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La pasarela de los ‘9’ y de los ’10’

La Eurocopa de 2000 es recordada por sus monumentales partidos y el desfile de extraordinarios jugadores en casi todas las selecciones

Zidane, durante la Eurocopa 2000.
Zidane, durante la Eurocopa 2000.Laurent Baheux (Corbis/VCG via Getty Images)

A falta de disputarse los cuartos de final, las semifinales y la final, la presente Eurocopa es firme candidata a desbancar, o al menos igualar, a la edición del 2000 del oficioso pedestal de ser la mejor de la historia. Aquel torneo que despidió el siglo XX fue el primero organizado por dos países. Bélgica y Holanda, clasificados como países anfitriones, aparcaron su añeja rivalidad para repartirse todo como buenos hermanos. Cuatro sedes en cada país. La inauguración en el estadio Rey Balduino de Bruselas, el remozado Heysel y la final en De Kuip, Róterdam.

La competición en sí salió notable-alto. Estaban clasificadas las mejores selecciones y la igualdad de fuerzas y competitividad de los contendientes quedó reflejada en partidos espectaculares en cuanto a juego y goles se refiere. En los 31 encuentros disputados se marcaron 85 tantos, una media de 2,74.

La fase de grupos ya deparó enfrentamientos de alto voltaje. Portugal, en una prueba de lo que demostraría después, fue protagonista ante Inglaterra (3-2) y Alemania (3-0). Con Humberto Coelho como técnico y los Vitor Baia, Fernando Couto, Paulo Sousa, Figo, Rui Costa, Abel Xavier, Pauleta, Nuno Gomes… sobre el campo, sorprendieron por su vistosidad y efectividad. También Yugoslavia acaparó las portadas en esa fase inicial. Sus partidos contra Eslovenia (3-3) y España (3-4) fueron una oda al fútbol de ataque, aunque no ganara ninguno de los dos. También el duelo entre Francia, posterior campeón, y Holanda disputándose el primer puesto del grupo (2-3), alcanzó cotas de fascinación. Los holandeses ratificaron su buen Mundial 98, donde habían llegado hasta a las semifinales contra Brasil. Frank Rijkaard dispuso de un equipo cuajado, con nueve jugadores en la treintena. En cuartos de final golearon a Yugoslavia (6-1) con tres tantos de Kluivert.

Las dos magnificas semifinales llegaron a la prórroga. La primera, entre Francia y Portugal, se decidió con un gol de oro de Zidane, al transformar un penalti en el minuto 117, y la segunda, Italia-Holanda, en la tanda de penaltis. Frank de Boer, Stam y Bosvelt fallaron por parte local. También la final condujo a las dos selecciones a la extenuación física y emocional. Francia, por medio de Wiltord, empató en el último minuto de la prolongación del tiempo reglamentario y Trezeguet selló el gol de oro justo un minuto antes de que concluyera el primer tiempo de la prórroga.

El otro gran aliciente de la competición fue el ramillete de estrellas que se dieron cita. Fue la Eurocopa de los 10 y de los 9. Un homenaje a dos posiciones clave y que marcan la diferencia en todo equipo que se precie. Si el campeón mostraba a Zidane en su máximo esplendor —fue elegido mejor jugador del torneo— a su lado estaba Djorkaeff, otro exquisito de la técnica. Italia lucía a Del Piero y Totti. Inglaterra podía elegir entre Scholes, Lampard y Gerrard. Alemania contaba con Matthäus y Ballack. Portugal con Rui Costa y un Figo que buscaba también espacios interiores. Rumania tenía a Hagi. España, a Raúl y Valerón. La República checa, a Nedved. Holanda, a Bergkamp con Davids y Seedorf de lugartenientes. Yugoslavia presumía de Stojkovic y Mijatovic…

Y en el capítulo de arietes, también mucho para elegir. Holanda vivía de Kluivert, máximo goleador con cinco tantos, los mismos que el yugoslavo Milosevic. Pero ambas selecciones tenían recambios de la categoría de Makaay o Kovacevic. Francia también podía elegir entre el decisivo Trezeguet y Henry y Anelka. España se hacía paso con Alfonso, un delantero centro atípico, que recibía la ayuda de Raúl. Inglaterra contaba con Shearer y Fowler. Alemania, con Bierhoff. Portugal, con Pauleta y Nuno Gomes. Italia tiraba de Filippo Inzaghi. Turquía, de Hakan Sukur. Noruega, de Soljskaer. Suecia, de Henrik Larsson…

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