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DEPORTIVO- FUENLABRADA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Deportivo-Fuenlabrada, un broche perfecto

Cuesta imaginar que una situación similar se hubiera zanjado de manera tan vergonzosa en cualquiera de las otras grandes ligas europeas

Rafa Cabeleira
Chico Flores, el jugador del Fuenlabrada que fue ingresado en el hospital por coronavirus, a su regreso al hotel en A Coruña.
Chico Flores, el jugador del Fuenlabrada que fue ingresado en el hospital por coronavirus, a su regreso al hotel en A Coruña.M. Dylan (Europa Press)

Si nada cambia de aquí a este viernes noche, Deportivo y Fuenlabrada disputarán en Riazor el partido más ignominioso que se recuerda en la era moderna del fútbol español. Será, por cierto, el broche perfecto para una competición adulterada que no merecería un final distinto, zambullida en el descrédito más absoluto por quienes, precisamente, deberían velar por lo contrario. Cuesta imaginar que una situación similar se hubiera zanjado de manera tan vergonzosa en cualquiera de las otras grandes ligas europeas pero, sobre todo, cuesta creer que la indignidad haya sido capaz de arrancar semejante caudal de adhesiones y un volumen casi insoportable en el aplauso: hay caminos que resultan imposibles de desandar por mucho que uno dibuje sus propios atajos con palabras.

No se trata de ganar en los despachos aquello que, en el caso del Deportivo, fue perdiendo merecidamente sobre el campo a lo largo de cuarenta y una jornadas: esa es la primera de las trampas, un arabesco de fácil digestión para obviar que el principio de igualdad debe permanecer inalterable hasta el final del campeonato. Porque, por más que algunos se empeñen en deformar la realidad a su antojo, lo que está (o estaba) en juego no es el interés particular de un puñado de equipos en una serie de partidos, sino el cumplimiento escrupuloso de las normas que diferencian a un carrusel puramente comercial de una competición deportiva. Apoyarse en los hechos consumados, en una serie de resultados producidos desde la anomalía competitiva para justificar una injusticia, no hace más que reforzar la sensación de que ha primado la salvaguarda de unos intereses que poco, o nada, tienen que ver con la verdadera naturaleza del deporte. Nadie sabe qué podría haber ocurrido en una jornada final disputada en igualdad de condiciones, como dictan las normas. Por eso convendría no caer en la tentación de jugar a adivinos o, todavía peor, a sastres de la objetividad en el análisis de una realidad alterada.

Y, por supuesto, convendría también alejar las valoraciones finales de cualquier personalismo. Reducir el debate a la figura de Javier Tebas, cuya responsabilidad (o no) en lo ocurrido deberá dilucidarse por otros cauces, no solo invita a perder de vista lo fundamental, sino que pervierte cualquier intento de aislar los hechos y tratarlos como tales. Más allá de apellidos, números de la Seguridad Social y afiliaciones políticas, nos queda la certeza de que el partido de este viernes no arreglará la injusticia perpetrada semanas atrás. Si acaso, y siendo generosos, apenas servirá para limpiar algunas conciencias y evitar el bochorno de justificar el descenso de un equipo sin haber completado todas las jornadas del campeonato. Se trata, en definitiva, de una huida hacia adelante que dejará una profunda herida en el prestigio del deporte español, no solo en el fútbol, abriendo una peligrosa senda que ya veremos hasta dónde nos lleva en el futuro. De momento, nos queda por delante un partido despojado del más mínimo decoro deportivo y que solo se sostiene bajo la premisa del mal menor. Y, miren por dónde, ese suele ser el subterfugio habitual de quienes no creen que hacer las cosas bien importa más que hacerlas.

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