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Cuando atacar en el Tour es inmolarse

Los mejores se resignan a seguir a rueda del Jumbo todopoderoso y aceptan que la plaza de podio que aún ven libre se decida por eliminación

Pogacar, a la derecha, supera a Roglic en el sprint del Grand Colombier.
Pogacar, a la derecha, supera a Roglic en el sprint del Grand Colombier.Anne-Christine Poujoulat / Pool (EFE)
Carlos Arribas

En Grenoble, ante los Alpes gigantes que por ahí respiran, no se habla de conquista, sino de miedo.

Uno de los viejos, Rigo Urán, que marcha tercero, dice que para qué usar potenciómetro en el Tour, que de qué le vale saber a cuántos vatios marcha y a cuántos puede ir cuando de los que se trata es de seguir, de ir a rueda, a ritmo, y que lo lleven a uno, que es un peso innecesario y que por eso lo quita, y que va más a gusto a la antigua.

Otro veterano del Tour, Nairo (noveno), a quien las caídas han convertido el cuerpo en un cuadro de colores variados, del violeta al amarillento, y de ampollitas --"hijueputas ampollitas", precisa, “y me han salido hasta en las uñas”, y enseña, en la videoconferencia las uñas a la cámara, y se ríe--que le desatan un prurito insoportable y no le dejan dormir, dice que hay que ser muy atrevido y muy arriesgado para intentar atacar porque al Jumbo no se le ha visto ninguna debilidad en su mecánica para ganar por eliminación yendo a su ritmo.

Superman (cuarto), debutante en el Tour, pero amante de espectaculares ataques en los Giros y Vueltas en los que ha brillado, y a veces solo por la belleza del intento, por el placer de sentirse solo y uno delante, casi llora relatando cómo en este Tour en el que los Jumbo le llevan “al aguante” no se puede hacer nada y cómo le gustaría correr como antes pero que tiene que elegir entre dar espectáculo gratuito o mantenerse, y que prefiere, claro, mantenerse, porque el ciclismo ha cambiado y ya no se pueden dar espectáculos como los de antes, que la clave es aguantar y la esperanza, mantenerse, que va a rueda porque va al límite, y que esto es una pena para el ciclismo y para la afición. “Ya lo siento”, se disculpa. “Me gustaría ser como antes”.

Mikel Landa (séptimo), mucho menos expresivo (es alavés, no colombiano), también, como los otros, tiene puesta la mirada en la tercera plaza del podio, porque las otras dos parecen tenerlas aseguradas la pareja eslovena, y mantiene que es posible alcanzarla y que se trata simplemente de ser regular, y sueña con una etapa loca en la que como en la última Dauphiné no haya Jumbos porque se han derretido o algo peor, y dice que es posible eso, porque son humanos, y luego lo piensa mejor y recapacita como alguien que sabe que está creyendo en una utopía, y reconoce que, de todas maneras, Roglic ya es más regular que en el Giro que perdió con Carapaz, y que sabe gestionarse mejor.

Enric Mas (disputa su segundo Tour, y marcha octavo) da el titular del Tour--"atacar es inmolarse"-y cuenta la desolación de espíritu que siente un ciclista cuando ve cómo un valiente y fuerte ataca en el Grand Colombier, Adam Yates, en el mejor momento posible, y cuando ve, sobre todo, cómo el segundo gregario en la escala Jumbo (el primero, Kuss, que asciende sonriendo; el segundo, Dumoulin, que ha ganado un Giro y ha sido podio en el Tour; el tercero, Van Aert, el Cruyff del equipo, el que maneja la pelota con más brillo en todos los terrenos; el cuarto Bennett, escalador; el quinto, Gesink, un holandés que hace algunos años era líder; el sexto, Tony Martin, campeón mundial contrarreloj, el terror del llano, el sargento en la planicie, y el séptimo, Jansen, noruego, el chico del agua) hace un pequeño esfuerzo, acelera y se lo come, y concluye que para arrancar hay que estar muy, muy bien, y pensar no solo en abrir hueco, sino en llegar.

Valverde, 40 años, 13 Tours, mira el panorama y baja la cabeza, y dice que esto es así, que qué se le va a hacer, y que ya le gustaría que esto fuera como hace tres o cuatro años, porque hasta en los tiempos del Sky, tan superiores también, al menos ellos, y los demás rivales, preparaban estrategias de ataque y las intentaban todos los días, y se motivaban pensando que aunque un día hubieran salido mal al día siguiente podrían triunfar, pero ya nada, ahora atacas, sufres y te quedas, te inmolas, dice.

La banana mecánica del Jumbo es el ciclismo total. No solo impone un catenaccio opresivo sobre la carrera, ni un hueco libre a la creatividad queda, sino que también se ha quedado con el balón y no le deja tocarlo a nadie. No sueltan el potenciómetro, se saben de memoria todos los hábitos de los rivales y calculan al metro, al minuto, los relevos que tiene que dar cada uno del equipo. En ciclismo el balón es el ataque, la posibilidad de desestabilizar a los rivales, de hacerse uno campeón, y privados de ataque los rivales se desesperan y se resignan, y multiplican su imaginación para expresar cómo se sienten, tristes siempre, y los aficionados bostezan, y quieren recordar tiempos mejores, quizás imaginarios, de cuando al líder todos los días le ponía alguien en aprietos.

En el Tour está Pogacar, que le gana todos los sprints a Roglic y tiene alma atacante, pero, sin equipo para una estrategia de largo aliento, como recuerda Nairo, está también condenado a seguir la rueda de la banana mecánica, y solo se da el gusto de sobresaltar al esloveno viejo robándole segundos de bonificación y se aferra a la esperanza de que un día se caiga por su propio peso.

En eso ha quedado el Tour que el miércoles vivirá su día más duro, con el col de La Loze. La víspera, seguramente, todos soñarán con un día sin Jumbos a la vista, o, por lo menos, en que el que se queda y pierde un puesto es otro. “Porque en estas”, dice Mas, "solo faltaría que el que se quedara fuera yo”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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