Pocos creen en Serena Williams, excepto la propia Serena
Tras un año ausente, la estadounidense reaparece mientras la opción de igualar a Court se desvanece y la retirada gana fuerza: “Estoy aquí, lista para el desafío”
No guarda Serena Williams el mejor de los recuerdos de su último paso por Wimbledon. El grande británico fue, de hecho, el escenario en el que la estadounidense, de 40 años, disputó por último partido oficial. Y el coste fue tremendo: rotura de la corva –zona posterior de la rodilla– y un año entero en la enfermería, sopesando desde entonces qué hacer, deshojando la margarita y decidiendo si le compensa o no seguir castigando un cuerpo ya maltrecho o bien apuesta por quemar el cartucho definitivo. Y en ello está, en medio de un escenario de especulaciones y, dicho sea de paso, de poca fe generalizada. Ahora mismo, no hay nadie que confíe más en Serena que ella misma.
Pese a la inmensidad de su leyenda, no son muchos los que apuestan por la obtención del 24º grande, con el que satisfaría la obsesión que arrastra desde hace cinco años, cuando elevó su 23º en Australia. Desde entonces, dos vidas: la madre feliz de Olympia, por un lado, y la heroína obligada una y otra vez a un desafío frustrante y cada día que pasa más improbable. Sabe la norteamericana que el reloj carcome cada segundo la esperanza de que pueda atrapar el viejo sueño de alcanzar a la australiana Margaret Court e instalase así en la cúspide de las cúspides de su deporte. Pero, pese a todo, se resiste. No desiste Williams.
Son dieciocho años entre el primer y el último gran éxito. De 1999 a 2017. Es decir, la tenista desafía con su reaparición a casi todas las lógicas, pero no faltan los espejos en los que inspirarse. Sin ir más lejos, el del propio Rafael Nadal, maestro de la superación personal. “Siempre he sido una admiradora suya”, dice. “Le puse su nombre a mi perro, así que… Ha sido realmente inspirador en todo lo que ha hecho este año y estoy seguro de que todavía tiene mucho que ofrecer a este deporte”, prolonga, consciente de que su carrera toca a su fin y de que sus posibilidades se reducen.
“El torneo del año pasado fue muy duro. Llevaba arrastrando molestias desde hace tiempo y finalmente me rompí. Fue muy duro. Intenté volver para el US Open y lo di todo, pero finalmente no pude conseguirlo. Al final decidí aparcar la raqueta durante un tiempo hasta que me encontrase otra vez bien físicamente. Ha sido una lesión muy dura, he tenido que estar un año alejada de las pistas”, recuerda Williams, que desde que sufriera el percance contra Aliaksandra Sasnovich –un resbalón que la forzó a abandonar en la primera ronda, entre lágrimas y cuando solo habían transcurrido seis juegos– se ha visto envuelta en un remolino de especulaciones y rumorología.
De la cima al puesto 1.204
A partir de ahí, moda, joyería, el desfile por la alfombra de los Oscars o por el circuito de la Fórmula 1 en Miami y redes sociales. Sobre todo, la sombra de un adiós cada vez más cercano e irremediable. “Por mi cabeza nunca pasó el retirarme del circuito profesional. No sabía cuándo volvería, pero haber elegido Wimbledon es genial”, dice la campeona de 2002, 2003, 2009, 2010, 2012, 2015 y 2016. “¿Si llegué a dudar de mi vuelta? Por supuesto que sí. Sería deshonesta si dijera lo contrario”, admitía hace solo una semana, cuando reapareció sobre las pistas jugando el dobles en Eastbourne junto a la tunecina Ons Jabeur.
Vuelve Serena en el puesto 1.204 y sin Patrick Mouratoglou, el moldeador que ha estado detrás de muchos de sus éxitos, diez años juntos, aliado hoy día con la rumana Simona Halep. “Ni siquiera lo había pensado, no lo sé. Me lo estoy pasando maravillosamente aquí”, responde de manera evasiva cuando se le pregunta por el francés, y misteriosa cuando se refiere a lo que está por venir: “Tengo objetivos muy altos. ¿Mi futuro? Solo sé que estoy aquí. Estoy lista para el desafío”.
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