto, tan volcánico como ahora, en la escuela Blume. En ese 2012 se marchó a Estados Unidos un niño lleno de sueños y ambiciones. Quien ha regresado seis años después es una estrella mundial.
También da palmas con las orejas la federación española, que no solo salvó el campeonato a ultimísima hora, y acondicionó el campo en un pestañeo de siete semanas, sino que se ha visto desbordada por el enorme éxito de público del Open: 47.218 asistentes en total sumando las cuatro jornadas, récord histórico de un torneo de golf en España. Una multitud atraída por el nuevo fenómeno del deporte patrio. España ha descubierto a Jon Rahm. Y el golf lo recibe como el maná que tanto esperaba, un nuevo Seve.
El Open de España ha sido el Open de Rahm. “Todo esto nos ha desbordado, a la familia y también a Jon”, confiesa Edorta, el padre de la criatura. “Esperábamos gente, pero no algo así. Nos ha sorprendido mucho”. Seguir a Rahm durante el Open, especialmente el fin de semana, era una carrera por atrapar las mejores posiciones. Muchos se subían a una loma para atisbar al jugador entre tanta cabeza y tanto móvil, y los había que avanzaban hasta el siguiente hoyo para ir reservando ya un asiento de lujo. El Centro Nacional, sede de la federación, se vio sorprendido por la multitud que esperaba a sus puertas. El tee del uno parecía este domingo una manifestación. La algarabía no paraba a cada paso de Rahm, y hasta a alguno le sonaba el teléfono al lado del green. Más que un campo de golf, aquello parecía por momentos una grada futbolera, por la cantidad de gente y por un comportamiento que suele estar alejado de la etiqueta del golf. Incluso el propio Rahm, que más que nadie es un hombre de sangre caliente, ha tenido que pedir calma y silencio durante la semana ante esa especie de Rahm-manía. Era la primera vez que jugaba el Open nacional, y el segundo torneo oficial que disputaba en España, después de Valderrama el curso pasado, y seguramente no volverá hasta defender esta corona la temporada siguiente.
La jornada del campeón no acababa con el último golpe. Después del paso por los focos de la prensa, Rahm ha estado más de un día firmando autógrafos y haciéndose fotos con los aficionados durante más de una hora. Con una paciencia de santo. “Ya podían aprender los futbolistas”, decía más de uno. A los kilómetros del Masters de Augusta se había unido un viaje largo y mucha expectación en el Open. El sábado, tieso, se lo tuvieron que llevar antes de hora y darle un ibuprofeno contra el dolor de piernas. Este domingo no había hora de cierre. Ya podían esperar los suyos, que Rahm era de la gente.
La familia ha arropado al campeón vasco, que hizo un esfuerzo especial por disputar el Open después de ser cuarto en el Masters. El número cuatro mundial es una figura enorme en EE UU e Inglaterra, pero, como pasara con Ballesteros, España todavía estaba por descubrir su enorme impacto. Rahm aspira a ser Seve, pero también es para el golf una especie de Rafa Nadal o Fernando Alonso, un atleta excepcional y un póster de lujo.
El golf español se frota las manos con Rahm. La federación aspira a que el deporte encuentre por fin patrocinadores y que enganche a un público que mayoritariamente lo ve como elitista. Nada mejor para romper con esa imagen que un tipo sencillo como Rahm, un vasco de pura cepa, muy, muy del Athletic, aunque tenga apellido suizo (descendiente de un carpintero que llegó a Bilbao a comienzos del siglo XIX), y tenga acento americano. Se llama Jon Rahm Rodríguez, y es un golfista con mayúsculas.
Rahm ha sido quien más presión ha puesto sobre su carrera, confiado en que llegará a lo más alto: un grande, el número uno mundial... Sus referencias a Seve y a Tiger Woods, dos monumentos, son continuas. Sobre sus hombros hay desde este Open una presión añadida. Seguir la senda de otros gigantes del deporte español. En definitiva, ser lo que siempre ha soñado.
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